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Somniloquios

Desaceleraciones

Desaceleraciones

Mi profesión y yo hemos alcanzado lo que en el buceo se llama flotabilidad neutra: una suspensión total en la que no te vas ni para arriba ni para abajo, la sensación ingrávida del astronauta. Dicho en términos vulgares: nos despreciamos el uno al otro lo suficiente como para no molestarnos demasiado. A veces nos montamos escenitas, pero en general somos un matrimonio viejo, de modo que podemos dejarnos de imposturas. A ratos nos ponemos románticos y yo me emociono y me pongo a recordar cuándo se me ocurrió ser periodista por primera vez, a los 11 años. Ya lo he dicho en algún otro lado: fue culpa de Enrique Blount y Alcides Jolivet, los periodistas de Julio Verne en Miguel Strogoff, que atravesaban estepas siberianas en paralelo o en perpendicular con el correo del zar, y pasaban las crónicas en el telégrafo y dialogaban en los largos trayectos en tren. Una ficción muy conveniente para un muchacho de ojos vidriosos como yo. El caso es que todavía hoy pienso si no será posible darle una voltereta completa a las cosas y probar algo del lado romántico o legendario de este oficio. Me da por pensar que, si uno sabe escribir medianamente y le gusta viajar, debería dedicarse a escribir y viajar, o viajar y escribir. Pero, ¿quién paga por eso? Toda la vida buscando el sentido de la vida y, cuando uno cree dar con él, resulta que nadie lo paga. Debería haber un ministerio dedicado a este tipo de cosas: el cheque bebé y ahora el cheque metafísico. No lo hay ni con Zapatero, tan atento a los detalles. Lo más lejos que he llegado yo son estos Somniloquios, una puta ensoñación mentirosa que me retira de las verdades cada tanto. Y gracias.

En general, como decía, no espero ya casi nada de mi profesión. Es obvio que la profesión no espera ya gran cosa de mí, salvo los textos de cada día, con fecha y hora. Así ha de ser. No hay reproche. Por el camino de la desconfianza mutua he logrado deshacerme de los mayores pesos del periodismo en los últimos tiempos. Mi capacidad para escaparme de la profesión, eso que ahora se llama de forma tan fea desconectar, se me da de maravilla. Me sorprende porque antes me costaba desconectar; ahora lo que me cuesta es conectar, directamente. Digamos que pego chispazos de cuando en cuando, leves intromisiones de la realidad por las que me dejo llevar y a las que le pongo todo el interés profesional del que soy capaz. He de decir que es mucho. Si me pongo, me pongo. Ahora... como esté de no ponerme la tenemos jodida. Soy más difícil que sacar a un pulpo de su agujero. Por fortuna, los años acumulados me permiten una serie de evasivos métodos que llamaremos recursos o, por darle algo más de cuerpo, conocer el oficio. Sin gran implicación emocional, en ocasiones obtengo resultados que calificaré de sobresalientes por comparación con el esfuerzo. No es vanidad, es conformismo. Tengo para mí que 15 años en un diario (o varios diarios) equivalen a unos 30 en un puesto de trabajo normal, sin competencia ni finalización diaria ni hora de cierre ni presión por la excelencia o el vacío de errores. Acabo de cumplir 17. O sea que ya voy bien...

Este somniloquio quería hablar de la desaceleración y ha terminado en el confesionario. Ahora voy con la desaceleración. Al inicio de las vacaciones leí una entrevista a un psicólogo que alegremente afirmaba que el tiempo es relativo y de cada uno. Eso que todos intuimos pero no podemos demostrar. Los maestros del tiempo, decía, son los niños, capaces de desacelerar su transcurso por pura acumulación constante de experiencias. Todo es un descubrimiento para ellos, descubrimientos al segundo, experiencias nuevas por minutos, un bombardeo de ilusiones y emociones indetenible. Por eso los veranos, argumentaba, les parecen eternos y nos parecen a todos mientras los recordamos. Digo yo que también porque duraban tres meses, al menos el triple de lo que duran ahora. Encima eran veranos uniformes, recuerdo: calor mortal y, a partir de agosto, denodadas tormentas por la tarde. Ahora uno no sabe ni en qué mes vive. O el día: ayer felicité a mi hermana por su cumpleaños, que era y es estrictamente hoy. Siempre lo ha sido. Me he desacelerado tanto que tengo la cabeza confundida, porque en realidad esto era una aceleración anticipatoria: una parte de mí había alcanzado el día 6. El resto anda por el 11 de agosto todavía, más o menos.

