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Somniloquios

De jardines ajenos

El amor, o lo que sea, según Luis Racionero

El amor, o lo que sea, según Luis Racionero

Por su interés social, reproducimos a continuación la entrevista que Víctor M. Amela le hizo ayer en La Vanguardia al poeta y ensayista Luis Racionero, que acaba de publicar Sobrevivir a un gran amor, seis veces, volumen de memorias sobre su vida afectiva. Somniloquios anota que, sin menoscabo de mejores opiniones, La Vanguardia es el único diario nacional que se puede leer a) sintiendo que los periodistas AÚN saben escribir con conocimiento y gusto; y (sobre todo) b) disfrutando de que no lo traten como a un bobo sino como a una persona inteligente, libre de opiniones maniqueas y absolutismos ideológicos (o partidistas, debería decir). Dicho eso, conjeturo que la incomodidad del entrevistador con las respuestas de Racionero parece descubrirse en el titular, que me parece una opción menor frente a otras posibilidades que incluía el texto. Dice Luis Racionero:

"Mi madre me hizo machista"

Tengo 69 años. Nací en La Seu d´Urgell y vivo en Barcelona. Soy escritor. He vivido en pareja seis veces, y hoy vivo como un ermitaño. Tengo un hijo y una nieta. ¿Política? Soy un liberal inglés, a lo Isaiah Berlin. Soy taoísta, busco armonizarme con la naturaleza

¿De cuántas mujeres se ha enamorado?
De cinco.

¿Con cuántas ha convivido?
Con seis.

¿A cuántas dejó?
A tres.

¿Cuántas le dejaron?
Tres (una no me dejó dejarla, para dejarme luego). ¡Empate!

¿Se siente despechado?
La última me dejó tirado una víspera de Navidad: "Lo nuestro no tiene futuro". ¿Tanto le costaba decírmelo por Reyes? Eso duele. Estuve despechado, sí, pero hoy puedo comentarlo riéndome de mí mismo.

¿Ha vuelto a emparejarse?
He tirado la toalla de la convivencia con una mujer. Vivo como un ermitaño. ¡Al fin, he aprendido a estar solo!

"El mayor mal del hombre es no saber estar solo en una habitación", dijo Pascal.
Alguna noche, en la cama, siento añoranza de pareja, y entonces me digo: "¿Acaso querrías tener aquí a Fulanita?". ¡No! "¿Y a Menganita?". ¡No! ¡No! Y así me repongo.

¿Y cómo resuelve su pulsión sexual?
Como la han resuelto siempre los monjes.

¿La convivencia mata el amor, pues?
Sí. El roce diario desgasta. Te enamoras y buscas convivir: convives y te desenamoras.

¿Y si hoy vuelve a enamorarse, qué?
Me sé todo lo que puede pasarme con una mujer, conozco sus patrones de conducta.

Compártalos, si le place.
Uno: te hace creer que te las has ligado, cuando es ella la que elige. Dos: te hace creer que fornicas bien, cuando en la cama de una mujer todo hombre es un inválido.

Va bien saberlo...
Tres: la mujer te hace sentir culpable por sistema, para poder cobrártelo luego.

¿Es usted machista?
Mi madre me hizo así, por desgracia. Las madres hacen machistas a los hijos desde niños, y la mía lo hizo conmigo.

¿Cómo?
A mí me gustaba la cocina, pero mi madre me expulsaba: no me enseñó a cocinar, limpiar, lavar, planchar, hacer la cama...

Suena a excusa.
Ojalá las madres dejasen de fomentar la inutilidad doméstica de sus niños y dejasen de jactarse de que "mi niño las trae loquitas"..., pero persiste la conspiración femenina para hacer de los hombres unos inútiles.

¿De qué conspiración me habla?
La madre programa al niño para ser dependiente de una mujer. ¡La madre prepara a su hijo para la futura nuera! Y el niño, de adulto, obedecerá a la esposa como a una madre.

Alguna responsabilidad tendremos...
Somos manejados por el arte supremo de las mujeres: acabas suplicando hacer lo que la mujer íntimamente deseaba que se hiciese. "Vale, lo haré por ti", concede entonces ella. Y él queda en deuda. ¡Magistral! Los hombres deberíamos aprender a hacer esto.

