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Catalonia is not Aragón

Catalonia is not Aragón

Yo sólo leo los periódicos cuando estoy de vacaciones. El resto del año apenas miro los periódicos. Y cuando salgo de la Inmortal, acostumbro a comprarme la prensa del lugar que visito. A este lado del Cinca siempre compro La Vanguardia, un diario escrito de modo muy ameno e inteligente. Lo prefiero por eso y supongo que por el sesgo político del resto, que me los presenta obsesivos e impresentables. También por el crucigrama de Fortuny, un fenómeno de las definiciones en sentidos figurados, muy ocurrentes y sugestivas. Con Fortuny me reto cada tarde en una batalla incruenta pero de algún modo feroz. Mientras resuelvo el entramado no se me puede ni preguntar la hora. Se me pone peor hostia que al ajedrecista Gari Kasparov, al que no le llamaban el ogro de Bakú por capricho. El crucigrama de La Vanguardia, para un ganador como yo (!) es una cosa seria. A veces la lucha se resuelve con cierta velocidad, las menos, bien a su favor o al mío; otras, se prolonga dos o más días. Por ahora voy ganando 2-1. Hoy me tocaría jugarme una cómoda ventaja o el empate... Pero esta mañana ha ocurrido algo y no sé si reanudaré el desafío. No sé si leeré más La Vanguardia, mira tú... uno de esos periódicos para los que me gustaría trabajar. Pero soy un aragonés sensible, pleonasmo evidente. Vulgo... no me gusta que me toquen los ous.

Lo que me pasa con La Vanguardia es que me entretienen las noticias, cualquier noticia, por el modo en que están redactadas y estructuradas. Y como me entretienen, las comprendo. El lenguaje periodístico tiende a la uniformidad y se deforma en dirección opuesta a la calidad. Pero ese es otro tema. A lo que voy. El año pasado, La Vanguardia y todos los demás escribían cada día sobre el Estatut, y este año llenan páginas y páginas con la polémica de las infraestructuras en Cataluña, problema de triple vértice: el apagón de Barcelona, el AVE que no llega a BCN y los proverbiales atascos en los peajes de las autopistas catalanas. Visto así, no les falta razón. ¿O sí? Advierto que en los últimos meses ha crecido en Cataluña una conciencia de agravio que ya no se alimenta con los asuntos de la identidad, tan pesados ellos, sino con cuestiones más prácticas y terrenales como éstas. Pero claro, a un aragonés estas cosas le tienen que hacer gracia por fuerza. A mí me la hacen. Más gracia que la puta mierda, me hacen. La misma de cuando el Real Madrid y el Barça se quejan de perjuicios arbitrales. A Manuel Pizarro, turolense para más señas, no sé si le hacen gracia o no estas ironías del destino, pero se ve que ayer acudió al Parlament a cuenta de las responsabilidades de Endesa en el apagón barceloní y les pegó un repaso soberano a todos los comisionados agosteños. Un baño de datos, realidades y hechos que la virtualidad de los discursos políticos apenas pudo rozar, y que venían a demostrar que el agravio no existe. Cierto que a los números se les puede estrangular hasta que digan exactamente lo que queremos, pero Pizarro dejó además un trazo grueso de subrayado cuando dijo esto: : "No se puede tener calidad alemana con precios tercermundistas", dijo Pizarro. No sé si la frase es cierta o no; pero dicha en el Parlamento catalán, donde me parece que todos se creen bastante listos, me encanta.

Así que Alfredo Abián editorializaba esta mañana en La Vanguardia sobre la comparecencia y ahí vino el desencuentro que puede provocar que yo no haga más el crucigrama de Fortuny, cosa que de seguro a Fortuny le va a importar un huevo. Abián, director adjunto del diario, juega a comparar a Pizarro con Jaime I el Conquistador -aquí Jaume I (el romano no se traduce al catalán, creo)- y a referirse al reino catalano-aragonés. El reino catalano-aragonés, anoto, lo tengo por un eufemismo (léase embuste) con el que el rodillo de la inteligentsia catalanista y alrededores envuelve en los últimos tiempos una vieja realidad que sólo tiene un nombre: la Corona de Aragón. Lo que no pensaba es que el discurso se hubiera extendido tanto como para tocar las orillas siempre bien comedidas de La Vanguardia. Tanto arraigo va tomando que incluso Aragón TV (a la que por cierto observo que todo el mundo llama Antena Aragón, uno de esos empeños fascinantes del vulgo...) se vio obligada a retirar temporalmente una serie documental sobre el Pirineo porque en el primer capítulo la productora (catalana) había colado el término reino catalano-aragonés para referirse a la Corona de Aragón, una de las varias coronas de la península ibérica en la Edad Media, como sabe cualquiera que haya estudiado antes de la llegada de la LOGSE y del deshueve educativo.

