Un poco de House, un buen día
He pensado en el sol de marzo, un sol joven que me encanta y al que hay que ir a buscar no de frente, sino pegándose a las paredes, palpando las tapias a sotavento, espacios donde este cierzo nuestro no se enseñorea, queda tras las puertas y permite que el sol sea rey. Hay que ir a buscarlo ahí, entre la ciudad y los muros de adobe, en esquinas resguardadas. Quizás hay que acechar sigilosamente a un gato a media mañana entre los jardines, vigilarlo como si él fuera el hombre y nosotros el animal, descubrirle el cado de la siesta, generalmente sobre un poyete o contra una pared. Y ahí solazarse en este marzo que mayea, como anuncia el refrán.
-Ahí no hay nada -dice Cameron, la chica. Y ladea un tanto la cabeza para auscultar con gesto de desaprobación una botella de bourbon que descansa, después de un buen tute, junto a la pantalla.
-Deja de mirar la sospechosa botella medio vacía de whisky y fíjate en esto -le dice House. Y tras una de sus maravillosas pausas, agrega-. Vosotros también, chicos: vais a ver por qué me pagan tanta pasta...
-¿Lo hago?
-Hoy sí.
-Bueno... eso descarta el racismo: ayer también eras negro.
Pensaba en eso, en tomar la bicicleta que no tengo y pedalear hasta la ribera del río. Bajar al río un poco filosóficamente, claro, pedalear con la estupenda biografía de Capote que ella me regaló en un silbido de amor, y entre el río, el sol de marzo, la tarde y Capote (le debo un texto o miles, le debo tantas cosas...), suplantar la tristeza de esta semana por un gran día. Un buen día, como la canción de Los Planetas. Esa canción de (des)amor que dice: "Me he despertado, casi a las diez / y me he quedado en la cama / más de tres cuartos de hora... / Y ha merecido la pena. / Ha entrado el sol por la ventana / y han brillado en el aire / algunas motas de polvo; / He salido a la ventana... / y hacía una estupenda mañana". Hay que oírla de vez en cuando para saber que seguimos vivos y que salimos vencedores, como no podía ser de otro modo, de aquellos días de tristeza y abandono, de soledad, de desamor. Vivos por pequeñas cosas como este buen día, por alegrías minúsculas como el sol en la ventana, y las motas de aire, que son respiradores artificiales en la sinrazón.
Pensaba en eso y en escribir de amor en el cine. No de películas de amor, sino de escenas o pasajes de amor propios en un cine. Las películas, los instantes, ellas. Entonces, cuando ya tenía todo decidido, ha aparecido ’House’, la serie de la Fox, a la imprevista hora de las cuatro de la tarde. Porque yo la veo siempre en el horario nocturno, pero encontrármela en un momento inesperado casi me ha hecho dar un respingo de alegría. Es como terminar de comer, recostarse en el sofá sin nada que hacer y, pasando canales, encontrar un viejo partido de Maradona, la final de la Recopa o ’El hombre que mató a Liberty Valance’. O ’Beatiful Girls’... y la princesa Amidala en un pueblecito, en la casa de al lado, patinando en el lago helado con chaqueta de cuadros. En cuanto he visto a House he adivinado que éste sería un buen día.
No me equivocaba. He visto el mejor episodio de ’House’ que conozco. La serie va creciendo muy leve e imperceptiblemente, como uno de esos bultitos que matan y de los que tanto se habla en sus episodios. Pedrito me dice que le gusta aunque a ratos le parece algo lineal, esquemática, y es verdad porque yo también lo pensé al principio. Pero va destilando una finísima línea de rigor en el guión, que cada día agrega más viveza a los personajes, ahora rugosos, enteros, reconocibles. La serie va más allá de la escenografía médica, de la singularidad de los casos, de la tensión sexual entre el doctor House y su ayudante, la adorable Alisson Cameron (un truco poco original pero bien llevado, resuelto con mucho gusto y más sutileza) y de las ingeniosas frases y tramas del doctor. En una escena de este magnífico capítulo, titulado ’Luna de miel’, House conjetura un primer diagnóstico para el marido de su ex mujer (!) a partir de una imagen en la que aparentemente no se ve nada anormal. Es madrugada pero, orgulloso del descubrimiento, el doctor saca de la cama a sus tres ayudantes: el listillo australiano, la niña y el negrazo... según su propia categorización. Desganados, los tres se enfrentan a un típico examen de House. El diálogo es éste:
-Observad esto.
