Blogia
Somniloquios

La implosión de Sergio García

La implosión de Sergio García

Sergio García, el goleador más prolífico de la historia de la cantera del Barcelona, se ha asentado como titular y está jugando su mejor fútbol en el Real Zaragoza, donde por fin ha encontrado su sitio. Sin embargo, esa escena de triunfo está presidida por una paradoja: en el mejor momento de su vida deportiva, sólo ha metido un gol... pero a cambio ha dado hasta seis y es el mejor asistente de la Liga. La de Sergio García está siendo una explosión al revés. En realidad, se trata de una implosión.

En el fútbol gobierna una ley de mercado que dice así: “El gol no se fabrica, el gol se compra”. En cierta ocasión oí a un entrenador que le confiaba ese relativo secreto al propietario de su club. La ley, en todo caso, admite un apéndice: “Y si por un casual lo fabricamos, se vende...” Desde luego, por aquí o por allá surgen refutaciones del principio. Fernando Torres. Raúl. Sí, pero ya sabemos que la ley atiende a la generalidad, no a las excepciones. Si las leyes obedecieran a una moral intachable, serían dogmas.

El caso de Sergio García de la Fuente (Barcelona, 1983) propone un juicio a esa ley, una incongruencia en sí misma. El viejo aforismo de Kafka: “Una jaula salió en busca de un pájaro”. Dicho a la manera popular, los pájaros disparando a las escopetas. El argumento de partida sería algo así: ¿Cómo puede el máximo goleador de las categorías inferiores del Barcelona no haber llegado a jugar en el Barcelona? A triunfar en el Barça llegarán el portero orgulloso, genial o cantarín, los mediocampistas con glamour desenfadado, el central que oculta sus desórdenes tras una cortina de fuerzas naturales desatadas, o el defensa justito que observa metáforas libertarias en la conquista de un título. Pero el delantero, ése no; ni siquiera el que metió más de 30 goles por año. No. El que hizo más de 50 en una temporada cadete. No. El que jugó en todas las selecciones nacionales desde los 15 años... no; el campeón de Europa sub-19, el subcampeón del mundo sub-20... No, no y no. Ése no. Motivo: ese je ne sais quoi que rige el fútbol, deporte en el que todo el mundo tiene razón alguna vez y en el que la verdad más evidente acostumbra a ser la más incierta. El gol no se fabrica, el gol se compra. ¿No vio a Portillo, no vio a Villa, no vio a Soldado? ¿Es que no vio a Etoo? El gol se compra y se vende. La ley está para cumplirla. Caso archivado. Martillazo.

Sergio García aprendió su primer fútbol en la escuela del C.F. Damm y en alevines lo llamó el Barça. Volvió cedido al Damm, aún cadete, e hizo más de 50 goles en un solo año. Regresó al Barça y vivió un desenfreno juvenil: año a año, firmó 32 goles en 36 partidos; 30 goles en 22 partidos; 10 goles en 15 partidos; y ya en el Barcelona B, 22 goles en 34 partidos y 15 goles en 22 partidos. Era un goleador serial. Quizá sin referentes canónicos en las formas, pero tampoco Villa los tiene. Los arquetipos no lo explican todo. A esa edad, a Sergio ya lo distinguía su tendencia a un perfil cóncavo, engaño para los malintencionados que vigilan el peso de los futbolistas más que la propia estulticia. Hansi Muller era paticorto; Garrincha tenía las piernas chuecas; Puskas o Maradona fueron genios abombados. Favorecido por esa extrañeza de las formas, Sergio no corre, se embala en vertical, como los dibujos animados y los velocistas que buscan la meta. Es el efecto bola de cañón.

Debutó en la Champions con el Barcelona, en 2002 frente al Brujas. Y en la Liga en septiembre de 2003, con el Sevilla. Y eso fue apenas todo. En una cualquiera de las mañanas repetidas en las que veía entrenarse a su hijo, Sergio García padre se dio cuenta de que la letra pequeña de aquel sueño obligaba al exilio. Puede ocurrir que, si uno mira las mañanas repetidas así, de soslayo, llegue a entrever la tramoya de la vida. El fútbol consiste en ver lo que no se ve: por ejemplo, que los cinco goles de Kanouté en el Tottenham ocultaban la promesa de 20 o más en España. Tras la maraña de goles adolescentes, su padre intuyó el destierro. Son justo los chicos que crecen en los equipos grandes los que más complicado tienen jugar en los equipos grandes. Una paradoja terrible, un desorden. Lo primero que codiciamos es lo más cercano, le explicó Hannibal Lecter a la agente Starling. Lecter jamás jugó al fútbol.

El chico lo tomó con resignación. Fue al Levante y luego lo compraría el Zaragoza para relevar a Villa. Una comparación peligrosa, pero Sergio García ya ha rebasado con fútbol aquella primera notoriedad de los peinados, el pelo de pincho eléctrico, los teñidos y las cabezas rapadas. Los arreglos capilares anticipaban por error a un futbolista disperso, más atento a lo accesorio que al juego, extravagante o alocado. Por asociación colectiva y por procedencia, a ratos la Prensa le dice el neng, pero Sergio García está lejos de espantar a las abuelas soltando gas con motos trucadas, o derrapando un coche tuneado en la explanada de las discotecas. Sergio es cualquier cosa excepto un muchacho estridente. Reservado, ajeno, tranquilo hasta la anestesia anímica. Una máscara que no transpira tensiones y que reduce las preguntas difíciles a respuestas fáciles, como un artificiero. Aunque su frustración del año pasado -cuando llegó Diego Milito, cuando Víctor lo ponía poco- resultaba obvia a simple vista, jamás permitió un atisbo de ello en la escenografía diaria. Era el suplente pluscuamperfecto.

Por descontado, esa virtud ética no impidió la insatisfacción. Lo distintivo ha sido el modo de gestionarla. A menudo los futbolistas equivocan la juventud con la vida, pero en la vida la pelota nunca viene por donde la esperas. Lo escribió Albert Camus. Sergio pudo confundir sus más de cien goles con un derecho inalienable a ser titular y goleador en Primera. No lo hizo. A cambio, ha buscado hasta encontrarle el sentido a su fútbol en las entretelas del juego, donde nadie lo aguardaba: este año todo el mundo está de acuerdo en su explosión, pero en realidad no ha sido sino lo contrario: ha sido una implosión. Sergio lleva un solo tanto, pero a cambio es el mejor pasador de gol de la Liga. ¿Naturaleza contravenida? Quién sabe. La mayoría nos parecemos poco al hombre que preveíamos. “Antes hacía tantos goles que no se veían mis pases, ahora me ocurre justo lo contrario”, explica.

Una jaula salió en busca de un pájaro. Un goleador se puso a repartir juego.

Mediapunta, 17 de diciembre de 2006
www.mediapunta.es

0 comentarios