El Velocista habla de otro velocista (y se aburre)
Como ahora somos más invisibles de lo que jamás hemos sido (y mira que siempre nos hicimos traslúcidos, queriéndolo o no), voy a ir dejando las crónicas que el Velocista desgrana este año, en el que yo personalmente vivo aquejado de un profundo desinterés por lo que veo y aún más por lo que no veo. En el fútbol me aburro mucho, he de decir; no me aburría tanto desde los días de Chechu Rojo. En aquellas tardes de domingo conspiraban las muchas cervezas del sábado y ese fútbol rudimentario que casi nos lleva a ganar la Liga, al punto de que sufría graves problemas para mantener los ojos abiertos en La Romareda. Era literal: en algún momento llegué a dormitar un par de minutos, de ver lo que estaba viendo. Ahora todo me deja frío, por otros motivos o circunstancias. Esta placidez sensorial no la había conocido yo nunca, hay que confesarlo: es lo que se llama ni sentir ni padecer. Es como si lo viera todo a través de unos prismáticos con los binoculares del revés: muy, muy lejos. De forma que me viene bien el Velocista, que se dedica ahora a la ironía como forma de vengarme contra la infelicidad. Estas crónicas, las de cuatro de los cinco primeros partidos del año, están dominadas por el aburrimiento y por el velocista Ewerthon, otro artista de la centella. En fin, ya sé que cuatro de golpe son muchas, pero las dejo ahí y ya llamaréis con lo que sea (aviso que suelo tener el teléfono en modo Silencio).
La Segunda División es así
Levante, 2-Real Zaragoza, 1
1ª Jornada de Liga
Los partidos de fútbol en Segunda operan como las pinturas abstractas: uno las mira un buen rato y en un momento dado cree haber entendido el mensaje del autor: sí, ahí está, el azul en fuga representa al hombre moderno en desesperada fusión con los mecanismos del Universo, pugnando por huir de su cósmica alienación, colores primarios y batidas acromáticas del pincel... Entonces, mira el catálogo de la exposición y ve que ahí dice: es una silla. Del mismo modo, el fútbol en Segunda no es un arte figurativo. Está hecho a brochazos, construido con una lógica de triángulo escaleno y polígonos amorfos, con los lados desiguales, balones volantes sin canon geométrico alguno. Puedes mirar el partido hasta quedarte bizco y no le ves la sustancia. O no es lo que parece. Donde uno cree ver un pelotazo, resulta que Geijo lo corre, madruga a Sergio, sale López Vallejo, toca Geijo y, chas, gol del Levante. La Segunda División era esto: un lugar donde el fútbol no es así. No se sabe cómo es.
En el Zaragoza persiste también un vívido componente abstracto. Es una forma de decir que le falta cuajo táctico, coordinación, orden, reunión de las líneas. Valores que siempre conformaron el estilo de Marcelino. También le falta fútbol. El Levante acertó a colarse en esos espacios muertos donde campeaba el caos aragonés. Primero con Geijo y luego, hacia el final, con el cimbreante Rubén. Ambos se dieron un banquete a costa de los dos centrales del Zaragoza y ganaron el partido. Ayala y Sergio engulleron los balones medidos y los desmedidos. Geijo acudía a darles el bocado y por eso pronto dio con el gol, al final de un pelotazo largo. Geijo anticipó la ruta y Sergio lo siguió en desventaja. Ayala se vio vencido de antemano por la parábola del pase. La salida de López Vallejo dibujó un retrato preciso de la ausencia de convicción. A Geijo le bastó tocar apenitas con la izquierda para gritar el gol.
Ocasiones
El tanto recubrió al Zaragoza de hojalata, lo puso frente al espejo de sus tempranas deformidades. No sólo atrás. En el medio, Luccin y Antonio Hidalgo parecieron excluirse en lugar de mezclarse. El francés tuvo un buen rato de navegación con la pelota, algo de brújula en un choque proceloso. Después le pegó a Geijo una patada destemplada, de amarilla. Geijo se tuvo que ir cojo y a Luccin lo quitó Marcelino por Zapater. Hidalgo no acertó a gobernar el juego y tampoco llegó al frente, su gran valor en el Málaga, donde jugaba diez metros más arriba. Hubiera hecho falta, porque Oliveira desbancó a menudo a Yago y puso en la bandeja del área dos goles disfrazados. Nadie les sacó el envoltorio.
