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Somniloquios

Bibiana tenía un blog

Bibiana tenía un blog


Bibiana Aído tenía un blog y ahora tiene un ministerio. Temporalmente hablando, ambos hechos son casi consecutivos. Creó el blog en febrero, durante la campaña electoral de las últimas elecciones, y dos meses y medio más tarde Zapatero ha creado un ministerio que la tiene por señora ministra, que no es poco. Lo he estado ojeando y he terminado enseguida. El blog, no el ministerio, sobre el cual no tengo opinión. En cuanto a blog, como ocurre con una gran mayoría de los blogs que pueblan el infinito alephico de Internet, resulta obvio y prescindible. Somniloquios también lo es, no vaya a pensar nadie que aquí hablamos desde la vanidad. Sólo yo considero imprescindible Somniloquios, mi terapia cognitiva de andar por casa. Supongo que para Bibiana también su Amanece en Cádiz (título almibarado para un blog sobre política o propaganda personal, salvo que ensaye una metáfora ideológica...) será imprescindible. Ahora que tiene que regular la igualdad nacional, veremos cuánto. Nada es imprescindible. Decir que algo o alguien lo somos supone una generosa exageración.

Yo acababa de crear Somniloquios de modo furtivo cuando una noche, durante una cena con amigos, el Licenciado observó: "Ahora todo el mundo tiene un blog... y nada que decir en él". La severidad de la afirmación me corrió por la espina dorsal un momento, pero con un hilo de voz me atreví a replicar: "Yo acabo de crear uno". A lo que el Licenciado, sonriente, contestó: "Pero aportarás algo...". Ahí estaba la presión de un lector de calidad, sí señor. Seguí adelante y no sé si aporto nada, pero me entretengo. Bibiana Aído apenas reunía uno o dos comentarios en algunas de las hieráticas entradas de su Amanece en Cádiz. El día que la hicieron Ministra de Igualdad (que no en igualdad) coleccionó 140 apostillas a su refrito de un artículo de El País acerca de, claro, la igualdad. Algo sobre el uniforme de las mujeres, muy mal traído y muy mal llevado. O sea, mal escrito y razonado sobre un lecho de lugares comunes del feminismo, filosofía necesaria pero con un argumentario poco evolutivo, digamos. La ministra no era la autora, pero le había encantado. Lo que la hace cómplice en mi forma de ver las cosas. Naturalmente, de los 140 comentarios calculo que unos 130 eran meras enhorabuenas por el nombramiento. Comentarios sobre el tema en sí había pocos. Yo nunca he logrado 140 comentarios, aunque tengo por ahí en los archivos un post casi tan hierático como los de Bibi y va ya camino de los cien. Es el récord somniloquios, con gran ventaja sobre el segundo clasificado. Desde luego, esos comentarios se han reunido en mucho más tiempo que los coleccionados por la ministra, que en pocas horas tuvo 35.000 visitas en su página. Otra diferencia estriba en el tono de los participantes: si en Amanece en Cádiz menudean los parabienes, el "felicidades, compañera" y esas cosas, en el mío vuelan los cuchillos dialécticos suramericanos, centroamericanos y latinoamericanos, todo a cuenta de una humilde referencia mía a la película Million Dollar Baby. Encendió la mecha un muchacho que me insultaba por desconocer el gaélico y la traducción o la grafía exactas de una frase nombrada en aquella cinta de Clint Eastwood. Y desde entonces parece un concurso a ver quién la dice más gorda.

