Yo soy el 1
Una de las ventajas de jugar un partido amistoso de rugby es que el término amistoso carece por completo de significado. La superioridad moral del rugby como deporte proviene de esta certeza: todo lo que ocurre es verdad. Rigurosamente cierto. No queda lugar para la simulación. Tampoco se puede jugar al escondite. Si sales al campo, estás en el campo. Si estás en el campo eres susceptible de ser derribado, apaleado, mordido, atacado, frenado, hundido, retorcido, aprisionado y demolido. La única suerte es que tú puedes hacer exactamente lo mismo con los 15 de enfrente, lo que equilibra las posibilidades en la exacta medida en que tú seas capaz de equilibrarlas. Hay otra cuestión: todos somos fuertes pero siempre puede haber uno más fuerte que tú. Eso está bien, funciona en todas las direcciones. Pero no implica la cautela. La cautela está prohibida. Cuando yo empecé a jugar al rugby conocí a un medio de melé de mucha clase que nos decía: "Hay que jugar sin talento". Es decir, hay que aparcar la conciencia. De esto ya he hablado alguna vez. La supresión de la conciencia no supone la anulación de la inteligencia. Todos los deportes deben ser ejercidos como una ciencia con leyes propias, por tanto con inteligencia. La habilidad y la prestancia física componen sólo una parte más en un conjunto regido por el cerebro. El rugby, aunque parezca otra cosa, no es diferente.
Yo soy el 1 del Seminario. Me gusta decirlo así. Yo soy el 1. Me gusta ser el 1 y no cualquier otro número. A veces he sido el 2 y en ocasiones el 3, pero siempre quiero ser el 1. Soy un fundamentalista del 1. Si en el acta me apuntan con el 3, pido que me lo cambien; si me quieren dar la camiseta con el 3, pido el 1. El 1 me distingue porque en el rugby, como en el viejo fútbol, el número todavía designa la posición en el campo. Yo soy pilar izquierdo. Como dicen los ingleses, loose-head prop: pilar con la cabeza libre. Se refiere a la posición que ocupas en la primera línea de la melé, un lugar donde todavía huele a hombre. Hacedlo así: tomad los dedos índice, corazón y anular de cada una de vuestras dos manos, esto es la derecha y la izquierda. Porque aunque todo está muy achuchado y haya gente que no sepa bien en qué lado quedan, las manos todavía son la derecha y la izquierda. Bien, ponedlas una frente a otra, enfrentad los tres dedos citados y aproximadlos por las yemas a sus homólogos de la otra mano. Cuando se toquen unas yemas con las de enfrente, desplazad ligeramente la mano derecha hacia vuestro cuerpo, de forma que los tres dedos de un lado entren ligeramente en los huecos entre los tres dedos del lado contrario. El primero por afuera es el índice de la derecha. ¿Sí o no? Si es no, repasad las instrucciones y volved a empezar. Índice de la derecha, ¿de acuerdo? Ese es el pilar izquierdo, el que queda con la cabeza por fuera de la melé. El loose-head prop. De fuera adentro aparecen el pilar derecho del equipo contrario, el talonador de un lado y el de otro, y los pilares del lado contrario. Yo soy el 1. El índice de la derecha. Ese soy yo. Ya sabéis algo más de mí y algo más del rugby.
El sábado jugué un amistoso. Conduje hasta Ejea por Las Pedrosas, a través de una franja de la Hoya de Huesca y después de las Cinco Villas. El trayecto hasta el partido me gustó más que el partido en sí. Sería por el extraño silencio en que hicimos el viaje, sería porque sonaba el concierto de Neil Young en el Massey Hall, sería por la faja neblinosa que deshilachaba el horizonte, hacia el fondo de los campos, o sería porque las cigüeñas pasaban volando el cielo en diagonal o por el torreón semiderruido que nos quedamos mirando cuando los pájaros se levantaron en un estruendo inaudible de alas batidas al unísono, como si se hubieran asustado por el peso de nuestra mirada. Sería porque el rugby ha vuelto a salvarme de mí mismo como ya ha hecho en tantas ocasiones, y cuando percibo esa salvación me entrego hasta donde me alcanza el sudor. Y porque en el fondo del cuadro, una hilera de árboles desnudos adquirían un aspecto mágico, de teatralidad silenciosa y lejana.
