Fin de la película
Los Multicines Buñuel cerraron el viernes para no abrir nunca más. Hace tiempo que dejaron de ser rentables, cuentan; hace tiempo que eran pequeños e incómodos, contamos. Nos pondremos románticos por la pérdida de otro cine, pero uno ha visto desaparecer ya tantas salas (y otras muchas cosas) en la ciudad que acepta este penúltimo extravío como parte del proceso de demolición silenciosa de la Zaragoza de los setenta, la de mi infancia o de la adolescencia que venía. Con permiso, a mí me gustaba más aquella Zaragoza, como los muchachos de ahora preferirán la que tienen a la futura, supongo. Y si no, serán unos desgraciados sin sentimientos, posibilidad cada vez más probable.
Los cines significaban sólo una parte más de ese paisaje perdido, pero una parte principal porque en un cine ocurre literalmente de todo. En la pantalla y en el patio de butacas. En ese tiempo todo me parecía posible. El pozo San Lázaro se tragaba autobuses enteros; contaban que comunicaba con Tortosa por un túnel largo y de aguas impenetrables; el oso giraba sobre sí mismo entre los barrotes en el parque Bruil; los Bordini descendían desde la torre de La Seo al centro de la plaza del Pilar, subidos en motos veloces, por un delgado cable de plata; en el edificio Trovador estaba Sementales y olíamos a los caballos desde lejos y mirábamos sus sombras moverse a través de los ventanucos cuadrados. Los sábados íbamos a patinar sobre hielo al Ibón, en Requeté Aragonés. Las ferias las ponían en Tenor Fleta, a la vuelta del colegio de los Agustinos. Y detrás sólo se veía ya la bendita huerta y el bendito tomate de Zaragoza. Lo diferencial de la Zaragoza de los setenta, como demuestran estas líneas, es que constituía un espacio privadamente ilusorio, innegable a pesar del tiempo, que juega a reforzar esa impresión en lugar de negarla con un barniz racional. Esa posibilidad mágica se manifestaba en los lugares más insospechados. Como en los los bancos: el Zaragozano, el Banco de España, el Central y el Hispano-Americano, todos en la plaza de España y sus alrededores. De muy niño, mi abuela Pilar me entraba a los bancos a primera hora de la mañana, antes de llevarme al colegio. Yo se lo pedía. Me gustaba la grandiosidad interior de los bancos y el trasiego de gente, las filas, el murmullo de las operaciones, el mármol de los suelos y las grandilocuentes fachadas. Esto me lo explico ahora, porque jamás he logrado entender esa fascinación irrecuperable. Ahora no entro en un banco ni a tiros. Me siento incómodo. No entiendo nada. Tengo miedo. Me animé un poco a mejorar la frecuencia tras coincidir con una cajera de prácticas que atendía con juvenil ternura en medio de un mundo como ese; pero un día la convirtieron en comercial, se recortó el flequillo recto y me empezó a insinuar operaciones con el dinero que tenía en las cuentas, cuyas cifras ponderó con mirada suculenta; después me dijo que su novio era Policía Local y, como yo tenía el coche mal aparcado, salí pitando...
Estaban los bancos pero también los coches en la calle Alfonso; aún no existía el afán peatonalizador y los ciudadanos del centro histórico todavía podíamos aparcar en algún lado. Funcionaban las churrerías, las papelerías especializadas, La Reina de las Tintas, los taxis negros con la banda amarilla, el 1.500 de mi padre, el apogeo feliz de Helios y Casa Blas en Ranillas, cuando Ranillas era Ranillas y detrás ya sólo estaban Kasan y la huerta. Ranillas era casi un barrio rural pegado a la ciudad, con casitas bajas, acequias y puertas de colores; nada que ver con esos edificios que levantan ahora, de a millón el metro cuadrado porque un poco más abajo, en el meandro, van a hacer una exhibición. Me gustaba la Zaragoza de la motonáutica en el río, los cabezudos corriendo de verdad, con trallas de verdad, no esa mariconada de ahora... Los días en que cada uno podía ir al colegio que le diera la gana a sus padres (y aun a él mismo); la de los carteles luminosos de Avecrem en la fachada del Tubo, la de Las Vegas 1 y 2, el Café Brasil, el chocolate con churros del Ceres, la caña con limón de Los Espumosos y el Casino Mercantil. Cuando el centro era el centro y se terminaba en la plaza de Aragón. Zaragoza era entonces una ciudad sencilla, cómoda en su provincianismo, imperfecta pero consciente de las obligaciones a las que forzaba esa imperfección: es decir, no estrangular a los ciudadanos, no cobrarles como cinco estrellas lo que todos sabíamos que era, y es, tres estrellas. No digo que fuera mejor. Pero sincera y románticamente digo que prefería aquello; que cada día aguanto peor esta mentira de grandeza expositiva y ventajista que nos atropella, que dispara los precios y las ínfulas y los beneficios y los billetes bajo mano a políticos de colegio privado y bicicleta ecológica. Ranillas siempre será Ranillas; a millón el metro cuadrado... pero Ranillas. Me pregunto cuándo empezó todo. Si fue cuando desaparecieron los jardines de la plaza del Pilar; en el momento en que alguien dibujó el ACTUR sobre un papel; cuando finalizó aquella guerra civil de cuatro días en la avenida de los Pirineos, una franja de Gaza por la que volaban el cierzo y las pelotas de goma, ardían contenedores, neumáticos, chabolas y armas de fuego. Decían que a los antidisturbios los reclutaban en Burgos, en Logroño y en Pamplona, y que salían de las camionetas drogados y en trance feroz, para reducir a cañonazos a aquella población embrutecida de alaridos y fuego.