¿No sabemos?
El hombre debe feminizarse, adoptar habilidades femeninas. Sería más autosuficiente, emotivo, detallista y mejor cuidador.

¿Y qué debería hacer la mujer?
Encontrar la manera de dar ventaja al hombre. Al ser ellas superiores, sólo si nos diesen ventaja podríamos ser iguales. Si no, la mujer vivirá en un mundo de capados.

¿Capados?
La mujer ha logrado salir de casa para independizarse del varón y para construir su vida, feliz logro. Pero eso ha descolocado al hombre: el triunfo de la mujer ha dejado, pues, un mundo de hombres mutilados. Y agresivos, algunos, por impotencia. ¡Y vivir en ese mundo no es nada agradable para las mujeres! Deberían hallar el modo de ayudarnos a salir adelante, o si no...

¿O si no, qué?
Las mujeres acabarán tratando sólo con mujeres, y clonándose. Y los hombres, mirando fútbol. Y los hijos, malcriados por madres haciéndose perdonar por estar fuera.

¿Cómo deberían educar a sus hijos?
Adiestrándolos a no depender de una mujer cocinera o mujer asistenta, y enseñándoles que amar a una mujer no es poseerla.

¿Ha hecho alguna tontería por amor?
¡Por amor se hacen sólo cosas amables! Por celos y orgullo herido, en cambio, sí se hacen tonterías: yo le disparé a la ventana del poeta Panero por ligar con mi pareja. Quise asustarle, y se asustó y se largó del pueblo. Mi pareja no me lo perdonó y me quemó el original de mi novela Cercamón...

¿Mantiene tratos con sus ex mujeres?
Con algunas, sí. Con otras no, por engaños y falsedades imperdonables.

¿Qué cree usted que quiere la mujer de un hombre?
Seguridad, controlarle y quedarse con todo.

Hombre...
Seguridad: busca a un hombre espabilado, con recursos y medios. Control: una vez lo tiene seducido, juega a cambiarle (es su ludopatía). Y por ahí yo no paso: rompo. Y entonces ella quiere quedarse con todo: ya he asumido que mi karma en esta vida es poner pisos a mujeres, dejarlas bien situadas.

Diría que es usted algo más misógino que misántropo.
Día sí y día no. "Mire, las mujeres son para mirarlas de lejos y sólo a algunas, de cerca" me dijo una vez el gran Josep Pla.

¿Cómo debería ser una mujer para interesarle?
Intermitente. Aparecer durante tres semanas y desaparecer durante otras tres.

Matices

El chavo cruza la plaza San Felipe, abrigo de paño marrón y corte clásico, rizo largo aplastado con gomina, móvil en la derecha mientras la izquierda pendulea en compás con un tranco contemplativo, como si alguien lo estuviera mirando caminar. Le aclara a la persona del otro lado del aparato:

"Desde luego, cuando yo estuve no era tan cutre. Bueno... era cutre, pero no cutre salchichero".

