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El ojo de Kevin Carter

El ojo de Kevin Carter


Los fotógrafos suelen ser gente temeraria. Quizás ellos sólo se consideren a sí mismos valerosos o consecuentes. Tal vez los más atrevidos, de entre los famosos, fueran estos muchachos surafricanos: Gregg Marinovich, Joao Silva, Ken Oosterbroek y Kevin Carter. A principios de los años 90, sobre el fondo de un país que liberaba a Nelson Mandela y preparaba el violento desalojo físico y moral del apartheid, estos cuatro resolvieron unirse para documentar la ocasión. Durante varios años fotografiaron la muerte y la destrucción, en sus acepciones más atroces. Suráfrica despertó de la feroz represión afrikaaner con la conciencia embriagada por una maraña de odios diversos, igualados por su esencial brutalidad. Marinovich, Silva, Oosterbroek y Carter salían a la calle antes del amanecer, cargados de café y de rollos de película. Esas horas inciertas eran las más violentas, las más terribles. Y ellos siempre estaban ahí, midiendo luces y sombras, artistas extremos de la vileza. Eran socios, eran amigos, eran libres, eran buenos. Fotografiaron linchamientos, fotografiaron balazos, fotografiaron refriegas, fotografiaron el fuego que consumía todo. Marinovich ganó el premio Pulitzer por la foto de un hombre que corría envuelto en llamas. Lo habían quemado vivo: "Huía del dolor", explicó.

Desde mucho antes ya se les conocía como el Bang Bang Club. Cuando Nelson Mandela alcanzó el poder en 1994, su leyenda había volado en cualquier dirección y en todas a la vez. Publicaban en los medios más prestigiosos, eran amigos, célebres y elitistas. No dejaban participar de su estilo ni de su experiencia a ningún fotógrafo ajeno a su cerrado círculo. En el fondo de sus fotografías había una humanidad exacerbada, tanto que había transgredido los límites hasta tomar la forma de un severo interrogante. Kevin Carter era, de los cuatro, el más inestable y tal vez por eso el más próximo a la genialidad. Sobre el borroso fondo de la tragedia externa pululaba la interior. Esa intimidad con la destrucción lo aproximaba al drama ajeno y de algún modo lo situaba por encima, lo suficiente para imponer el disparo a cualquier otro impulso. Pero esa batalla se fue cobrando prisioneros y víctimas invisibles, al tiempo que ordenaba en su conciencia un ejército de preguntas cada vez más sonoro. En 1993, agobiado por lo que creía una carrera estancada, Carter decidió visitar los campos de refugiados de Sudán, país sometido a una hambruna implacable. Joao Silva viajó con él y juntos retrataron el horror. Cierto día, Carter se acercó a Silva, excitado, y le contó: "Le estaba sacando fotos a una niña arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo, y de repente un buitre gigante se posó detrás de ella. Seguí disparando, y después espanté al buitre". Cuando trató de mostrarle el lugar, el animal ya no estaba por ninguna parte. Pero la niña seguía ahí, vencida por el hambre. Ninguno de los dos la ayudó a llegar al comedor, que estaba apenas a cien metros.

La foto de la niña y el buitre acechante se hizo mundialmente famosa. La publicó el New York Times y miles de lectores se comunicaron con el diario para conocer el destino de la famélica niña y qué había hecho el fotógrafo para auxiliarla. Kevin Carter hubo de reconocer que no había hecho nada: "Supongo que alcanzó el comedor de alguna forma", fue todo lo que acertó a contestar. Pocos días después, a su amigo Ken Oosterbroek lo alcanzó una bala perdida en Thokoza, el suburbio más peligroso de toda Suráfrica. Joao Silva fotografió su agonía. Marinovich escribió: "No podía hacer otra cosa. A Ken le hubiera gustado ver las fotos al otro día. De hecho, Joao pensó que Ken, siempre tan preocupado por su imagen, hubiera preferido fotos donde el pelo no le tapara la cara. A fin de cuentas, Ken era el profesional consumado, el que le había enseñado que primero se sacaban las fotos y después se lidiaba con los demás". Oosterbroek murió camino del hospital. El ejército interior de Carter había quedado completo. Ganó el premio Pulitzer por la foto del buitre y la niña. Cuando se lo comunicaron estaba tan colgado de Pipa Blanca, una fatal mezcla de mandrax y marihuana a la que era adicto desde hacía años, que ni siquiera entendió lo que le decía la voz al otro lado del tubo. Cuando se repuso del cóctel psicotrópico, anunció: "Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella. No me gusta verla, la odio". Sólo cuatro meses después, el 27 de julio, Kevin Carter redactó una nota de ocho folios, ató una manguera al tubo de escape de su camioneta, introdujo el otro lado en la cabina, y conectó simultáneamente su walkman en los oídos y la llave de contacto del vehículo. En la nota se leía: "Voy a reunirme con Ken... si puedo". Tenía 33 años.

Canal+ recuerda estos días la historia en el documental La muerte de Kevin Carter, que aún no he visto. Hay un segundo documento aún más valioso... Marinovic y Silva registraron sus experiencias por escrito. El resultado es Snapshots from a hidden war ('Instantáneas de una guerra oculta'). Manic Street Preachers le tributaron una canción de su soberbio álbum Everything Must Go, quizá el mejor de su carrera. El tema se llama, simplemente, Kevin Carter. Antes de la música una voz en off dice: "The eye... it cannot choose but see". El ojo no puede elegir, sólo ve.

3 comentarios

Anónimo -

Genial, realmente muy interesante. Te felicito.

Mario -

Mira, el artículo de John Carlin no lo leí.

Jeremy North -

De Kevin Carter no sabía nada hasta el artículo de hace dos o tres semanas de John Carlin en "El País Semanal", y me pareció interesantísimo, una vida que solamente tiene sentido vivida al límite.

Y por supuesto no tenía ni idea que el "Kevin Carter" de la canción de Manic Street Preachers era el fotógrafo sudafricano. A mi también me parece "Everything Must Go" el mejor album de los galeses, os dos posteriores son bastante aburridos y previsibles.