De todo ese ensueño me desperté pronto, en el campo. Fue cuando traté de robar un balón en un ruck y vino un tipo y me planchó, haciéndome olvidar el balón y tal vez mi nombre. Intentaré explicaros lo que es eso. Cuando un jugador es placado y cae al suelo, ha de soltar la pelota y dejarla jugable, si puede ser en el lado de su equipo. Cuando el balón queda en el suelo, cualquier jugador de los dos equipos puede llevárselo, siempre que respete un par de normas que mejor no explico para no liaros. Yo quise llevármelo. El que me planchó quería que no me lo llevara y lo que hizo, con todo el derecho del mundo, fue que se me llevó él a mí por delante. Es una jugada legal que se conoce como limpiar un ruck. Los rucks dan miedo; al menos a alguna gente le dan miedo, porque supone tirarse con la cabeza por delante contra el que viene del otro lado también con la cabeza por delante, y chocar como berracos en celo a ver quién puede más. Todo para proteger la pelota, que es como un bebé al que hay que cuidar. Hay gente que cuando llega al pie del ruck se frena, como esos caballos que deciden pararse de forma inopinada al pie de los obstáculos en la hípica. La gente a la que le ocurre eso no puede jugar al rugby, aunque ellos no lo saben o tal vez no lo admitan, porque resulta duro admitir que uno no puede jugar al rugby cuando quiere jugar al rugby. Pero si una voz te habla y te recuerda que un ruck es peligroso, es que la voz te está diciendo que no deberías jugar al rugby. En el rugby no hay voces que adviertan de nada. Las cosas ocurren. Lo que yo hice, intentar llevarme el balón, implica no mirar lo que viene por el otro lado. Es lo mismo que agacharte a coger una moneda en la vía del ferrocarril sin fijarte si viene el tren o no. Más o menos. Contado aquí a lo mejor gana sonoridad y prestancia, pero la hostia que me llevé careció de lírica. Cuando te calzan un tortazo de ese calibre, se hace un repentino silencio y por un momento no sabes bien qué ha ocurrido. Cuando estás al otro lado y el que la pega eres tú, oyes todo. Oyes hasta el silencio vacío que se le ha metido al otro por los oídos. Sabes que le acabas de despejar las vías respiratorias más rápido que una friega de VicksVapoRub. Y sin frotar.
Cuando yo empecé a jugar en el Seminario, enfrentarte con Ejea era como quedar en un callejón oscuro para hacer la guerra. El campo parecía los Five Points de Nueva York, tal y como lo cuenta Scorsese en Gangs of New York. El año anterior a mi llegada (que en realidad era un regreso), el Seminario y Ejea habían quedado empatados a todo al final de la Liga: puntos, goal-average, número de ensayos. dientes rotos, hostias dadas y pisotones en la espalda de los rivales. Qué sé yo... empate total. Nunca he sabido bien cómo fue aquel lío, pero hubo una impugnación, el caso acabó en la autoridad y el arbitraje legal decidió que el campeón tenía que ser el Seminario. Los chicos de Ejea, gente sentida, se lo tomaron muy mal. El caso fue que durante años ese partido se jugó con una fiereza rayana en lo desagradable. Recuerdo cierta ocasión en que se me ocurrió resbalarme en el apoyo de una melé y bajé la mano al suelo para apoyarme un instante y recuperar el equilibrio: en cuanto la apoyé en la hierba, apenas dos segundos, varias botas del otro lado trataron de pisármela. Así era todo. Juego subterráneo, poco cristiano, cabezazos cruzados en las melés, puños que cortaban el aire en el cuerpo a cuerpo, rodillazos, pisotones, bailes de salón en la carne del contrario, rayas ardientes de tacos en las cervicales, como azotes de Pilatos... Como si la afrenta que he contado no hubiera sido suficiente, en el 99 estuvo a punto de morir un tipo en el campo.