Monegros, capital Washington

Monegros, capital Washington


Hace tiempo que le debo al (e)lectorado de Somniloquios una breve o larga historia sobre los dos personajes más extraordinarios que me he cruzado en mi vida profesional: Mariano Gistaín y Roberto Miranda. Hay que decir que, en verdad, son los únicos extraordinarios, porque la grandísima mayoría de los cientos de periodistas que he conocido se caracterizan por la mediocridad, la convención y lo previsible, además de un peligroso desapego por la realidad, muy curioso dada la profesión. Los periodistas somos mayormente así: nos asombran cuestiones de lo más triviales, a veces, y además hacemos colectivo nuestro asombro con grandes titulares y páginas completas. Yo me incluyo aunque no soy nada corporativo, como se ve; pero es que algunos se hacen los interesantes con un arte envidiable, como si el periodismo fuera más complicado que poner un cohete en Marte. Gistaín y Miranda, sin embargo, habitan en una dimensión paralela a medio camino entre una modesta genialidad y una locura muy amable, miscelánea a la que yo tuve acceso durante años en el Periódico de Aragón (el único diario en el que aprendí algo útil hasta que felizmente llegué al AS, donde pude liberarme de un interludio que no me enseñó nada, aunque sí me ofreció una vista detenida de las cloacas de la zafiedad profesional y personal, que de eso también se aprende...). En fin, que me voy del tema. Prometo hablar de aquellos dos fenómenos un día de éstos, despacio, con cuidado, cariño y admiración. Hoy dejo sólo el último artículo de Mariano acerca del proyecto Gran Scala, ese Las Vegas monegrino que nos tiene asombrados. El argentino López ya propuso hace años que los aragoneses entregáramos la gestión de nuestra realidad a Cataluña (sin una cesión patriótica, desde luego, y menos ahora tal y como andan las cosas), sólo con el fin de llegar a algún lado y no soportar esta impresión permanente de que aquí en la ciudad del viento y sus alrededores nada se mueve, y que siempre permanecemos en el mismo punto de la eternidad, discutiendo sobre los mismos problemas y esperando las mismas cosas. En su artículo de hoy en el Periódico, Mariano propone una solución paralela a la de López y aún más atrevida (y pragmática): adscribirnos a los Estados unidos, dado que en el Gobierno de Madrid se toman todo por el pito del sereno y sólo les importan las cosas de siempre. Lo he leído nada más levantarme y me he reído. Como suele ocurrir. La capacidad de Mariano para deformar el lenguaje y convertirlo en un organismo vivo, mezclada con su ingenio para hacer pasar la realidad a través de ese lenguaje y reducirla a su verdad más simple y oculta, siempre me han fascinado. Ahí va la pieza. Y la idea...


Mandar el impreso a USA


A ver si las Cortes de Aragón envían pronto la solicitud de Estado Libre Asociado y Estados Unidos nos acoge en su seno más o menos oficialmente. Con el Vaticano no hay nada que rascar. Nos da la razón jurídica para que devuelvan los bienes, pero es un paripé retórico: a la hora de la verdad, no ejecuta. Hace la vista gorda ante el incumplimiento de esa sentencia. La Euroregión no mola. Europa está de cenas. Y España hace tiempo que se ha olvidado de Aragón. Para España, Aragón no existe. En vez de pagar una miserable deuda, como ha hecho con otras comunidades, forma una comisión. Y encima pone al frente de esa comisión a un nativo de Zaragoza. España le forma a Aragón una comisión que es como un pelotón de fusilamiento burocrático, un fusilamiento diferido, con las balas tipo Matrix. Este máximo desprecio y esta cobardía de no saber decir "no", es la peor afrenta. Andalucía y Galicia se hacen la foto y se llevan el cheque. Madrid gestiona Aragón como en tiempos de Franco, con comisiones, es como si no tuviera representantes: ZP no los recibe. No es extraño que estos representantes electos se busquen la vida en el mercado libre.

Sólo nos queda la metrópoli, que al menos tiene tradición y coches y conserva un cierto glamour residual. El ejecutivo autónomo ha visto que para acoger a todos esos casinos que proyecta virtualmente Gran Scala no basta con repartir bolígrafos por los Monegros. Al ponerse a mirar las leyes que hay que enmendar para despenalizar el poker se ve que lo más rápido es convertirnos en Autonomía Libre Asociada de USA. Ahorramos en tipex y en chapuzas jurídicas. No compensa retocar todas esas leyes, incluyendo el último Estatuto, ya obsoleto. Se puentean por arriba entrando en la gran familia de Los Simpson y Los Soprano. Aragón quiso hacer marketing ante Napoleón, pero esa gesta, aparte de destruirlo todo, no atrajo ni a un turista. Fue un marketing erróneo, mal enfocado y, sobre todo, carísimo.

Ahora estamos a punto de perecer en pluriespaña, con alegría y buen rollo, pero fabricando madalenas y ferralla. Investigando lo justo, y manteniendo el inglés como asignatura de relleno. Sin grupo mixto en el Parlamento, no llega ni una peseta. En Madrid, las partidas para Aragón se cuentan aún en pesetas. Hay que mandar esa solicitud cuanto antes.

El amor...

El amor...