-Ahí no hay nada -dice Cameron, la chica. Y ladea un tanto la cabeza para auscultar con gesto de desaprobación una botella de bourbon que descansa, después de un buen tute, junto a la pantalla.
-Deja de mirar la sospechosa botella medio vacía de whisky y fíjate en esto -le dice House. Y tras una de sus maravillosas pausas, agrega-. Vosotros también, chicos: vais a ver por qué me pagan tanta pasta...
Y les revela el mal del paciente. Como me dice Pedro Luis a mí cuando se me ocurre un tema con el que solucionar un día difícil: no te tendrías que morir nunca. Pues ese guionista, igual. Que se haga un seguro de crionización, ya.
Descubrí a Hugh Laurie, el actor que interpreta a House como si fuera el mismo House, en un clásico programa de la BBC inglesa, el año que viví en Londres. Se llamaba ’A bit of Fry and Laurie’. Fry era Stephen Fry, actor, escritor, humorista, guionista, qué sé yo qué más. Hugh Laurie era su pareja cómica, currículum similar, de Renaissance Man, como dicen allí: hombres diversos del Renacimiento. Diletantes aventajados, tal vez. Se conocieron en la Universidad de Cambridge a través de Emma Thompson, la actriz (todos son los amigos de Peter, y tal), cuando Fry buscaba partenaire para un espectáculo de pantomima que se traía entre manos. Su colaboración se prolongó durante años y ’A bit of Fry and Laurie’ (lo que significaría ’Un poco de Fry y Laurie’, como los ingredientes de una receta culinaria) se tornó un clásico perdurable.
Era un programa difícil, sobre todo si uno no hablaba (y entendía) MUY BIEN el inglés. Alejados del estilo de los Monty Python, que habían marcado el humor británico moderno con la absurda inteligencia de su programa ’Monty Python Flying Circus’ y las famosas películas del grupo, Fry y Laurie hacían humor verbal. Le descubrían al idioma inglés, a cada palabra, a las frases, decenas de significados que uno ni siquiera podía intuir. Jugaban con los fonemas para convertirlos en otra realidad contradictoria y divertida. El suyo, desde luego, era un juego de alta alcurnia, el tipo de humor que uno esperaría de dos brillantes alumnos de Cambridge. Eso que yo llamo ’la mirada oblicua’.
Hugh Laurie nunca fue un tipo común. House no lo es. Hay algo del viejo programa en el modo en que House practica el sarcasmo:
-¿Por qué te metes conmigo todo el tiempo? -le pregunta Eric Foreman, otro de sus ayudantes.
-¿Lo hago?
-Hoy sí.
-Bueno... eso descarta el racismo: ayer también eras negro.
Me sorprendió ver aparecer a este actor fuera del ámbito británico (algo endogámico) y en una serie de tanto éxito en tantas partes. Seguramente la explicación es sencilla y yo la desconozco. De cualquier modo estoy dispuesto a considerarlo el mayor acierto de casting en una serie de televisión desde que Edward Asner hizo de Lou Grant.
La tarde ha palidecido un tanto, borrada de nubes. Pero aún es un buen día. Voy a comprarme una bicicleta.
* Foto: Hugh Laurie y Stephen Fry, jóvenes funambulistas del idioma, en su célebre programa ’A bit of Fry and Laurie’.
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