El Zaragoza se ha quitado mucho fútbol en la zona de tres cuartos y esa ausencia resta balones de gol a sus rutilantes delanteros. En las bandas, Arizmendi tuvo un aire guadianesco. A menudo se confundió en la grisalla general, pero cuando surgió de la niebla mereció cierta atención. Por las dos acciones mencionadas arriba y por un par de diagonales que tiró hacia el interior, lo que tal vez cuestiona su condición de futbolista orillero. La primera originó un solitario chispazo combinativo, el único instante lúcido de toda la tarde, del que participaron Ewerthon, Adriá y Robusté. El último metió el balón en su portería cuando intentaba cortar la llegada al remate de Ewerthon. El asistente lo anuló y Del Cerro Grande, árbitro con apellido toponímico, le hizo caso. En la otra, el alargado Arizmendi acabó con una hermosa rosca de zurda, preñada de intenciones, que se fue arriba. Como otra de Oliveira...
El Zaragoza había llegado a las proximidades del gol sin pasar por el juego. Normal en Segunda, pero equivocado para un equipo que debe mandar por la calidad, por el fútbol. No puede caer en la trampa del estilo simplificado, aunque el Levante le hiciera así también el 2-0. Aprovechando un ovillo que se hicieron Pignol y Ayala, Rubén tramó su tanto con un culebreo indecente contra Sergio. Oliveira descontaría de penalti. Todo fue insuficiente. Todo, en verdad, era nada. Lo único salvable fue la fecha: aún estamos en agosto.
Partido de pelota vasca
Real Sociedad, 1-Real Zaragoza, 0
Primera eliminatoria de Copa del Rey
En este Zaragoza post-moderno campea la fugacidad. En estos dos últimos años todo parece fuego fatuo. Más fugaz que nada ha sido la Copa del Rey. Aquí no se puede proteger nadie detrás de los 41 partidos que quedan por delante en la Liga, estúpido placebo que nos aplicamos el sábado después de la astracanada de Levante... Aquí no hay más. Ganó la Real Sociedad por un golito y un tanto así de fútbol. No mucho en términos absolutos pero, en comparación con el Zaragoza, otro mundo. Suficiente contra esa reunión de jugadores que hoy es el equipo de fútbol aragonés. Que es aragonés, o lo que queda del concepto, pero desde luego ni es equipo ni lo asiste el fútbol.
Aunque el partido retrató dos estilos disímiles, en realidad no se trata de estilos. Discutir de estilos en el fútbol se antoja falaz, porque todas las formas de juego son susceptibles de gustar y desde luego de ganar. Ahora que los científicos han descubierto el gen-343, ese que hace al hombre ser infiel por naturaleza (condición que Woody Allen definió hace mucho, usando sus gafas de pasta como microscopio), habrá que investigar si el gen futbolístico del zaragocismo admitirá perder (y hasta ganar) sin ver a sus futbolistas dar tres pases seguidos. Como dijo Marcelino. No tuvo perfil, ni bandas, ni medio, ni defensa ni amenaza arriba.
Enfundado en una castaña como un piano, el Zaragoza de hoy le ofrece a su fiel espectador un par de posibilidades: aburrirse o pasar pena, según el grado de implicación emocional. Son dos opciones, oferta generosa salvo por su contenido. Entre aburrirse o pasar pena, el sábado muchos eligieron regresar a la siesta o armársela postrera, con la tarde avanzada, el sol bajando la cabeza para asomarse a las ventanas. También los hay que se aburren y lo pasan mal. Son los del todo incluido, que en Cancún van con pulsera y aquí con ojeras y ardor de estómago. Para ser uno de esos basta con mirar el partido más allá del descanso. Más pronto que tarde, el Zaragoza termina por dar pena.