...según André y Dorine Gorz

El filósofo vienés Andre Gorz y su esposa Dorine se conocieron hace casi sesenta años, en un baile en Saint Sulpice, en París. Nacido en Viena en el seno de una familia judía, Gorz conoció el rechazo, el desarraigo, el destierro. Conoció también a Sartre y el existencialismo. Conoció a Dorine y durante 58 años vivió pensando, escribiendo y amándola, protegido por la indudable consideración de un amor que ambos mantuvieron intacto a través de seis décadas. En 2006, ya ambos ancianos octogenarios, Gorz escribió Carta a D. Historia de un amor. La iniciaba con estas palabras dedicadas a Dorine:

"Tú vas a cumplir 82 años. Has menguado seis centímetros, no pesas más de 45 kilos y aún eres bella, graciosa y deseable. Hace 58 años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Siento de nuevo en lo más profundo de mi pecho un vacío devorador que sólo puede calmar el calor de tu cuerpo contra el mío...". Años antes, le había dicho: "Si tú mueres, estoy muerto". Y ambos firmaron, quizás con una mirada, tal vez con un beso, o dejando las palabras flotar en el aire, un pacto también formulado en Carta a D. Historia de un amor: "Nos gustaría no sobrevivir a la muerte del otro. Nos hemos dicho muchas veces que, si tuviésemos que vivir otra vida, querríamos vivirla juntos, siempre juntos".

El pasado lunes, en el otoño inmediato de París, André y Dorine aparecieron muertos, sus cuerpos tendidos uno junto al otro. En alguna ocasión, Gorz anotó: "Para vivir hace falta tener ganas; para morir es necesario tener valor". Al pie de los cadáveres alguien recogió una nota con esta última sugerencia: "Avisen a la Gendarmería".

...según Bienvenida Pérez

Bienvenida Pérez nació en Valencia hace casi medio siglo. Conoció el desarraigo ("una niñez inestable y sin el apoyo de unos padres", dicen las crónicas) y vivió durante dos décadas en Londres. Después de trabajar en el Colegio de Médicos, en la Mercedes Benz, en una empresa de arquitectura, en la Liga de Países Árabes y en Scotland Yard (según su propia versión), Bienvenida se casó tres veces entre los 33 y los 42 años. La primera, con el diputado conservador Sir Anthony Buck. La prensa descubrió que, al mismo tiempo, sostenía una aventura con el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Sir Peter Harding, que se vio obligado a dimitir a causa del escándalo. Ahora está casada pero "sólo porque él prefiere que sea así". Hace tiempo que no vive con su marido y comparte su casa en Londres con dos perros.  Bienvenida Pérez publica en un par de semanas su segundo libro, titulado Hazte Valer, que nace bajo este deseo: "Yo no voy a estar aquí toda la vida, por eso quiero transmitir mis experiencias y conocimientos a las mujeres, creo que puedo serles de gran ayuda". Estos días hablaba así en una entrevista previa a la edición con El Mundo:

-"Me han regalado muchísimas cosas, aunque a largo plazo. Siempre que un hombre te hace un gran regalo o te da dinero, hay que cogerlo. No hay nada malo en que quiera agradecerte tu compañía. Si lo rechazas, pensará que lo que buscas es el matrimonio y saldrá corriendo.
-¿Cómo se reconoce si un hombre es el adecuado?
-Tres meses es tiempo más que suficiente para saberlo. Siempre me he considerado una empresa: lo menos que puede hacer un marido es abrir una cuenta conjunta; cartas de amor y flores no son regalos suficientes".
-¿Se ha casado alguna vez por amor?
-Nunca. El amor es una enfermedad. Hay que pensar con la cabeza; casarse es algo muy serio y que puede traer consecuencias muy graves, especialmente cuando hay hijos. Por eso nunca tuve hijos.

-Siempre ha elegido hombres ricos pero mucho mayores que usted...
-Requieren menos mantenimiento.
-¿Cómo?
-Está claro: necesitan menos atenciones sexuales, así que es un trabajo que te ahorras. En realidad, el sexo nunca ha tenido un papel importante en mi vida.
-¿Qué ha sido para usted el sexo?
-Algo que hay que hacer para contribuir a una relación, porque para los hombres es fundamental, lo necesitan.
-¿Qué opina de la infidelidad?
-No me importa. Lo que le hagan otras a tu pareja es un trabajo que te ahorras.
-¿Cuánto dura el amor?
-Máximo, seis meses.
-¿Y una relación apasionada?
-Lo que tardes en ir a por un traje Chanel o a por una joya a Cartier. Como mucho, año y medio, después todo declina.

