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Somniloquios

Reacción suicida

Reacción suicida

Real Zaragoza, 2-Levante, 2

 

El Zaragoza vuelve a la vida con tres defensas - El Levante ganaba 0-2 al descanso - Celades inspiró el empate - El equipo de López Caro perdonó todo

 

Aficionada a la paranoia, La Romareda vio un partido de cuatro caras: dos del Zaragoza y dos del Levante. Demasiado para una sola tarde. Cuatro caras, cuatro goles. Primero los del Levante, cuyo ejercicio de muralla articulada dejó al equipo aragonés como una piltrafa; después los del Zaragoza, que regresó a la vida de entre los muertos por una de esas iluminaciones que han hecho de Víctor Fernández un entrenador singular. Dejó tres atrás e invitó a los suyos a jugar a los héroes. ¿Y a quién no le gusta ser un héroe? Así que el partido se convirtió en un duelo entre la teoría aplicada de López Caro y la intuición animal de Víctor. Eran como Spassky y Bobby Fischer en Islandia, sólo que afeitados.

Como suele ocurrir en el fútbol, todo el mundo tuvo razón en algún momento. Eso determinó el empate. Primero se impuso el tratado de López Caro en el medio campo; y luego ese impulso casi artístico de Víctor. Desesperación obligada, sí, pero había que hacerlo gestionando el tremendismo y sabiendo que cabía la posibilidad del feliz suicidio. Desde luego, no resultaría justo olvidar que al empate contribuyó tanto la resurrección aragonesa (personificada en Celades, D’Alessandro y Sergio García), como el empeño del Levante en fallar goles cuando el Zaragoza iba al asalto como una pandilla de bandoleros embriagados.

Hay quien considera de forma peyorativa la teoría, que puede tomarse como mera especulación, vulgo milonga. Ponerse teórico en el fútbol siempre estuvo mal visto. En este juego no se acepta lo que no se ve, y eso que se puede ver cualquier cosa. Tampoco se acepta bien que uno se ponga religioso, o se acepta con una media sonrisa de conmiseración. López Caro es un hombre teórico y un hombre religioso. López Caro teoriza en el Levante con un grupo heterogéneo de buenos y musculados futbolistas. López Caro, el tío que se tragó el sapo del 6-1. Puede que entrenar al Madrid y entrenar al Levante sea lo mismo, en esencia; pero no es lo mismo dirigir al Madrid y dirigir al Levante. Dijo esta semana: “Sé la teoría para ganar el Zaragoza”. Y aunque nos dieron ganas de ironizar, de verdad López Caro sabía.

Se lo explicó a los suyos, le hizo un círculo rojo a Aimar sobre el nombre en tiza y el Levante le metió dos en 45 minutos a ese muerto de gominola que fue el Zaragoza. Había un personaje graciosísimo en París-Tombuctú, la película de Berlanga, un Juan Diego que hacía de desastrado agente de jugadores de regional y afirmaba despechado: “Me he pasado al mercado del este, porque los negros no defienden”. Esa broma canalla no vale para el Levante. Juega con vigor, disciplina y calidad. Si no se deshace por dentro, será un equipo muy interesante.

Golazos. En el primer tiempo hay que hablar del Levante para hablar del Zaragoza, lo que viene a explicar el partido. Las dos versiones del Levante no fueron en verdad tan distintas entre sí; había al menos un asentamiento teórico común, una idea. López Caro, claro. En la primera parte Camacho interrumpió a Aimar e hizo un golazo que, bueno... no le correspondía. Lo suyo era el trabajo sucio: interrumpir, cortar, pegar, patrullar el barrio con N’Diaye y pedir la identificación al que pasara. Pero vamos, fue un golazo. A Camacho le llovió un balón al borde del área y Camacho construyó esa volea memorable. El gol de Camacho es una historia que contar a los nietos cuando lleguen los días de la mantita en las piernas: “Chicos, un día maté a Aimar y además me puse estupendo y clavé un golazo. Pásame el optalidón...”.