Leve mejora
Fue tan incalificable lo del sábado que ayer quisimos ver una mínima progresión en detalles casi pueriles: como que los defensas defiendan con orden; o que hubiera una ocasión cantada de Ewerthon que Zubikarain convirtió en córner. Esa generosa imagen se deterioró a toda prisa. Lo que le costó a la Real manejar la pelota. Lejos del área, es verdad, otro matiz de estilo que a Marcelino le parece decisivo y que a Lillo no le importa, porque cree en la posibilidad de demorar la elaboración para que la jugada aflore sola. El Zaragoza es su antítesis: practica el fútbol de asalto y presión. Pero mal. Ahí, los centrales son pelotaris zagueros, que juegan a la pelota vasca. Anoeta es un estadio o un velódromo, pero no ya un frontón. Ahora se llama Atano III, y ahí pegan los manomanistas unos pelotazos que no se los salta Pulido.
Hay que recordar que a Lillo lo sacamos de esta ciudad a gorrazos en cuatro días, lo que completa la ironía. Porque ayer su Real Sociedad dirigió el choque con la pelota como timón, y esa sola idea nos pareció una forma mayor de fútbol, sin serlo. La Real ganó primero la posesión, lo que condujo al Zaragoza a una veloz decadencia, y a la vuelta del descanso ganó la eliminatoria. Elustondo cazó con una pelota perpendicular a Pulido y Pavón, que tiraban un fuera de juego. Marcos fue al otro extremo del cordel, cabalgó contra López Vallejo y lo batió sin vacilaciones.
Aunque reclamó un penalti por mano con mucha razón, en desventaja el Zaragoza entró en barrena. Gerardo pudo hacer el segundo en una volea de otro planeta y Xabi Prieto ensayó la filigrana. En busca de soluciones, Marcelino armó un totum revolutum medieval: metió a Caffa arriba (inerme en la banda, es verdad), introdujo a Adriá, bajó a Arizmendi por afuera, puso a Sergio de central y adelantó a Pulido al pivote... Antes ya había barajado a Generelo y Zapater. Esa noria fagocitó las pocas ideas que quedaban. Y tras del fútbol se fue la Copa, arrastrada por la lluvia incesante, a la alcantarilla más próxima.
Ewerthon se queda solo
Real Zaragoza, 2-Real Sociedad, 2
2ª Jornada de Liga
El Zaragoza elevó su ventaja sobre la velocidad y la Real Sociedad la deshizo con un tratado de arrojada paciencia. Lillo, que dirigió desde el palco por su expulsión en Copa, anhela una utopía: que su equipo elabore desde el fondo, como si jugaran Baresi, Maldini, Tasotti y Costacurta. "El secreto del Milan es que su fútbol lo inventan los defensas", dijo el visionario Cruyff mientras todos mirábamos a Gullit y Van Basten. Pero Mikel, Labaka, Castillo y Carlos Martínez manejaron la pelota de forma lastimosa y permitieron al Zaragoza dos goles a todo trapo, el estilo preferido de ese goleador serial llamado Ewerthon, y un severo control del juego. En el intermedio, Lillo agitó su filosófica melena rizada y dejó tres defensas. Y apareció Marquitos, al que ahora hay que decir Marcos, para dirigir con su eléctrico culebreo la larga y feliz recuperación de la Real frente a un Zaragoza inmaduro, cuyas virtudes languidecen a toda prisa, incluso en posición hegemónica. Se alejó de la pelota, le brotaron los defectos y acabó atrapado por un temor que encarnaría el nítido cabezazo de Díaz de Cerio para el empate.
El Zaragoza del primer tiempo tuvo valores notables. Obligó a la Real Sociedad a la precisión en cada pase, con un ejercicio minucioso de presión y reparto de los espacios. Y la Real no estaba para exigencias de ese tipo. Insistió en su idea de salir desde atrás con tanta terquedad como ineptitud. El Zaragoza, en ese primer rato de actividad entusiasta con la pelota y sin ella, le fue cerrando todos los caminos, anulando las conexiones, obligándola a ir a ningún sitio y regresar otra vez por el mismo sendero. Por si faltara algo, Ayala y Sergio se recrearon en su autoridad y Paredes cerró a Xabi Prieto, futbolista con mucho interés en los pies. Mientras, Zapater fue creciendo. Cuando el Zaragoza ya ganaba, pegó una falta de vuelo elegante que Zubikarai se dio el gusto de negar con una estética zambullida.