[Foto: André Gorz y su esposa Dorine, en una imagen de hace varias décadas: enamorados y muertos en París].

Fontanarrosa: un cuento y unas (buenas) palabras

Fontanarrosa: un cuento y unas (buenas) palabras


El argentino Marlo fue comisionado por Somniloquios para la búsqueda de aquella conferencia sobre las malas palabras que el Negro Fontanarrosa improvisó en el Congreso de la Lengua, que se celebró años pasados en Rosario. Sin perjuicio de la holganza connatural a esta época del año (y aun a su propia condición), en este caso Marlo se ha mostrado obsesivo, ligero y minucioso en la búsqueda como un hurón, y raudo nos entrega un buen extracto de lo que fue la intervención del añorado escritor rosarino. El virrey Hernán apunta que él guarda la versión completa en papel, reproducida en el suplemento que Clarín publicó la pasada semana, tras el fallecimiento del Negro. Mientras, Marlo nos procura un encantador cuentito para pasar los días. Copio y pego.

 

 

Viejo con árbol

A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo. Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos. Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.

—Ojo con la vía —alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.
—No pasan trenes —casi tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.
—¿No vino la hinchada? —ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo—. ¿No vino la barra brava? —Y se reían.

Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá —bromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro.

Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors. Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo. El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso.

El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

—No —sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado—. Música —dijo después, mirándolo de nuevo.
—¿Algún tanguito? —probó el Soda.
—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.

—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—... eso es el fútbol. 

Congreso de Lengua en Rosario
Tema de la mesa redonda: La internacionalización del lenguaje

"No sé que tiene que ver con lo de la internacionalización, que, aparte, ahora que pienso, ese título lo habrán puesto para decir que una persona que logra decir correctamente in-ter-na-cio-na-li-za-ción es capaz de ponerse en un escenario y hablar algo —porque es como un test que han hecho.  Algo tendrá que ver el tema, éste, el de la malas palabras, por ejemplo, con éste, como el que decía el amigo Escribano (José Claudio Escribano). Se nota que es tan polémica esta mesa que es la única a la que le han asignado "escribano" para que se controle todo lo que se dice en ella.  Es un aporte real en cuanto al intercambio. Me ha tocado vivir, cuando he tenido que acompañar a la Selección Argentina a partidos (de fútbol) en Latinoamérica. El intercambio que hay en esos casos de este lenguaje es de una riqueza notable; es más, en Paraguay nos decían "come gatos" que es, estrictamente para los rosarinos, "un rosarinismo".

Un Congreso de la Lengua es, más que todo, para plantearse preguntas. Yo, como casi siempre hablo desde el desconocimiento, me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal. ¿Quién y por qué? ¿Quién dice qué tienen las malas palabras? ¿O es que acaso les pegan las malas palabras a las buenas? ¿Son malas porque son de mala calidad? ¿O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿O, cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral?  Obviamente, no se quién las define como malas palabras. Tal vez sean (ellas) como esos villanos de viejas películas —como las que nosotros veíamos—, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas.

Lo que yo pienso es que brindan otros matices, muchas de ellas. Yo soy fundamentalmente dibujante, con lo que uno se preguntará: ¿qué hace ese muchacho arriba del escenario? Manejo muy mal el color, por ejemplo, pero a través de eso sé que cuanto más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir, para graficar algo; entonces: hay palabras, palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza, algunas incluso por contextura física de la palabra. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. Tonto puede incluso incluir un problema de disminución neurológica realmente agresivo.  El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada —no sé si está en el diccionario de dudas—, está en que también puede hacer referencia a algo que tiene pelotas. Puede hacer referencia a algo que tiene pelotas, que puede ser un utilero de fútbol que es un pelotudo porque traslada las pelotas; pero lo que digo, el secreto, la fuerza, está en la letra t.

