Otros cobardes (torpe ensayo breve sobre la culpa)
“Fue un error dar a entender que el dolor de los otros no era igual”.
Arnaldo Otegi, poniendo las bases de eso que se llama, con la ligereza propia del lenguaje actual, el proceso de paz (¿había guerra, entonces?).
Si yo tuviera a mis espaldas lo que este cobarde tiene a sus espaldas, y verdaderamente me acechara de modo repentino la conciencia de esa culpa, hace rato que me habría colgado del cuello frente al sol en en la barandilla de mi terraza. Pero claro, yo no soy Otegi. Yo sólo soy un mierda con un sentimiento de culpa que no sé bien de dónde viene, pero que se parece a veces un poco a ese tormento de los personajes de Woody Allen o Clint Eastwood. Yo hago durante los días y pienso durante las noches, con peores consecuencias. Trato de resolver una aproximación más o menos certera al hombre que querría ser, y parece obvio que no lo consigo o que lo consigo sólo parcialmente, una parcialidad débil que está a merced de tantas cosas... Se ve que últimamente me tocan cobardes de negra conciencia. Otegi cierra el puño con una convicción arrebatadora. El mismo puño que serviría para celebrar una conquista adolescente, para festejar un gol de Diego Milito (o de Urzaiz), para entonar una canción de paz, para recordar los derechos de los negros como hizo John Carlos en México 68... Es sólo un gesto. El hombre que viene debajo es lo que importa. ¿Qué significa en esta frase la palabra error? ¿Habla de error estratégico, de error de cálculo, de error moral? Porque si el juicio de Otegi a sí mismo y a sus correligionarios ingresa en el plano moral, bueno... Error, error. Esa palabra no alcanza. Está puesta ahí no al azar, que no hay azar aquí, pero sí con una ligereza y una intención que me hacen vomitar. Este asesino tiene convencido ahora a medio país de su piedad retrospectiva, ese medio país (o quizás es más, qué sé yo) que admite una tácita ley de punto final para anegar la fila de muertes de estas décadas e impedir la fila de muertes de las próximas. Puede que, en verdad, el fin justifique los medios. Yo no lo sé, no sé de política y creo que no quiero saber. Puede que todo esto que digo resulte demasiado ingenuo. Puede que esta fanfarrona hipocresía del puño cerrado y las palabras constituyan la única oportunidad. No importa si las palabras están vacías, o parece que no importa. Estoy dispuesto a aceptarlo. Hace tiempo que vivo convencido de que algunos hijos de puta nacieron con la suerte terrorífica de hacer su voluntad, incluso resuelta en sangre, y escapar vivos. Éste es otro ejemplo. Yo creo que ninguno de esos tipos, en ningún rincón del mundo, en ningún mundo, en ningún tiempo, debería escapar. El cine no lo permitiría. Tampoco la literatura. Shakespeare acabaría con todos. La realidad se permite cualquier tipo de excesos.
2 comentarios
Per -
Gonzalo -
Y voy a dejarlo antes de que venga algún policia a detenerme por tenencia de sellos...