La receta del psicólogo era el constante descubrimiento adulto. Hacer muchas cosas, todo lo nuevas posibles. Ir a sitios, supongo; visitar lugares; conocer personas. Muy bonito. Pero cada uno es cada cual. He comprobado, contra lo que el psicólogo advertía, que a mí lo que me desacelera el tiempo es la estricta inactividad. Ni descubrimientos ni mandangas. Tengo una organización desorganizada del ocio tan bien hecha que, en cuanto llevo dos días sin trabajar, me faltan horas para no hacer nada. Cuando no hago nada los días se me quedan cortos. He encontrado tantas formas de no hacer nada, que no me llega con 24 horas. Necesitaría días de al menos sus buenas 28-30 horas. Por eso he dado como costumbre en acostarme tarde y dormir poco. Hay que no hacer nada a conciencia. Es agotador.

De entre los no hacer nada que desaceleran están los días enteros en la playa, hablando poco y mirando mucho, oyendo música o leyendo; el fondo de las piscinas desacelera mucho, como bien sabía Dustin Hoffmann en El Graduado; desacelera y aleja, binomio fun-da-men-tal para la supervivencia. La gente se tira de punta cabeza en las piscinas, pero no se debe hacer. Para desacelerar bien, hay que entrar en las piscinas despacito, nada de espasmos musculares: por unos escalones es lo ideal; o bien tomarse del borde de la pileta e ir ingresando los lomos poquito a poco. Luego uno llena los pulmones de aire y se deja hundir; tras varios segundos, se va soltando el aire por la nariz y comprobaremos cómo el cuerpo cae inerte hacia el fondo, muy suavemente. Ese ejercicio, repetido unas cuantas veces (saliendo a la superficie a rellenar, claro) desacelera de cojones.

También desacelera escuchar a Chet Baker al sol en una hamaca, después de una comida frugal, cantando con esa voz asexuada que ocultaba tantos desmanes interiores. El saxofón de Ben Webster también desacelera una barbaridad, y además el soplido del genio provoca una vibración aireada en el timpano que viene a ser como un masajito en los lóbulos de las orejas. Un masajito en los lóbulos de las orejas desacelera como un avión en el aterrizaje, a todo trapo, hasta con un poco de inercia para adelante que se debe compensar de algún modo, o uno va al suelo. Hay que sujetarse bien de los brazos de la hamaca para no irse adelante; si la hamaca no tuviera brazos, agárrense con fuerza los huevos. Ese ejercicio no anula la inercia pero despista mucho y, por comparación, el dolor consiguiente deja en un juego de niños lo de la inercia. Leer a Pete Dexter desacelera mucho; leer periódicos, no. Son fugaces. Perry Mason también acelera un poco. Bucear desacelera que te pierdes, por el mismo principio de El Graduado pero multiplicado por cien o mil. Los crucigramas y los autodefinidos, aunque parezca lo contrario, aceleran. Lo sé. Una tarde frente al mar agitado en La Caracola desacelera que te mueres. Unos jugando a las cartas y otros leyendo, parecíamos personajes de Woody Allen en Septiembre o un cierto rollo James Ivory o Los Amigos de Peter. Muerte en Venecia, pienso ahora; Dirk Bogarde dejándose ir en la hamaca, rodeado de la peste juvenil del efebo rubio, tapadito con mantas.

Somniloquios debería desacelerar. Si no lo hace, presentad una reclamación.

[Foto: Chet Baker, soplando la trompeta. Si os gusta que os acaricien las orejas con las yemas de los dedos, escuchad The Best Of Chet Baker Sings... O haced lo que queráis, chicos. Ya llamaréis con lo que sea].

15 comentarios

Mornat -

Yo tengo una tendencia a la melancolía demoledora. No es que me desacelere, es que a veces no la puedo controlar y me deja clavado en el sitio durante días y noches enteros. Pasear siempre desacelera; por los viejos lugares, aún más. Encantado de los comentarios, Aitom; ya he dicho antes que son, para mí, una de las grandes razones de ser de Somniloquios. Hay una traza innegable de familiaridad en los que vais y venís. Si no estáis llego a sentirme solo. Uno escribe para ser leído o es un loco.
Un libro, un libro... Algún día, supongo.
Mil abrazos agradecidos.