Nuestro único centro comercial era el Caracol. Pero teníamos huerta, cines y tomate. Ahora han desaparecido los Buñuel como antes perdimos el Pax, el cine del arzobispado (donde veíamos de niños re estrenos de Disney, donde me enfurruñé porque me llevaron mis padres a ver Sonrisas y Lágrimas, cuando yo quería ir a Los Locos de Cannonball). O como perdimos el Cine Dorado (allí vi Sandokán, la película), el Cine Latino (Grease y, sobre todo, Rocky, dos películas que me marcaron y en las que repetí); el Cine Victoria, en el inicio de lo que entonces aún era la calle General Franco y ahora Conde de Aranda: una high-street de inmigración variada que deja caer las horas en las esquinas o recorre las aceras con paso insomne. Ese escenario me recuerda las ásperas avenidas centrales del barrio de Kilburn, en el norte de Londres. En el Cine Victoria mi hermano y yo veíamos todas las de kung-fu de la época, El Mono Borracho en el Ojo del Tigre, Operación Dragón, Karate a Muerte en Bangkok: Bruce-Lee, Jackie Chan, Chuck Norris... esas cosas que componían el cine de Hong-Kong, antes de que Zhang Yimou y Tarantino se lo tomaran en serio y en plan trascendental y tuviéramos que comernos Tigre y Dragón, o La Casa de las Dagas Voladoras. Desapareció también el Cine Palacio, donde estrenaron una película que nunca vi pero que siempre me obsesionó, Holocausto Caníbal, un mito-leyenda urbana-documental sobre un grupo de periodistas empalados y devorados por una tribu de caníbales en alguna selva perdida. Ahora la imagen del empalamiento culero, con algunas caras de periodistas bien concretas, me resulta dichosa. En el Cine Arlequín, que estaba a la vuelta de casa y antes se había llamado Cine Fuenclara, me colaba furtivamente en la adolescencia para ver películas 'S', como la imperdible Fanny Hill. Aunque también recuerdo allí El expreso de Chicago, con Gene Wilder y Richard Prior, una pareja de cárcel se mire por donde se mire. Perdimos el Cine Mola hace menos tiempo (tantas películas..., un patio de butacas largo, estrecho y de suelo convexo); nos quedamos sin el Quijote, que era un prodigio de modernidad en su tiempo, con su pantalla curvada y los asientos enormes y mullidos como butacas de avión de primera clase. Perdimos el Cine París (La Guerra de Papá, con aquel Lolo García); perdimos el Rex, el Cine Goya (vi Granujas a todo ritmo y luego, no sé por qué, recuerdo la dimisión de Adolfo Suárez, que ha sido el único presidente que me ha gustado, y mira que yo era un niño y no entendía nada, pero me fascinaba...); cerraron el Coliseo Equitativa (¿qué quería decir el Equitativa?), el trío Aragón-Iris-Actualidades, luego sólo Cines Aragón; hicieron del Roxy una Sala X y el Cine Norte murió bajo la piqueta después de haber muerto mucho antes. Perdimos el Fleta (que es un vacío negro y doloroso como una muela sin empaste), y el Argensola, del que casi ni me puedo acordar.
Nos quedan el Elíseos y el Cervantes. Y todo lo demás son multisalas de las que nunca sé bien qué pensar, porque se oye mejor, son más cómodas y a mí el cine me gusta en cualquier circunstancia y lugar. Lo que no soporto es tener que salir del centro para ir al centro comercial. Suelo recordar sin dificultad en qué cine y con quién vi una película cualquiera, si es que no fui solo. Y lo hago con bastante precisión. Durante estos últimos años yo también había dejado de visitar los Buñuel, donde precisamente conseguí al final ver Los Locos de Cannonball; la última película que presencié allí, hace unos pocos meses, fue Little Miss Sunshine. Feliz despedida. El viernes hubo quien confundió la nostalgia y acudió a los Buñuel a decir adiós en la última sesión. Las empleadas que se van al paro y no pierden sólo un cine, sino también un trabajo en un cine, comentaban con amargura: "Ya podían haber venido antes, y así no los cerrarían". O tal vez sí los cerrarían, porque debe regir en el paso del tiempo un imperativo que obliga a la ciudad a devorarse a sí misma por falta de clientela o desinterés o demasiados intereses. Me jode mucho que los hayan cerrado. Me repatea que Buñuel ya no tenga unos cines con su nombre en mi ciudad. Querría que siguieran abiertos aunque no fuese nadie, ni yo mismo. Tampoco voy a los bancos, y ahí siguen...