La verdad, comprendo que uno ha de fundamentar su identidad y conciencia en muchas verdades y alguna mentira. Todos nos las decimos frente al espejo cuando no se las contamos a los demás; de otra forma no habría modo de resistir ni de aguantarnos, porque casi todos somos fundamentalmente mediocres si nos miramos bien. Los aragoneses, por ejemplo, somos noblemente mediocres. Pero yo no trago que un editorial me hable de lo que jamás existió. Que en el reino de Aragón se integraran por razón de casamiento, como era natural, el condado y principado catalanes, es una cosa; que Jaime I se ganara el sobrenombre del Conquistador por su expansión mediterránea (las tomas de Valencia y Mallorca, ésta con una buena parte de héroes catalanes, por cierto, según los historiadores); que diera luego condición de reinos a estos dos últimos territorios, que crease cortes, que desplazara el centro gravitatorio de la corona hacia las tierras mediterráneas, que precisamente ayudara al alimento de las conciencias de cada uno de sus territorios y al impulso de sus culturas propias, o que estableciese la línea divisoria entre Aragón y Cataluña en el Cinca (precisamente), ayuda a explicar la consideración mítica que el rey Jaime tuvo y tiene en el arco mediterráneo (Abián lo llega a calificar de mito del pancatalanismo) pero no varía la verdad. Un editorial tampoco debería intentar hacerlo: esto no es revisionismo, es vulgar mentirosismo.

Añado, para los de argumento fácil que me puedan leer: a mí no me importa ir a comer al Restaurant Esquerra (grandiosas cigalas, soberbia fideuá...) y que la apetitosa carta esté sólo escrita en catalán y yo tenga que preguntar lo que no comprendo. Por cierto que a cuenta de ese cotidiano detalle mantuvimos en la mesa, y después, una bizantina discusión y yo estaba del lado del restaurante y de la carta en catalán. Me gustan los idiomas. Me gusta mucho el catalán y lo saben amigos y amigas catalanas con los que me he divertido ensayándolo. Desde ayer me gustan mucho las cigalas en catalán de casa Esquerra, y eso que las cigalas no me habían hecho gracia en ningún otro idioma antes. Juego a parlotear el catalán cuando pido en las tiendas estos días. A Jaime I también le gustaba y hasta dictó una crónica en este idioma. En fin, que cada uno en su casa habla la lengua de sus padres y no hay más historia. Lo que no admito es lo del reino catalano-aragonés, una broma pesada y manipulatoria. Se ve que Catalonia is not Spain y que, retrospectivamente, ahora también resulta que Catalonia was not Aragón. Pues muy bien... se acabó Fortuny. Creo. Veremos.

Pd: Encima se ponen ellos antes del guión, los muy perros: yo les cortaba la luz en el Monasterio de Poblet hasta que cambien los nombres de los sepulcros reales de los reyes ARAGONESES. Se lo diré a Honorio para que se lo diga a Pizarro... ¡¡¡Ay pitera, Manolo!!!

5 comentarios

Cristina -

Hace poco estuve en Arbucias - Arbucies (un pueblo al lado de Vic), nos fuimos a hacer un circuito de aventuras y nos tenían que dar una serie de explicaciones y reglas para empezar. La chica que nos recibió, muy amablemente (pq se dió cuenta que no eramos catalanas y si un poco gritonas), empezó a darnos las oportunas indicaciones, pero en seguida y en cuanto pasó al lado un compañero, le dijo "XXX cuéntaselo tu que te explicas mejor en castellano". Me encantó ese detalle. Era muy gracioso ver cómo ella hacía el esfuerzo por explicarse en una lengua en la que no está habituada a hablar. Agradezco ese detalle y no critico el que diariamente ella hable catalán.

Harry Tuttle -

Quizá la clave de todo, Mario, estribe en no pensar que a “muchos catalanes no les interesa nada el español", pues se trata de una estimación algo desajustada: son bastantes más los que se interesan por la lengua de Cervantes, que los que abominan de ella. Justo lo contrario es lo que gustan de proclamar los nacionalistas de un bando y de otro; catalanistas (“no parlem castellà”) y españolistas (“no hablan español”)... Separatistas y separadores que, como buenos extremos, se retroalimentan, se necesitan, se buscan y se engarzan en este manido 'taijitu' ibérico.

En cualquier caso, un temita ideal para driblar los duermevelas que concatenan un torneo veraniego con el siguiente.

César -

Creo que cualquier nacionalismo nace con varias taras de serie, victimismo y prejuicios convertidos en dogma de fe entre ellas. El catalán cumple con estos requisitos a la perfección, pero los demás no son excepción. Ni el aragonés, ni el español, ni ningún otro. Del texto como de los comentarios se deduce cierta filia por Catalunya y por sus gentes, pero al mismo tiempo se cae en ciertos apriorismos con los que se nos machaca continuamente. Si conocéis Catalunya y a los catalanes sabréis que nos sentimos orgullosos de serlo, pero que al mismo tiempo, ni se quema a nadie por expresarse en castellano ni se juzga a nadie por serlo. Cada cual libre de ser y sentirse lo que quiera, faltaría menos, pero por qué prejuzgar sin conocer, algo que aquí también se hace mucho en dirección contraria. Y, digo yo: ¿qué culpa tendrá el señor de los crucigramas, maño?

Mornat -

La diferencia debe de ser ésta: a mí me encantaría hablar y escribir perfectamente el catalán. Supongo que a muchos (desde luego no a todos, porque conozco catalanes que escriben de maravilla el español) no les interesa nada el español... Ellos se lo pierden como yo me perdí las algas fritas: ¡mecachis!

Cristina -

Pues tienen unas algas fritas deliciosas, pero igual agosto no es el mejor mes.
Yo que siempre me he sentido muy a gusto en esas tierras y que tengo buenos amigos catalanes creo que ahora más que nunca se palpa un sentimiento muy catalán en sus gentes, y eso tampoco es muy enriquecedor. Hay mucha, muchísima gente que no sabe ni hablar castellano, y los que hablan castellano ni saben expresarse correctamente, ni saben escribirlo (vaya faltas de ortografía!).