Glorioso 4-0
AS, 15 de febrero de 2006
Desmemoria. Ninguna previsión, por salvaje e interesada que fuera, habría ido tan lejos como lo hizo el Real Madrid. 3-0 en apenas un ratito, en un instante, en el tiempo en el que en cualquier otro partido o lugar los equipos se están aún acomodando o cruzando las miradas. Fue salir y pim pam pum, una realidad muchísimo más desaforada que cualquier ficción o cálculo apasionado. El Zaragoza estuvo clínicamente muerto a partir del 3-0, confundido por la impresión que le produjo estar acorralado tan, pero tan pronto. La mente se le quedó en blanco, y no es una graciosa metáfora, porque maldita la gracia. Se olvidó de ser agresivo, se olvidó de juntarse atrás, se olvidó de tocar la pelota cuando la tuvo, se olvidó de defender los balones cruzados, de recoger los espacios, de cabecear, de salir adelante. Era un completo desmemoriado, sin conciencia de sí mismo. Sólo veía ante sí un agujero inacabable y un resultado que lo mataba.
Refutación del tiempo. La noche incendiada del Bernabéu se convirtió pronto en un cuento de Poe: terroríficamente lento, premeditado en su horror. Esa extraña dimensión llamada tiempo se hizo aún más rara de lo que ya es. Mirábamos al reloj cada diez minutos, pero diez minutos, y en el Bernabéu sólo habían pasado dos o tres. Juraríamos que a la hora del cuarto gol eran ya las dos o las tres de la mañana, pero no, apenas pasaban de las diez y cuarto y en el marcador decía sólo una hora de partido. Con la ventaja que tomó en el primer arreón, al Madrid no le hacía ya ni falta quemarse en su frenesí. Ya no le hacía falta ni frenesí. Frente a un rival demudado, podía tomarse algún descansito y luego volver a lo suyo. Esa tarea, para un equipo de sus recursos, no resulta muy pesada.
En la cornisa. Con el 4-0, la cosa se convirtió ya en una pelea en toda regla. El Zaragoza estaba sobre el alero, y entonces se fue a por el gol que en realidad había necesitado, sin saberlo bien, desde el principio de la acción. Todo el mundo salió de las trincheras, pero el equipo de Víctor no llegaba a terminar las jugadas, se dejaba la pelota, no encontraba el pase, no precisaba el remate. El 6-1 ya no existía, o existía sólo como lo que al fin será, lo que sería de un modo u otro: un recuerdo apasionante, un pasaje magnífico. O mejor, Magnífico.
Talismanes. Al descanso todo el mundo en las tribunas de Chamartín estaba seguro de que el Madrid acabaría el trabajo. Sonreía la prensa porque su soflama de una semana había dado resultado, al punto de convencer a un equipo de multimillonarios de una identidad que nadie les hubiera adivinado. Tan seguros como estaban por la mañana Víctor Fernández y Santi Aragón de que el Zaragoza no iba a sufrir. Se encontraron en el AVE y esa reunión prodigiosa casi parecía una magia, un talismán irrefutable. Lo era.
Gol legal. Fue en ese momento en el que el partido era más brutalmente apasionado en el que Ewerthon hizo un gol que el árbitro desautorizó. Ese gol era la eliminatoria. Se quiera o no. Se le den al Madrid los méritos que se quieran, o se diga lo que se diga del Zaragoza. De todos modos, cada uno saluda los méritos de los suyos, como sabemos bien desde el 6-1. Ese gol era la eliminatoria. Era la final. Era gol legal. Pero en el marcador sólo cabían los del Madrid. ¿Y qué? Los que importaban aún relucen en La Romareda. Por eso al final, sobre el alero, cabalgaban los seiscientos en el valle de la muerte. Los seiscientos zaragocistas en el Bernabéu. Y cantaban.
4 comentarios
lorena -
por favor, encargame una final más llevadera, hazme el favor...
Anónimo -
anónimo -
Ricardo -
Las mañanas nos ponen a todos en nuestro sitio.