Román Riquelme por Sergio López
Desde mediados de agosto, el diario Equipo publica cada domingo una serie de retratos sugeridos y escritos por Sergio López. Yo creo que valen al menos un cuarto del euro que cuesta el diario. Los acompaña una singular ilustración que me permito la libertad de usar también en esta ventana, para no mellar el conjunto siquiera en lo mínimo. Este primero (no respeto el orden cronológico) supone una mirada detenida sobre la detenida figura de Román Riquelme, uno de los artistas más lúcidamente premiosos que dio el fútbol. El artículo es un rotundo homenaje a los futbolistas diferentes. Todo homenaje lleva implícita una defensa. Sé que López lo puede escribir con los ojos cerrados. De hecho, a estas alturas creo que lo hace.
El torero impasible
La pelota debajo de la suela. Siempre. Y él al trote cansino, no sea cosa que alguien se confunda y crea que lo suyo es producto del gimnasio y la dieta. Juan Román Riquelme parece salido de un noticiero antiguo, de cuando el Nodo distribuía borrosas noticias sobre la marcha del fútbol argentino. Sólo le faltaría ser calvo, dejarse crecer un bigote manubrio y lucir esos pantalones que caían por debajo de la rodilla. Lo cierto es que su estilo pone de manifiesto un hecho particular que pasa desapercibido de tan general: muy pocos saben jugar bien al fútbol. Increíblemente, esta evidencia se ha vuelto en su contra, ha derivado en una suerte de investigación policial. ¿Se adapta al ritmo europeo? ¿Puede liderar a la selección argentina? Estas preguntas, recurrentes como caballos de tiovivo, tienen el mismo rigor lógico que la del huevo y la gallina: pueden contestarse de cualquier forma; todo depende de la habilidad del orador y la paciencia del auditorio. En el caso de Riquelme es peor quizá, porque las respuestas tienden a multiplicar las preguntas.Riquelme se presentó ante la afición europea durante la final que jugó Boca contra el Real Madrid por la Intercontinental 2001. Aquella noche le pegó un baile inolvidable al mediocampo merengue, especialmente a Makelele, que salió de la cancha girando como un trompo. Los directivos del Barcelona se entusiasmaron y compraron su pase para que repitiera la hazaña en el Nou Camp. Parecía un negocio redondo. Entonces ocurrió el puntual milagro: le pidieron que cambie. Comenzó a hablarse de problemas de velocidad, falta de adaptación. Nadie se preguntó por qué debería cambiar de hábitos el mismo jugador que acababa de ser contratado justamente por sus hábitos; en cambio le recomendaron que corriera, que se apurara, en fin, que se convirtiese en otro. Y lo cedieron al Villarreal.Algo parecido ocurrió con Diego Maradona un par de décadas atrás. La secuencia fue idéntica: compra millonaria, problemas de adaptación, traspaso. Pocos advirtieron que una cosa estaba vinculada con la otra, que la compleja y explosiva personalidad de Maradona era una prolongación de su complejidad como futbolista. Fue célebre el enojo de Udo Lattek, técnico blaugrana en aquella época, ante la negativa del Diez a corretear por el campo con una pelota llena de arena. El alemán no entendía que alguien se le sublevase ni lo antinatural que le resultaba a su dirigido esa carrera en el vacío. “Cada ronda que pasábamos en la UEFA las pelotas de Lattek eran más pesadas”, fue el lacónico recuerdo de Diego. Quizá resulte exagerado comparar a un excelente jugador como Riquelme con el que probablemente fue el mejor de todos; sin embargo, los casos se tocan y se confunden. Ambos fueron ídolos en Boca; ambos encontraron resistencia en Barcelona y tuvieron que empezar de nuevo en un equipo chico. Todos sabemos cómo terminó la primera historia, con el Diez recolectando títulos de todos los colores para el Nápoles.Por lo pronto el Villarreal le dio a Riquelme la posibilidad de jugar como lo hizo siempre, como un torero impasible. Y Riquelme puso al Villarreal en el mapa. Su equipo practica un fútbol agradable, tiene delanteros peligrosos y viene de jugar una semifinal europea. El posesivo en este caso es literal; el equipo ‘es’ de Riquelme. El juego, las ideas, hasta las esperanzas del Villarreal pasan por él, absolutamente. Casi lo mismo ocurrió con la selección argentina durante el Mundial. Es verdad que Argentina tuvo un juego discontinuo, pero también lo es que perdió en octavos, contra el anfitrión y en la tanda de penaltis, después de un par de Mundiales donde no había pasado de la primera ronda. El líder intelectual de ese progreso fue Román.Más allá del análisis queda la felicidad de ver a un gran futbolista. Lento o rápido, abúlico o inspirado, Riquelme siempre justifica su presencia porque encarna lo más genuino del fútbol: la idea de juego. No hace mucho dijo Jorge Valdano: “Riquelme es un jugador raro en los tiempos que corren. Le interesa más el juego que el gol”. Es cierto. Ante todo le gusta jugar y hacer jugar, guardar la pelota bajo la suela, acariciarla, mostrarla, esconderla, meter un cambio de frente o un pase de ángulo imposible. Son actividades sedentarias porque para realizarlas es necesario dominar el arte, como los toreros. Nunca nadie vio a un buen torero corriendo.
2 comentarios
Tanque -
Y dale Looooo, dale dale Looo / Y dale Loooo, dale dale Looooo".
Aguante López todavía!!!!
La Doce -
¡Gracias, Tanque!
La Doce.