Los demás también podrán contar que contribuyeron al apagón general de un Zaragoza contemplativo, al que apenas soportaba Zapater con un esfuerzo ascético en el medio campo. El segundo gol terminó por ser una consecuencia lógica, porque el Zaragoza se moría y además parecía que le daba cierto gusto: no acertaba a reaccionar y tampoco ponía mala cara, como de disgusto. Sin embargo, a los 25 minutos Víctor ya mandó a calentar a Óscar y Celades, y eso anunciaba el cambio de Ponzio. El argentino había largado un pelotazo fantasma a la línea, pero él y Aimar se llevaron la peor parte del día. Hay quien ya grita que el Zaragoza necesita más creatividad en La Romareda. Celades agregó razones, si lo miramos así. Veremos qué piensa Víctor Fernández.

Vuelta a la acción. Mientras Víctor ya imaginaba el segundo tiempo, llegó el jugadón de Ettien que terminó Kapo. Estupendo futbolista, hay que decir. Con el balón y sin él, de los que saben dónde hay que ir. En ese 0-2, el Levante expresaba una eficacia quirúrgica que luego perdería, para su condena. Cuando Víctor dejó tres defensas (aunque Diogo valió por dos), los levantinistas se pusieron golosos y fueron a por el caramelo con los ojos en blanco, como un oso a por la miel, tirando zarpazos. Se deshilachaba el Zaragoza en su fantástica demencia y salían en tropel cinco o seis jugadores del Levante al contraataque, anunciados por un galope como de manada de ñus en campo abierto, una percusión grave y profunda. Pero Riga, Tomassi y Kapo se empeñaron en que no marcaban. Y no marcaron, oye. Ese error de indulgencia animó la crecida aragonesa, un clásico en la escenografía de los zaragozas de Víctor. Este equipo cree tanto en su gracia que a veces olvida la necesidad de otras virtudes. Tiene el carácter alegre y frágil, cambiante. Por ahora juega medios partidos y con eso no basta. Con medios partidos alcanza para la clase media y la media tabla. Si quiere más, debe dar más. Regularidad o solidez. Términos feos, como Tomassi, pero necesarios.

 

En fin, el empate lo inspiró Celades con su guante de seda, como avivando el debate del medio campo. También hizo el 1-2 en un disparo mordido que Molina no alcanzó. Contribuyó asimismo Sergio García, que le dio velocidad punta arriba y puso otra carta sobre la mesa. Ewerthon vive en el área y es su vida; Sergio goza de un estado espumoso y juvenil que lo hace ahora mismo un jugador considerable. Y desde luego ayudó D’Alessandro, con su imaginación de dibujo animado y esa agilidad gomosa de las piernas. Subido en el entusiasmo, el Zaragoza le hizo al Levante el asedio de Stalingrado. 45 minutos a toque de corneta en estado de delirio. Hubo un penalti por mano de N’Diaye y un manotazo vulgarísimo a Sergio Fernández. Los dos se los comió Teixeira con la alegría despreocupada de los malos árbitros. Luego Diego Milito firmó el empate y tal. En el fútbol el valor de los puntos es como el tiempo, una cosa relativa. Al final nadie supo cómo tomárselo.

Diario AS

www.as.com

1 comentario

Jeremy North -

Yo me lo tomé a mal. La debilidad del conjunto que ha montado Víctor F. me desespera. No se puede jugar con un rombo si dos de sus miembros no defienden ni con la mirada. Si el Real Zaragoza necesita el balón en su poder para mostrar su ataque letal y resulta que no lo tiene porque sólo tiene a un jugador con capacidad para robar balones, entonces no me sirve una táctica como la de Víctor, interesante en la teoría pero dañina en la práctica.

¡¡¡Doble pivote yaaa!!! (pero no el de Paco Flo...)