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Serrat, por celestiales como Curro el Palmo... o no

Serrat, por celestiales como Curro el Palmo... o no

Ver a Serrat por primera vez hace dos días es, definitivamente, llegar muy tarde a todo. Me reconforta que vino a Zaragoza acompañado sólo de la guitarra y un piano, lo que compone en mi opinión el cuadro favorable de un Serrat íntimo, desnudo de artificios orquestales. Yo lo prefiero así. Es decir, Serrat y sus letras, esa escritura transparente que dibuja la cumbre del castellano musicado, sostenida como pequeña magia que el catalán desenreda en las notas livianas, juguetonas, sugerentes del piano de Ricard Miralles. Serrat y la maestría despojada. Al verlo aparecer en el escenario oscurecido, la guitarra tomada del mástil, confirmé que el hombre capaz de reunirnos alrededor de su voz es, seguro, el hombre que todos habríamos querido ser. Serrat me sacó enseguida el aliento del pecho al abrir con Menos tu vientre (el poema musicado de Miguel Hernández) y a continuación interpretó Mediterráneo, para suprimer ansiedades. Ahí le entreví una mínima debilidad, quizás un énfasis disminuido que quise negarme con entusiasmo, pero sobre el que ayer reflexionó Javier Losilla en su crítica de el Periódico de Aragón. Como Javier es mi crítico de cabecera en cuestiones musicales desde hace años, reproduzco a continuación su revisión del Serrat ingrávido y gentil, como pompa de jabón, que vimos esta semana.

 

Pudo ser un gran día 

Al concluir Serrat la interpretación de Hoy puede ser un gran día los espectadores, puestos en pie, le tributaron una de las ovaciones más largas y calurosas que se han escuchado en la Mozart en un concierto de música popular. Con esa canción cerraba el cantante casi dos horas de actuación, y pretendía retirarse. Pero tuvo que rendirse a la evidencia: el público, que llenaba la sala, quería más. Y más dio Serrat: De vez en cuando la vida y Fiesta.

Completó con esas dos piezas un programa de 20 canciones en el primero de los dos conciertos que ha dado en Zaragoza durante las fiestas. Un concierto íntimo, trufado de anécdotas y comentarios jocosos (esos con lo que Serrat, como los mejores intérpretes de El Club de la Comedia, pone de manifiesto su mejor vena de actor), acompañándose con la guitarra y apoyado por el piano, sugerente, preciso y detallista de Ricard Miralles.

Serrat no vino a presentar , su disco más reciente (nada cantó de ese álbum), sino a mostrar un repertorio que dibujaba, o casi, todas sus facetas como compositor e intérprete. Abrió la velada con Menos tu vientre, y continuó con Mediterráneo, Una mujer desnuda y en lo oscuro, Tu nombre me sabe a hierba, Esos locos bajitos, Señora (informó de que ha incorporado esta pieza recientemente al directo, después de muchos años de no cantarla), Por dignidad, Me gusta todo de ti (pero tú no), Cantares, Cançó del lladre (una pieza popular catalana del siglo XVII)...

Una cuidada selección, sí, que, lamentablemente, no llegó al público con la fuerza y la emoción de antaño. Serrat, como intérprete, no pasa por sus momentos mejores (cuando menos el martes), y echa mano para resolver su apuesta de trucos de artista experimentado. Una lástima, pero así están las cosas. Quedan, eso sí, las canciones.

Penélope, Es caprichoso el azar, Disculpe el señor, Una de piratas, Muñeca rusa, Romance de Curro El Palmo y No hago otra cosa que pensar en ti también sonaron el martes en la Mozart, configurando una propuesta que, de haber contado con un Serrat algo más en forma, habría armado una gran noche.

El placer no fue completo: el gusto de escuchar canciones hermosas, esas que ya están instaladas en la memoria colectiva, quedó mermado por una actuación muy profesional, pero con escaso poder de comunicación. Pena.

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