Decadencia
Ewerthon concluyó en poco rato lo que los demás hacían bien. Al minuto y medio cabeceó con franqueza un pase de Arizmendi, que había robado la pelota en el área rival. Los cuatro de atrás de la Real se pasaron el rato dándole sustos Zubikarai, que sudó hasta los tacos de las botas y se resbalaba como si alguien le hubiera encerado el área. Al poco, la Real se equivocó en otra salida, prolongó Oliveira con una cucharita y Ewerthon se fue contra Zubi como un toro. El 2-0 se lo metió por el sobaquillo, punto flaco de los toreros y las mujeres barbudas.
Lillo no hacía más que llamar por teléfono desde el palco a su banquillo, pero por lo visto comunicaba. Sin embargo, la lesión de Oliveira a los 24 minutos tuvo un efecto retardado para el Zaragoza, que se acható con Braulio, la lógica desconexión de Jorge López y el desencuentro de Generelo y Arizmendi con ese inagotable objeto esférico llamado balón. Con todo, el Zaragoza se agarró a la estela de Ewerthon, que andaba en conexión con otro planeta y se bastó para sofocar a Zubikarai y sus amigos: dos que casi y un al larguero. Ewerthon agarraba la pelota donde fuera y se iba contra el mundo. Y ganaba. Cuando está en ese plan, da para sacarlo en procesión.
El movimiento de Lillo en el descanso fue uno de esos raptos de osadía que ya no se ven. O, tal y como estaban los suyos, pudo deberse a una resta lógica: tres defensas se equivocan menos que cuatro. El caso es que le funcionó. Y entre el oficio de Gerardo, la manivela de Elustondo y la verticalidad de Marcos, fueron horadando el creciente desgobierno del Zaragoza, culminado en la confusa gestión de la pelota que acabó en el 2-1. Es imposible contarla. Fallaron todos y López Vallejo, notable hasta entonces, le regaló el despeje a Marcos. A partir del gol, al Zaragoza se le aflojó todo: las marcas, el fútbol y los esfínteres. Marcos dio otro aviso y fue asociando amigos para la causa del empate. Lo culminó Díaz de Cerio, con el Zaragoza víctima de sus fantasmas, La Romareda soplando y Marcelino en el diván. Ewerthon había empatado su batalla contra el mundo. Y bastante fue visto lo visto.
Una flor en el desierto
Real Zaragoza, 2-Elche, 0
4ª Jornada de Liga
En medio del áspero alquitrán de un partido sosote, mucho menos generoso por parte del Zaragoza de lo que haría suponer el marcador, brotó una flor que salvó la tarde para el equipo aragonés. Nació en el pie derecho de Jorge López, que se pasó el encuentro hilando seda desde el medio, enseñándole al Zaragoza los caminos abiertos por la inferioridad numérica en la que quedó varado el Elche, inerme desde que se quedó sin Willy Caballero, expulsado por bajar a Hidalgo en el área pequeña. Un penalti algo torpón y de altísimo precio. Además de descoser el partido, Jorge López vino a demostrar también que no hay categorías sino futbolistas; y que en Segunda todo es atropello porque la mayoría juegan al atropello, agitando los músculos y las pizarras. Su fútbol le hizo al Zaragoza de metrónomo y brújula, todo a la vez, componiendo un artilugio de mágica diversidad que la ciencia no ha inventado.
Ese tranco leve con el que se mueve por el campo Jorge López, jugador de grácil contención física, supone en Segunda una extravagancia luminosa para la vista, y un punto de apoyo a partir del cual mover el mundo, a la manera de Arquímedes. O a un equipo de fútbol, como en este caso: su dominio del tiempo y los espacios (cada pase venía precedido de una pausa deliciosa, como si midiera las variantes), más un par de aceleraciones feroces del promiscuo Ewerthon deshicieron a un Elche que compuso buena figura mientras tuvo a los once. Luego cayó en una depresión durante la cual el Zaragoza resolvió la tarde para luego echarse la siesta. Con esa actitud irresoluta con la que jugó el segundo tiempo, el Zaragoza no se hizo ningún favor.
