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Somniloquios

Desvelos

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Advierto que el viento de la intolerancia está siendo combatido con el viento de la estupidez, que sopla en forma de torbellino y en todas las direcciones. No puedo evitar meterme en este asunto. Hace unos días vi unas fotografías en elmundo.es en las que dos mujeres musulmanas iban a la compra en un centro comercial de Alcobendas ataviadas con una prenda llamada niqab, un velo que cubre casi por completo el rostro. Por lo que parece, esto es cada vez más habitual en España. Creo que era también en España y en sus principales medios de comunicación -no digamos en los de corte progresista- en los que leí hace unos años el espanto que a columnistas, comentaristas, periodistas y demás -istas les producía la represión de las mujeres afganas, simbolizada en el uso obligatorio del burka, sometidas al dominio inhumano, medieval, cruel y despreciativo de una sociedad engastada en lo más rancio y abominable de la cultura machista. Detesto los ismos: el machismo, el feminismo y el mariconismo, otra imposición tan insoportable como las demás. Las exhibiciones no me convencen, me estomagan, las de cualquier tipo. Detesto también las opiniones convenientes, y en este país los principios y las promesas, sobre todo las políticas, pesan cada día menos. Son hojas en el viento.

Ahora que el burka, el niqab y todos estos símbolos de la dominación implacable sobre un sexo han llegado a España, ahora que esta sociedad celebra una Ley de Igualdad preocupada hasta de regular el número de miembros de uno y otro sexo y/o opción sexual en los consejos de administración de las empresas; ahora que hay costaleras, mujeres que participan en las turbas, médicas, juezas, compañeros y compañeras, todos y todas, chicos y chacos... ahora salen los políticos y dicen que el burka y el niqab son expresión de credo religiosos y que cada cual es muy libre y que no es un problema y que no es necesario regular su uso. Es decir, que aquel símbolo de la opresión institucionalizada, del fundamentalismo ventajista, del medievalismo machista, de la abyección de una sociedad entregada a un conveniente y malvado control religioso, ahora resulta que era una opción. Por lo visto hoy por hoy todo son opciones. Basta agarrarse a una, siempre que a los bienpensantes les guste. Pero las opciones pueden multiplicarse fácilmente, porque somos muchos individuos y cada uno más rarito que el de al lado. Por lo visto, la libertad individual no existe para ponerte el cinturón en el coche o no ponértelo, o para elegir quiénes van a ser los consejeros de tu empresa; pero sí existe para llevar a tu mujer por la calle tapada hasta la asfixia moral, encerrada en tu muy hombruna puta cárcel de tela, para que nadie la mire, para que nadie la vea, para que sea tuya, y si no le puedes dar un par de hostias cuando vuelva a casa, para que sea ese fantasma a tu servicio, como escribió alguien en los días en que el burka y el niqab todavía eran un símbolo de barbarie moral, y no una opción. No quiero pensar que todas aquellas opiniones se debían a una moda, al impulso de contar la guerra desde otro punto de vista, a la tentación de hacer siempre víctimas del mismo lado. O peor, al indudable argumento de que los talibán fueron instaurados por los siempre desatentos Estados Unidos, para así aplicarles de forma apropiada la propiedad transitiva: si los talibán imponen el burka y los Estados Unidos impusieron a los talibán, entonces los Estados Unidos impusieron el burka, en el fondo. Como escribía Stevenson: "Si el barco se hundió en su travesía, es que ya se estaba hundiendo cuando partió del puerto". ¿No sería por eso, no? No, digo yo que no sería por eso... No me gusta pensar mal.

Lo siento, pero no. Esto es un país democratizado e igualitario. Esto es un país que se dota de leyes para garantizar la igualdad. Y cad vez con mayor celo y prosopopeya del presidente Zapatero, que considera esos avances como grandes días, históricos y decisivos días para España. Ley de igualdad y política de igualdad para evitar las represiones y los olvidos, y los maltratos y las desventajas por motivos sexuales, religiosos, morales o por condición de género o educación. En este país llevar a su mujer tapada no debería valer, no se debería admitir. Eso creo yo. A mí me indigna. Me subleva. Me avergüenza. El burka y el niqab siguen siendo lo que eran, un símbolo. Que ahora lo veamos en los centros comerciales de Alcobendas o Vic o en las calles laterales de Conde Aranda o Las Delicias no cambia nada. Y no me vengan con que las monjas también se tapan o que en algunos colegios religiosos españoles las niñas deben ir con falda. La intolerancia no se puede combatir con la estupidez. El laicismo y el aconfesionalismo. Perfecto. Pero primero el respeto, venga de donde venga.

