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D'Alessandro paga esta ronda

D'Alessandro paga esta ronda

El Cabezón decidió igual que en la ida. Sólo Tote puso algo de inquietud en el Hércules. El Zaragoza creció tras el descanso. Y Ewerthon, otro golito

La trama de un partido como éste -la trama es la historia que corre oculta por debajo de la acción, digamos- tiene que ver con la consecución de un gol, y sobre todo con la forma en que cada equipo ejerce esa búsqueda. No hay más, y de ahí que los partidos tiendan a ponerse premiosos, porque los equipos saben que lo arbitrario acecha en la Copa. En la elección de si juego así o juego asá no interviene tanto el factor estético como otros valores algo más abstractos: la sinceridad, el cinismo, la necesidad, las percepciones del superior y el inferior, las singularidades matemáticas de una competición como ésta. Dicho en términos cotidianos: el Zaragoza tenía la obligación de manejar el partido y tal vez encontrar ese gol aludido en largas argumentaciones con la pelota. Enfrente, el Hércules aparecería dispuesto para una dialéctica de opuestos. Lo suyo sería encontrar una ocasión perdida en un partido al que antes obligaría hacia lo insustancial, jugándolo con un adormecedor rigor táctico y en la aplicación de todas esas virtudes con las que los equipos de menor tamaño tienden a compensar los desequilibrios. Así que, mientras el Zaragoza movía la pelota con un cierto ritmo que pronto entraría en decadencia, el Hércules aguardó a esa ocasión que todas las noches procuran.

Tuvo una. Tuvo dos. Las tuvo Tote, y se las fabricó él solito con destreza de artesano hippie, esa clase algo canalla que le ganó acusaciones de indolencia por tirar rabonas en el Bernabéu. Cosa para la que, según los delimitadores de las primaveras, no tenía edad. La fortuna o no de Tote como jugador, naturalmente, no tenía nada que ver con eso, sino con cuestiones algo más esenciales. En cualquier caso, Tote tuvo dos jugadas cuando más se aplanó el partido (una volea muy habilidosa y un cabezazo apenas peinado) que le debió sacar César en intervenciones estupendas. La del pelotazo picado a los pies, más que difícil. Y ahí se acabó la suerte o la esperanza del Hércules, que jugó un partido concienzudo pero no mucho más.

Lo mató la mano de piedra del Zaragoza, que consiguió en el descanso sacudirse el desmayo y vencer por nocáut. Apenas despierto por la serenísima agitación de Sergio García y un par de culebreos de Lafita, el Zaragoza empezó el encuentro animado, pero se almidonó sin remedio. Sólo Lafita y un zambombazo de Ponzio hicieron algo de ruido, pero en general el Hércules no padeció. Doblaba la vigilancia en los lados y sin la pelota practicaba un repliegue sin disimulos. El aburrimiento paulatino del Zaragoza le permitió ganar posiciones en el medio y avanzar un tanto, pero sin dispendios.

En realidad, el partido se acabó en un cuarto de hora de la segunda parte, cuando Víctor cambió de bandas a Lafita y D'Alessandro. Esa variación y una ligera subidita en los ritmos generaron una fila de desequilibrios que culminarían en el primer gol: un centro muy tocado, muy intencional, muy listo del creciente Lafita desde el flanco derecho, Agassa que se confundió en la salida y el rechace para D'Alessandro. Mandrake cazó la mosca al vuelo, la agitó en el aire y la disparó contra la red. Antes ya había pegado una volea inverosímil, hecha de efectos que Agassa conjuró como pudo.

Lo demás se jugó mirando al Camp Nou. Por ejemplo, el cambio de Diogo y Sergio García, que será titular en el Camp Nou a pesar de que Ewerthon hizo la suya cuando el Hércules se descosió. El brasileño interpretó otra vez su mejor papel, el del hombre invisible. Apareció en una indecisión de los centrales y clavó el segundo de disparo bamboleante. Otro golito. Otro argumento. Otra ronda de lo mismo. Paga D'Alessandro.

Diario AS, 9 de noviembre de 2006
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