Antes los dos teníamos un blog. Bibiana y yo, digo. Ella además tenía un cargo en no sé qué de desarrollo del flamenco, pero con todo el respeto yo no puedo tener en cuenta un cargo así. En términos de envidia, me refiero. Ella tenía un cargo de desarrollo del flamenco y yo soy capitán de mi equipo de rugby: para mí constituyen hechos equivalentes. Cualquiera daría algo por poder arengar a los muchachos en el vestuario cada sábado como yo lo hago; y someterlos a la liturgia de la ducha antes de cada partido, todos agarrados y saltando juntos y gritando y embruteciéndonos antes de salir al campo. Ahora ella tiene un ministerio y un blog y yo sólo un blog y la capitanía del Seminario. Ahí la comparación ya se cae. Eso sí, con orgullo desconfiado puedo decir que, antes del nombramiento, yo le ganaba en comentarios a Bibiana pero de lejos. Mérito de ustedes, no mío, pero da un cierto gusto, no te creas. ¿Es envidia?, preguntaréis. Sí. Lo que no sé es qué envidio: yo no sabría qué hacer con un ministerio. Tal vez lo que envidio es no conseguir que Bibiana me envidie a mí. Que diga: "Joder, yo no sabría qué hacer con un blog". Pero sí sabía, vaya que si sabía. Por cierto: ¿Se puede decir joder en un Ministerio de Igualdad? Porque joder implica, en el fondo, una dominación del masculino sobre el femenino, una violación de los deseos, una perversión del lenguaje como tantas otras. Hacer el amor constituye un acto mutuo; follar también, pero aleja a los actores porque uno trata de follar(se) al otro, o sea de estar por encima y si es posible de estar encima, de dominar el acto o el placer del acto. Joder ya es, directamente, un ejercicio de indudable sumisión implícita. Cuando alguien dice "¡No jodas!", el de enfrente advierte: "No te agaches". Viene toda esta digresión porque a Bibiana el lenguaje le importa, a su manera: es de las que se salta el obstáculo de los géneros por medio de la arroba, e integra el todos y el todas en tod@s. Lo que me pone muy nervioso. Para serenarme, me demoro en su foto de arriba y me gusta esa mirada tan ambigua: si reparo en la línea de su cabello, retirado levemente sobre el lado izquierdo, con ese pendiente barroco que apoya sobre el hombro, me parece confiable y plácida; por el contario, el mechón del otro lado, iluminado de sol ("albriciado de luz", que diría Borges), y el ojo que se entorna, desvelan la posibilidad de una perfidia calculada. Una sospecha admonitoria. En cierta ocasión, Bibiana le reprobó a un periodista de ABC de Andalucía su espíritu crítico: "Eres muy joven para escribir esas cosas que escribes", dice él que le dijo ella. A los 31 años, no es que Bibiana sea joven o no para hacer de ministra en un ministerio de igualdad; pero es muy joven para escribir cosas tan aburridas como las de su lírico Amanece en Cádiz. O muy mayor, no lo sé. Con la edad todo tiende a la subjetividad.

Para terminar, regreso a la complicidad de la que hablé antes. Hoy se ha presentado la nueva novela de Carlos Ruiz Zafón, el autor de La Sombra del Viento, ese libro que la gente leía en el autobús, en la fila del banco, en el vagón del subterráneo, en la bicicleta estática. El nuevo se llama El Ángel de no sé qué... da igual. Once millones de libros vendidos. Once millones de cómplices. Me baso en el (im)prescindible blog de Arcadi Espada en elmundo.es para razonar la acusación. Publicaron en el diario un extracto de la novela de CRZ y dice así:

"Una madrugada desperté de golpe sacudido por mi padre, que volvía de trabajar antes de tiempo. Tenía los ojos inyectados en sangre y el aliento le olía a aguardiente. Le miré aterrorizado y el palpó con los dedos la bombilla desnuda que colgaba de un cable.

 --Está caliente.

Me clavó los ojos y lanzó la bombilla con rabia contra la pared. Estalló en mil pedazos de cristal que me cayeron en la cara pero no me atreví a apartarlos."

El párrafo revela una prosa escolar y lastimosa. Eso no es lo peor, y aquí citaré al agudo Arcadi, irónico y certero cuando dice:

"La cuestión principal no es que Ruiz Zafón sea un hórrido escritor. En los negocios esto no es importante. La cuestión principal atañe a sus editores: que después de haberse embolsado alrededor de 70 millones de euros con su primer libro no le hayan comprado al pobre Ruiz Zafón un equipo de correctores o al menos un programa informático de nivel medio. La dejadez editorial (que lo hayan abandonado con sus innumerables anacolutos y sus gozosos problemas de raccord) es lo realmente sorprendente. A menos que la dejadez no sea causa, precisamente, del éxito".

Una de esas modernísimas columnistas del NYTimes sostenía hace algunos días en un artículo la despiadada importancia que las preferencias literarias tienen en las relaciones de pareja: "No eres tú, son tus libros", lo titulaba. La biblioteca personal puede determinar la posibilidad de éxito de una relación, venía a decir. Alguien cuyo libro de cabecera sea América, de Kafka, no puede cruzar bien con un cómplice de Ruiz Zafón, sostenía la autora. No estoy en absoluto de acuerdo. Alguien puede querer a un consumidor compulsivo de Literatura aunque el uso que él mismo haga de los libros no sea otro que decorar la estantería según los colores de los lomos o bien calzar alguna mesita que cojea. Y viceversa. Hace tiempo una chica me preguntó, con interés tópico: "¿Te gusta leer?". Claro, respondí. Mucho... Siguió: "¿Cuál es tu libro preferido?". Me quedé tieso. Me resulta imposible contestar a una pregunta así. Vi por dónde venía, así que le planteé la disyuntiva que siempre interpongo ante una situación tan apurada: "¿A ti te gustan los libros o la Literatura?", la interrogué. Como se negaba a aceptar la diferencia (que no incluye un menosprecio por mi parte, ni mucho menos), se protegió con otra pregunta: "¿Cuál es el último libro que has leído?". Nombré el que fuera, no me acuerdo. "Ni idea", fue su comentario.. ¿Y tú?, contraataqué yo: "Los Pilares de la Tierra", aseguró con orgullo. "¿Lo has leído?". No, dije yo. Ni pienso. Consideración ante la cual ella agregó, implacable: "Pues no leer Los Pilares de la Tierra es un crimen". Por lo visto, ella sí hubiera estado de acuerdo con el artículo del NYTimes. De modo que me protegí regresando a mi argumento original: "A mí me gusta la Literatura; los best-sellers, salvo excepciones, no se me dan bien".