En Holanda, país garantista y aún más, lo prohibieron. Pero aquí somos más modernos y complacientes que la puta que lo parió. Todo empieza a confundirse de modo muy desconcertante. En Alemania, una juez ha negado a una mujer de origen marroquí el divorcio inmediato de su marido, que ella solicitaba alegando la violencia repetida del hombre, citando un verso del Corán en el que se anima al hombre a castigar a su mujer por desobediencias u otras causas que ni me acuerdo, igual de peregrinas. Si una ley religiosa de cuando Cristo perdió la zapatilla está ahora por delante de las leyes en las sociedades occidentales, es que la cosa va para cualquier lado. Nos harían falta menos dirigentes dogmáticos y más responsabilidad y valentía. Pero tenemos a Llamazares y a esta pandilla... Eso sí que es un rayo divino.

[Pd: Advierto que estas líneas están escritas con el estómago, en forma de ventriloquía visceral, y no es demasiado recomendable escribir así: llevo cuatro días tratando de evitarlo pero no se me quita de la cabeza. No advierto que a nadie le importe demasiado. No creía que a mí fuera a importarme. Debe ser que siento dentro el caso de un queridísimo amigo cuya hermana se convirtió al Islam. Ella es feliz y bien que lo celebro. Ha tenido dos niñas y ahora vive en Marruecos. Perfecto. Pero me parece terrible y tristísimo no poder apenas saludarla cuando la veo, a ella... a la que he visto desde que éramos unos muchachos. Mi amigo me cuenta que su padre no puede poner siquiera el vino en la mesa cuando el matrimonio musulmán (su hija y su yerno, y desde luego sus nietas) vienen a casa. No dudo de que él sea un hombre estupendo. Desde luego ella no va tapada con el burka ni el niqab, sí con un velo sobre la cabeza. El matiz no importa. Ese mínimo ejemplo familiar escenifica para mí la contradicción de toda una sociedad. Y que me perdonen todos por usarlos como arquetipo. No sé ni por qué escribo sobre esto ni por qué lo hago con esta rabia].

1 comentario

Marlo -

El tema es tan difícil que se entiende el enojo y la dificultad de explicarlo. ¿Quién no lo ha sentido alguna vez? ¿Quién no tiene una amiga o conocida cerca del Islam? No hace mucho estuve en El Cairo con Ana, una amiga española casada con un profesor árabe y madre de dos niñas. Ana es una mujer inteligentísima, de personalidad fuerte, alguien que ciertamente nadie podría sojuzgar fácilmente y de eso doy fe. No usa velo, ni ella ni sus hijas. Pues bien, después de verla y oírla pude entender, ya que no compartir, algunas cosas. La primera fue que sin el menor ápice de duda ella estaba ahí por voluntad propia, más precisamente por amor, y que si pensase otra cosa se iría en el acto; la segunda, que tenía una confianza absoluta en que llegado el caso su esposo no le pondría ninguna traba para volverse con sus hijas a España. Desde luego, tuve mis dudas sobre esto último, porque la ley árabe es efectivamente patriarcal, o machista, y su marido podría tranquilamente negarle ese derecho. Pero yo sentí que nadie la estaba olbligando a nada y que ella confiaba en él, lo que de algún modo es como confiar en el género humano, y eso me calmó bastante. De mi experiencia con la cultura árabe sólo puedo decir que nuestras mejores intenciones de libertad podrían toparse contra la resistencia justamente de las mujeres. Quizá ellas mismas no querrían quitarse el burka. En lo que toca a España está todo el paripé político casero, la hipocresía o sinceridad de las medidas gubernamentales, que ciertamente pueden desquiciar al más tranquilo.