No es una exageración. Ocurrió así. Con el Seminario jugaba Leon, un surafricano de aspecto temible, rapado y corto de piezas dentales; tenía el cuerpo apretado como un bloque de granito, sin aristas ni volúmenes salientes, como si alguien lo hubiera cincelado en piedra para hacerle la cabeza y las extremidades a partir de un tronco rectangular. Se parecía a la Cosa. La cosa, el caso, es que placó a un muchacho de Ejea que intentaba entrar en nuestra línea de ensayo. Yo estaba al lado de Leon. El elemento apenas tomó espacio para el choque. Simplemente se incorporó, dio un paso con el tronco en diagonal y chocó contra el otro. Sin carrera, había desarrollado en ese espacio escaso una potencia atroz. Así que lo frenó en seco y después el chico cayó como un fardo hacia atrás. Se quedó en el suelo y perdió la respiración y no sé si la conciencia. sufrió una inversión de la lengua y un ataque epiléptico. También sangraba por la nariz, producto del golpe o del colapso interior, y fue perdiendo color hasta tomar ese tono azulado que delata la asfixia. Durante casi media hora, el árbitro trató de evitar su ahogamiento y una fatalidad. Lo consiguió, no sé cómo. Después se lo llevaron en una ambulancia y el partido siguió. Yo no pude: me fui hacia la banda caminando despacio y le pedí al entrenador que me dejara marcharme. No podía seguir jugando. Me tumbé al fondo del campo y estuve un rato mirando al cielo, mientras oía los gritos de fondo del partido. Es la única ocasión en que he escuchado una voz. Pero nunca tuve miedo de volver ni he mirado jamás a ver si venía el tren cuando quería llevarme la pelota...
Por suerte, todo aquello ha pasado. Un buen número de chicos de Ejea juegan ahora con nosotros. El sábado jugamos contra ellos y otros, nos pegamos cuanto pudimos y al final nos reímos de lo que nos habíamos pegado; corrimos, nos hicimos el pasillo cuando terminó el partido (en los años negros no querían ni ir al pasillo, que es casi sagrado), nos fotografíamos mezclados y bebimos juntos. Toda la escena me parecía la caída del Muro, el partido Irán-Irak, el abrazo de palestinos e israelíes, la supresión de la franja de Gaza... Me gustó ir a Ejea, aunque todavía detesto perder en Ejea más que en cualquier otro lugar; pero perder es una posibilidad cuando uno sale a jugar. Lo que no cabe es el deshonor. Era un amistoso y la palabra amistoso no tiene significado en el rugby. Aceptarla es como quedarse mirando a la entrada de un ruck.
El rugby no es un juego, es un oscuro privilegio. Los que hemos estado ahí siempre podremos decir que hubo un tiempo en que jugamos al rugby. Yo diré que era el 1. Aún soy el 1. El dedo índice de la mano derecha.
10 comentarios
david -
Cuando acabe la temporada pasada en el ordicia y pensé en que club jugaría yo esta temporada en el ejea o en el seminario no lo dude ni por un instante yo quería jugar con esa panda de borrachos y juerguistas del seminario de tarazona me siento muy orgulloso sabiendo que soy pilier del seminario
Cuando en el vestuario antes de un partido miro a mi alrededor viendo las caras de mis compañeros el ritual de vendas y precalentamientos se que vamos a ganar el partido lo preveo en sus miradas, hoy en día me siento afortunado de llamarte compañero y ponerme de 3 contigo en la mele.
Firmado: el que se pone 2 puestos mas a tu derecha en la mele
salva bengoechea -
Mi hijo 20 años despues juega tambien de 3,orgulloso que me senti,me costo a sus 14 años hacerle ver q su puesto era importante,que no era el lugar donde ponen a los gordos ,ni a los torpes,le lei un articulo de una revista francesa,que les llamaban demenageurs,o lo que es lo mismo,encargados de las mudanzas,pero de las de antes,no con grua,sino de esos que bajaban el armario por escaleras estrechas y si te descuidabas hasta el piano de cola.
Ahora estoy orgulloso de mi hijo por doble motivo,por ser pilier,y por haber cogido el sentido del puesto.