Analicémoslo —anoten las maestras—: está en la letra t, puesto que no es lo mismo decir zonzo que decir peloTudo.  Otra cosa, hay una palabra maravillosa que en otros países está exenta de culpa —esa es otra particularidad, porque todos los países tienen malas palabras pero se ve que las leyes de algunos países protegen y en otros no—, hay una palabra maravillosa, decía, que es carajo. Yo tendría que recurrir a mi amigo y conocedor, Arturo Pérez Reverte, conocedor en cuanto a la navegación, porque tengo entendido que el carajo era el lugar donde se colocaba el vigía, en lo alto de los mástiles de los barcos para divisar tierra o lo que fuere; entonces mandar a una persona al carajo era estrictamente eso, mandarlo ahí arriba. Amigos mexicanos con los que estuve cenando anoche me estuvieron enseñando una cantidad de malas palabras mexicanas. Ahora que lo pienso creo que me estaban insultando porque se suscitó un problema con la cuenta a la hora de pagar. Me explicaban que las islas Carajo son unas islas que están en el océano Indico.

En España, el carajillo es el café con coñac y acá apareció como mala palabra, al punto que se llega a los eufemismos, se decía caracho; es de una debilidad absoluta y de una hipocresía... ¿no? A veces hay periódicos que ponen: "El senador Fulano de Tal envío a la m... a su par". La triste función de esos puntos suspensivos, realmente el papel absurdo que están haciendo ahí, merecería también una discusión acá, en el Congreso de la Lengua. Voy a ir cerrando. Hay otra palabra que quiero apuntar que creo es fundamental en el idioma castellano, que es la palabra "mierda", que también es irremplazable. El secreto de la contextura física está en la r —anoten las docentes—, porque es mucho más débil como la dicen los cubanos: mieLda, que suena a chino, y eso —yo creo que ahí está la base de los problemas que ha tenido la Revolución cubana— le quita posibilidades de expresividad.

Voy cerrando, después de este aporte “medular” que he hecho al lenguaje y al Congreso. Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse, para dejar de lado el estrés y todo ese tipo de cosas. Lo único que yo pediría (no quiero hacer una teoría) es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas. Vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar".

Roberto Fontanarrosa

No su vendo na

No su vendo na


El País contaba ayer una buena historia. Es raro que yo me topase con ella, porque paso por ser el periodista que menos periódicos lee. Bastante tengo con trabajar en esto como para además tener que sostener financieramente el negocio con parte de mi sueldo y molestarme fatigando los textos de los demás: leo poco y escogido. En general, me aburro y espero que a los demás les ocurra lo mismo conmigo. Siempre pienso en la cantidad de juicios morales -y aun de los otros- que ejercemos los periodistas, y lo poco estrictos que somos con nosotros mismos. Prestos siempre a relatar las inmundicias ajenas, nos regodeamos con gusto en las propias. Hay pocos lugares tan poco saludables laboral y personalmente como un periódico; espero que haya pocas profesiones tan desafectas a la protección de sus trabajadores como ésta; y desde luego tiene que haber escasas tan hipócritas. Las condiciones empeoran. La calidad empeora. Últimamente no tengo ganas de contar casi nada, así que este cachito de publicidad alternativa me sirve para sostener Somniloquios con ventilación asistida: Vendo costo del gueno, el reportaje al que aludo, cuenta la detención de un camello callejero que repartía octavillas por su barrio bajo ese epígrafe, con el fin de atraer clientes a su psicotrópica "bentana". La colección de errores de lenguaje mueve a la conmiseración. Peor es la célebre Antología del disparate: los hijos de la LOGSE y sus exámenes. Habría que hacer una antología del disparate en los periódicos, así estaría el círculo completo. Pero los periódicos no hablarían de eso: a estas alturas siguen pensando que cuela aquello de "errores de imprenta" o el ya moderno "problema informático o de procesamiento".

Pd: en la foto va la octavilla, en la que se lee: "Vendo costo de buena calidas ha chabale rollao y no venir lo menore. Esperar al lao de la bentana de detras mi casa y en lo banco de asentarse. No llamar la atension o no su vendo na. Podei silvar a llamarme y sargo por la bentana. Me llamo ------. Vale 20 uros una barrita. Ta bien. Planos". Y a continuación reproduce un esquemático dibujo del lugar, en el que identifica por toda referencia el "tituto". Fantástico.