[Foto: el cartelón de los Cines Goya, ya cerrados también. Nunca hasta ahora había reparado en cuánto me gusta...].
30 comentarios
Hans -
Gran entrada, a fé mía.
SANKKAR -
Por cierto, ¿no os acordais del MOLA, lo gigantesco que era?
Nuha -
Anónimo -
Jesús -
En los 2 ultimos años han pasado artistas de la veteranía de Bonnie tyler,Eric Burdon,Brian Wilson,biLL WYMAN (EX-rOLLING sTONES),the Who,Laurie Anderson.
Algunos han estado a gran altura como THE wHO O bILL wYMAN POR LA BANDA QUE LLEVABA.
tAMBIÉN FUE EMOCIONANTE FUE VER A UN GRUPO CLÁSICO DE LOS 80 eCHO AND THE BUNNYMEN.
por cierto Toni,para cuando un ciclo en tu Aula de cine dedicado al cine en las ulas,películas hechas en las escuelas.Hace poco volví a ver rebelión en las aulas y es genial.Machuca me conmovio y Los chicos del Coro inncluso son de carne y hueso y vienen a los festivales de Aragón.
Toni (Cinegoza) -
Por cierto, completamente de acuerdo contigo en tu apreciación sobre Rod Stewart y la pregonera. No sé si tendremos que decir algo así como "Zaragoza is different".
Muchas gracias por la felicitación. Yo no soy muy aficionado al deporte pero disfruto igualmente de sus Somniloquios.
Muy cordiales saludos
Mornat -
marmota -
Y da una pena... Sobre todo porque los sustituyen por multisalas de centro comercial, alejadas del centro y en las que sólo se proyectan las mismas películas, muchas veces, en todos los horarios posibles. Mientras tanto, algunas ni las llegamos a ver en pantalla grande.
Yo también les dediqué una entrada, y colgué algunas fotillos.
En fin, cada vez quedan menos.
Mornat -
Jesús -
Hola ,estás sola con Candela Peña y la inencontrable Silke y recientemente Zona libre,despues de la boda y el violín.El día del cierre les dese suerte a las empleadas y aprovecho este foro para hacerlo extensivo a los operadores.Cuano cierra un cine,un periódico,una emisora de radio,un portal de internet guapo,muere algo de nosotros.
Mornat -
Felicidades por vuestro Cinegoza, por cierto.
Toni (Cinegoza) -
Saludos
Sergio -
Sergio -
Sergio -
Mornat -
Jeremy North -
Siempre recordaré el cine Dux, en el que tuve la suerte de ver esa maravilla de cine de serie M (al menos) "Humanoides del Abismo" o el cine Dorado, en las que veía las pelis de Bud Spencer y Terence Hill, "Le llamaban Trinidad" y las que le siguieron.
Los tiempos pasados, en cuestión de cines, fueron mucho mejores.
Mornat -
Per -
Mornat -
Por lo demás, he de decir que a mí lo de la mano me ocurrió en el Cine Cervantes, que es uno de los que todavía resiste. ¡¡¡¡Aguante Cervantes!!!!
Alex: sólo una ciudad con el desinterés de lo cosmopolita podría haber elegido dos veces como alcalde a un señor como Belloch, que no había pasado por aquí ni en el tren. Sin bando, ya lo han hecho y ahí reside el truco: nos cobran como ciudad cosmopolita mientras seguimos sin estadio, metro ni leches, y a donde no les llega el presupuesto hacen sumas, restas, multiplicaciones... y luego sacan a la Policía Local a la calle a cuadrar el balance a pura multa.
lorena -
Eso no hay reforma urbanística o ajuste financiero que lo justifique.
Cada verano que vuelvo a Coruña me fijo en el enésimo cine que han cerrado. Leer ahora todo el listado de los de Zaragoza me ha matado...
alex -
Mornat -
kerval -
Hoy nos hemos hecho un poco más viejos.
Mornat -
Per -
jcuartero -
Mornat -
alex -
Gonzalo -
Por cierto, para mí, Zaragoza ya ha cerrado casi por completo: ahora sólo paso de largo por ella, más bien por sus atascos de la A2. Siempre fue una ciudad de paso, y si siguen así las cosas, se convertirá en un pueblo fantasma como los de las pelis del oeste, o como los de la España de hoy, que haberlos haylos.