Su respuesta final cerró la conversación para siempre: "¿Sabes qué te digo?". Dime, maña, dime: "Que yo prefiero los libros, porque la Literatura no hay quien se la trague".

Como diría Arcadi Espada... buenos días.

11 comentarios

Mornat -

Hacer algo bien y tener éxito no suponen hechos equivalentes. Si acaso, el tal Zafón lo que hace bien es tener éxito: que es distinto.
Abrazos

Aitom -

Llegar a un Ministerio no ha de tener que ver con el ejercicio de ¿bloggear?, aunque sólo son sospechas.
A mí Somniloquios me gusta, quizá entre otras cosas porque no te debo llamadas, ni saldremos por el Casco nunca en animosas veladas. Pero eso sí os digo: contra el gusto no hay disputa. Supongo que como todos, a veces ni siquiera entiendo en qué se basan algunos gustos que no comparto.
Pero como el éxito no tiene recetas, y su análisis es baldío porque no descubre procedimientos de síntesis, habrá que admitir que algo hace bien el tal Zafón. Por cierto, fruto del éxito, leeré el dichoso nosequé del viento, no sea que al final me quede desplazado en los blogs que me gustan...

Per -

Para síndrome difícil y difícil clasificación, lo del Zaragoza.

Lep -

Hombre, maño, hay muchos blogs contingentes pero este es necesario.

Mornat -

El síndrome de difícil clasificación: magnífico.

Sergio -

"Aunque un síndrome de difícil clasificación me impide dejar un libro una vez empezado o salirme del cine si la película no me gusta".
Si hay una frase que lo define a la perfección, querido Per, es esa. Por cierto, le debo una llamada telefónica, pero con los teléfonos de antes, a manija, y una salida tripartita con Mario al casco viejo. Espero ir a Zaragoza este verano, que hace mil años no voy por ahí.
Un abrazo y aguante la blanquiceleste siempre y en todo lugar!

Per -

Pensé que el libro era otra cosa. Error, aunque un síndrome de difícil clasificación me impide dejar un libro una vez empezado o salirme del cine si la película no me gusta. Mira, es lo que tiene el mp3: oír la música antes de comprarla, aunque es muy divertido buscar música en una tienda (mejor cuando eran vinilos). Hay tiendas deliciosas, pero no en Zaragoza. ¿Londres? ¿Nueva York?

Mornat -

El abandono en Cambridge me parece un destino honorable para un libro así. Yo he llegado a abandonar la lectura de un libro, o a demorarla avanzando muy despacio, para retrasar en lo posible su final. Porque no podía salirme del laberinto de emociones en el que me había metido la leve historia y los extraviados personajes. Desgraciadamente lo tuve que terminar. Cuando veo a alguien leyendo algún libro que me fascinó de modo especial, siempre pienso: "Qué suerte leerlo por primera vez".

Anon -

Yo tengo que confesar que recuerdo la "la sombra del viento" como un libro entretenido y, a ratos, hasta divertido. Recuerdo que me pareció, en conjunto, una prosa más bien pueril y romántica en el mal sentido de la palabra. Muchas emociones a flor de piel y nada de sustancia, vamos. Y la sorpresa final raya en lo folletinesco.
Con los libros la prueba de fuego para mí es ¿lo volvería a leer, en todo o en parte? Respuesta para el de Zafón: No. Hay libros que (con suerte) están bien para una vez, pero no dan motivo para volver a abrirlos. Son carne de charity shop o del bookcrossing. Mi copia de La sombra del viento acabó en un banco de Stourbridge Common a las orillas del Cam, en Cambridge, una mañana de mayo. Quiero pensar que a algún otro emigrado como yo se bajó de la bici para sentarse al sol a no-hacer-nada y le hizo ilusión encontrar un libro en castellano ahí mismo, listo para ser leído y después abandonado a su suerte. Leo algunos libros de ésos, pero también leo otros distintos. De esos que, nada más acabarlos los devuelves a la estantería mientras te dices "hala, a ver cuánto tardo en volver a leerme este, yo creo que de seis meses no pasa... "

Mornat -

¿Tú también, hijo mío?

Per -

¿Preferencias de pareja? Suelen resultar más sospechosas las musicales que las literarias. Al fin y al cabo, el libro sólo lo lee uno y no molesta; la música la pueden escuchar dos. Hablo de música en casa o en el coche, donde el mp3 no pinta nada. Por cierto, la sombra del viento era un cuentito mal escrito. Que me lo leí...qué pena