El penalti de Willy (previa vaselina de Jorge López a la espalda de la zaga) lo resolvió Ewerthon con una cucharada de calma. Raso a la izquierda. Ni flojo ni fuerte sino todo lo contrario. Si hubo o no fuera de juego en la jugada previa, por cierto, cualquiera lo sabe. David Vidal rehízo el cuadro quitando a Saúl, y abrió a Santos y David Fuster a los lados. Cuando aún se estaba mesando el bigote, Ewerthon estiró los músculos en una carrera feroz, enfrentó a Olmo y lo rebasó con un autopase (el regate más sencillo para los velocistas). Cuando reencontró el balón sobre la línea de fondo, volvió el tobillo y giró un centro ingrávido que Caffa bautizó de un cabezazo: 2-0.
Aburrimiento
Contra la rotundidad de la ventaja local, cocida en apenas 25 minutos, el Elche no pudo siquiera verbalizar una amenaza. Dani jugó de eremita o desterrado, en severa soledad y con la obligación de alimentarse de lo que diera la tierra, que era nada. Y quizás rumiando en la memoria aquellos tres goles que hizo en La Romareda cierto día con el Betis. A pesar de todo, el global del partido dejó un punto de sospecha por el sesteo informe en el que incurrió el Zaragoza durante la larga y tediosa segunda parte, cuando el Elche reencontró pelota y ritmo de la mano de Rodri, y pudo incomodar arriba con Miguel. Hasta Usero, concienzudo toda la tarde, largó un pelotazo que tocó el larguero. A Vidal esos detalles le bastaron para que le creciera un paternalista orgullo por sus jugadores. Paternalista no significa injusto. El Elche puede hacer su recuento desde la perspectiva utilitarista (no gana y sigue abajo) o subrayar el peso de las circunstancias, más el relativo progreso de la segunda parte. Y las dos cosas serán verdad.
Si se trata de ponderar avances, lo tiene mejor el Zaragoza: portería a cero; dos centrales compuestos, por fin (Marcelino se hartó de aplaudir a Pavón, terapia de confianza); Pulido sacando limpio desde atrás el balón; el tiralíneas de Jorge López en el medio centro, que no debería quedarse en solución ocasional vista la dimensión que le da al equipo; la aparición de los dos pivotes en los balcones del área y la constancia en el rendimiento de Caffa y Ewerthon, rápido, motivado y listo para aparecer entre líneas. No son pocas cosas. Si Arizmendi le diera el balón a algún compañero de vez en cuando y Braulio hiciera algo, así en general, podría la gente hasta echar algún cohete. De los de mecha, ojo.
11 comentarios
peterpan -
lepantina -
El honrado (en segunda acepción) -
Pdta: Más que vivir fuera, ya no me acuerdo cómo era vivir dentro. Perdí contacto con la base, como el astronauta de Bowie.
Mornat -
No se hable más: prometo no hablar de fútbol. Está claro que el rugby vende más.
jcuartero -
Mornat -
Prometo que los de fútbol los pongo sólo en atención a López, que vive fuera y no puede leer las crónicas. En cierto modo siento que el mayor interés de Somniloquios (incluso para mí) es la diversidad. O no saber siquiera de qué hablaré el próximo día.
Abrazos
Jeremy North -
Mario, precisamente a mi me gustan muchísimos tus posts cuando tratan de música, de tus gustos literarios, o del hombre barbado; los de fútbol se pueden leer en otros sitios.
Mornat -
Llevo unos meses fabricando morcilla en la base del cuello, un morrillo que me permita ser feliz, más feliz aún, en cada melé del año que está naciendo.
Saludos y gracias.
Pol Baker -
Vuelve a escribir de rugby, este año el Tres Naciones ha estado mejor que núnca, la futura Liga Ibérica, el Perpignan ficha a Daniel Carter...
Felicidades por el blog.
Mornat -
davicius -