Fútbol y literatura semidesnatada

Fútbol y literatura semidesnatada

Las maravillosas librerías británicas incluyen secciones interminables de libros sobre deporte. Sobre todos y cualquier deporte: no manuales de Pilates como los de El Corte Inglés, no... Uno puede encontrar en esos anaqueles de madera oscura cosas extraordinarias, e incluso leerlas si sabe el inglés suficiente... Los libros de fútbol a los que se refiere John Carlin se pueden leer sin saber inglés ni cualquier otro idioma. Hasta yo tengo alguno de esos. Generalmente, los escriben periodistas en algún rato libre. Recupero este artículo de jardín ajeno, una ironía nada sutil de Carlin acerca de la banalidad. En la foto, la futura señora de Rooney: las novias y mujeres de los futbolistas son otra cosa. Afortunadamente, siempre las hay que salvan a la especie. Pero a la prensa, y menos a la inglesa, no le interesan las esposas normalizadas; lo divertido está en las primeras damas, las victoriabeckhams y coleensmcculloughs...

John Carlin
El País

"Necesito un héroe, necesidad poco habitual cuando cada día nos trae uno nuevo".
(Lord Byron, poeta)

"Cuesta creer que la gente los compre y mucho más que se aguante el calvario de leerlos, pero casi es imposible moverse por la plaga de libros sobre fútbol que le acosan a uno desde el momento que pisa suelo inglés. Y no nos referimos únicamente a las autobiografías de jugadores que todavía están lejos de concluir sus carreras, pero que al menos tienen cierto renombre y talento, como Steven Gerrard, Frank Lampard o nada menos que, con sus 21 añitos, el eslabón perdido, Wayne Rooney.

Lo espeluznante es que TODO sobre el fútbol se considera digno de publicar en Inglaterra, no importa lo inocuo que sea el tema. En una tienda de revistas del aeropuerto de Heathrow, esta semana, lo que destacaba por su tamaño y posición era un libro sobre Alan Curbishley y sus años como entrenador del Charlton Athletic. Al lado, una biografía de Robbie Keane, suplente irlandés del Tottenham. Y otro -levanten las manos los que los conocen- sobre Shaun Goater, del Manchester City; Graeme Sharp, del Everton, o Bryan Gunn, portero del Norwich y del Aberdeen". (...)

Fútbol y literatura semidesnatada (Artículo completo en El País).

Croke Park... y el mejor deporte del mundo

Croke Park... y el mejor deporte del mundo


Irlanda le ganó 49-13 ayer a Inglaterra en Croke Park. O'Gara dejó sentado que, libra por libra, es mejor medio de apertura que Jonny Wilkinson; O'Connell no tuvo rival en la segunda línea y la tercera irlandesa estuvo para subirla a un pedestal. Pero lo más importante fue la demostración de que el rugby es el mejor deporte del mundo, el que a pesar de todas sus evoluciones conserva un espíritu original que está por encima del comercio y la competencia, que remite a los valores esenciales de cualquier juego. La historia de Croke Park es terrible y está hecha de sangre y batalla callejera. Ahora, gracias a la gente del rugby, la cubre un silencio de paz y respeto. Una vez escribí que jugar un partido de rugby es como ir al ejército con tus amigos de la infancia, con la conciencia plena de que puedes entregar tu sangre por ellos y que ellos la entregarán por ti. Es verdad, a veces hay sangre y hay peleas, pero nadie pierde de vista lo fundamental: el respeto por quienes están enfrente, y la observación de los valores contenidos en el juego desde su nacimiento, valores que trascienden la camiseta, el balón, el resultado y ese partido concreto. Dejo que otros periodistas cuenten la historia de Croke Park. Yo me emocioné de nuevo ayer con el rugby, y me ha ocurrido con frecuencia desde que empecé a verlo y jugarlo. Me emocioné porque supe sin dudas que, como sospechaba tantas veces en los vestuarios, he vivido y he jugado el mejor deporte posible.

"Irlanda recibió con un cerrado aplauso a los rivales y escuchó con respeto su himno. Fue un gesto de reconciliación que jamás se habría logrado en un despacho".
Fernando Ornat, en Equipo.

"Irlanda enterró sus viejos fantasmas... y a Inglaterra".
Fermín de la Calle, en AS.

"En Dublín no habló ningún político. Habló la gente con su silencio y nos dieron una lección de cómo debería ser una sociedad que aspira a conseguir la paz".
Juanjo Vispe, en AS