Y ahora es cuando juega en la seleccion de euskadi y estuvo en Tarazona,precisamente con la española.Ahora es cuando mejor juega,porque lo siente,se ha convertido en un chaval de 16 años,duro,noble y trabajador,ahora es PILIER.
tony -
es imposible no engancharse a un deporte coom este, imposible.
Mornat -
A la manera del D10S que funciona como acrónimo de Maradona, de ahora en adelante nos referimos a don Francisco Enfedaque como K1K0. Le voy dando aviso a Carmelo para que indique a las bordadoras que nuestro hombre en la línea de tres cuartos ha de llevar impresa sobre su ancha espalda la susodicha leyenda.
Nuha -
Por cierto, en el rugby, como en la vida, -o en la vida como en el rugby-, a menudo es el miedo a perder el que conduce a la derrota, así que, chicos, dont even think about it!
A mí también me gusta el 1 seguido del 0, Kiko. Ese era mi número en los deportes de equipo. Buenos tiempos aquellos...
tony -
Como dato, por si no lo sabiais, decir que el chico de ejea que chocó contra Lyon, falleció, creo que en el himalaya, el año pasado o hace dos.
Interesante apreciación sobre la limpieza de los rucks. Tras unos cuantos años y infinidad de golpes, me he dado cuenta de que en el rugby, como en determninadas situaciones de la vida, el llegar a verlas venir a un sitio puede ser catastrófico. Puede que ahora que voy sin miedo a arrasar con lo que hay delante me lleve algún moratón de mas, pero he comprobado que lo mas doloroso era que alguien te arrollara porque tu estabas paradito viendolas venir.
No me puedo retirar sin destacar la labor de nuestro hugo porta particular. Aparte de tirar a palos con una elegancia digna del mejor apertura, nuestro "wilkinson de la puebla", con sus mas de 100 kilos, se meó a toda la tres cuartos del fenix con dos amagos hace tres fines de semana. La enganifla por fin surtió efecto, y que efecto. Bocatti di cardinale señores.
Larga vida al seminario y a sus gentes.
Mornat -
Eduardo -
Por otra parte, creo que está demostrado que un apertura de más de 100 kilos tiene tendencia un solo tipo de juego ;-)
Chao
Mornat -
Kikone -
A mi no me gusta ser el 1. Siempre que coincidimos, tú y yo, en la primera línea del Seminario y nos asignan las camisetas cambiadas, se produce el intercambio entre la camiseta con el número 3 y el 1. Nadie pregunta por qué, ni aún nosotros mismos. En silencio nos las cambiamos y punto.
Cuando yo me reinicié en el rugby (y digo bien porque estuve jugando con 10 hasta los 12 años en Villamayor, lo dejé y a los 15 lo retomé hasta ahora...), la persona que me animó a volver a jugar en aquel equipo (J.A.R. del Instituto Rio Gallego), jugaba de Pilier Izquierdo, de número 1.
Toño Malandía, falleció con 17 años tal día como hoy 28 de enero de 1991, en accidente de moto. Con mi moto. Se la dejé porque la suya se estropeó en La Puebla y vivía en Pastriz. Cuando volvía a La Puebla por la tarde con el material para reparar la suya, una carretilla que salió sin mirar en la Avda. de Santa Ana de Pastriz, le segó la vida.
Fue un palo tremendo. Por acuerdo común entre el entrenador (Antonio Monge) y de todos los jugadores (algunos de ellos todavía jugamos en el Seminario), el número 1 de la equipación del J.A.R. se le regaló a la familia de Toño y ese dorsal se retiró.
Una de mis ceremonias particulares (como los toreros antes de saltar al ruedo), es mirar al cielo justo antes del pitido inicial y pienso (Va por ti, Toño). Por eso, en el reparto de camisetas, cuando a mí me asignan el 1, nunca la acepto, no me corresponde. Para mí el 1 era Toño Gracias a Dios, ese dorsal, ese Espíritu, resucita en cada partido para reencarnar esa actitud, ese loose-head pro que tan bien has descrito antes.
Aunque también he de decirte que últimamente, aunque muy ajustada, me está gustando como me queda el 1 seguido del 0. Aunque sería motivo de otro articulo hablar de un pilier, jugando de apertura...
Kiko