Aitom -

A mí me desacelera también lo suyo pasear de nuevo por los viejos sitios. Esos a los que, como dice la canción, uno siempre vuelve porque son aquéllos donde alguna vez amó la vida. Quizá algunos tenemos tendencias a la melancolía, que es un peligro cierto de la desaceleración.
En cualquier caso, Somniloquios no siempre desacelera, pero es un placer. Felicidades Mario.
Por otro lado, me gusta que digas que, aunque no nos conocemos todos, eso está bien. Porque nos vamos conociendo en lo que a cada cual interesa...
Y disculpa si se escapa algún comentario plasta, pero tu lectura me incita a escribir algo.
¡Qué cosas! ¡A mí...!
Muchos tenemos fe y esperamos un libro.

cris -

anita baker es un gusto para mis orejas. exquisita, una joya

Mornat -

Agradezco el entusiasmo generoso de los comentarios. Los que elogian (tú no has sido pelota en tu vida, Gonzalo, y menos lo ibas a necesitar con alguien como yo: gracias) y los que recomiendan. Anita Baker: la voy a buscar ahora mismo. No soy un entendido en jazz, sólo un levísimo aficionado que va descubriendo cosas ya descubiertas hace mucho. En el apartado femenino, aparte de las clásicas, me gustan mucho Cassandra Wilson (a la que por cierto vi en NY en directo: soberbia) y una rubia muy de Hitchcock llamada Lisa Ekdahl con una adorable voz cuasi infantil. Me gusta mucho su Lp 'Heaven, Earth and Beyond', y también 'Lisa Ekdahl sings Salvadore Poe'... que escucho ahora mismo.
pd: Gonzalo, yo también pensé si sería el Iñaki conocido. Pero creo que no. Además me lo encontré varias veces en los últimos meses y no hubo comentario alguno al respecto. En realidad, buena parte de la gente que pasa por aquí no la conozco. Y está muy bien.
Abrazos

Jeremy North -

Otro que te felicita, Mario. Curiosas disquisiciones sobre la falta de tiempo para vaguear en un bellísimo somniloquio.

Por cierto, seguiendo tu recomendación voy a escuchar el disco de Chet Baker, del que sólo había escuchado su colaboración con Elvis Costello en la bellísima "Shipbuilding".

Jesús -

A la que he estado escuchando es a Anita Baker,la gran diva del jazz-soul americano,que nada tiene que ver con el saxofonista.Anita tiene una voz delicada y una cadencias musicales deliciosas.

Gonzalo -

Si Iñakil es el Iñaki que conocemos, será mejor que en ese libro de la Zaragoza de los 80's no lo cuentes todo.
Por cierto, este somniloquio es de lo mejor que he leído últimamente. Y no me refiero únicamente a lo publicado aquí, que por otro lado es muy bueno generalmente. Y no estoy siendo pelota, Mario.

Huguito Porta -

Buenísimo. ¿Puede leerse en la edición digital? Ahora lo busco.

Mornat -

Se viene, se viene lo del Mundial de rugby, descuida. Esto empieza a parecer una gramola: cada cual pide y Somniloquio Man cumple... si hay pitera. Ya he escrito un homenaje al ensayo de Corleto para AS. Informaré.

Huguito Porta -

Agrego al pedido de Iñaki algún somniloquio sobre el Mundial de rugby con viaje relámpago a París incluido.
Saludos

Mornat -

Pensaré en ello, Iñakil. Un ejemplar vendido ya es un éxito, digan lo que digan las editoriales, que de esto saben muy poco. Je.
Ron: fantástico, simplemente. Gracias por la imagen, tan nítida, tan frugal, tan estimulante. Hace tiempo, cuando quería cambiar de trabajo, un amigo domesticó mi ansiedad diciendo esto: "Dedica un cuarto de hora cada día a pensar en serio en ello; el resto del tiempo, olvídalo". Ahora me has entregado otra clave. Llevo más de diez años y tengo más que una treintena. Pero ahí está la clave.
Abrazos

Ron -

Escribir y viajar, ése es el sueño después de una década en el oficio. Sin billete de vuelta y sin horario de cierre, y mejor en solitario o con acompañamientos cortos. La treintena nos empieza a dar la pista clave: viajar para escribir, aunque sea un par de meses por año. Lejos, con un ron a la mano y debajo de un ventilador que haga las veces de reloj. Por lo menos ya hemos aprendido que esta era la respuesta cuando tantas veces nos preguntaban de niño a qué querías dedicarte.

Iñakil -

Yo opino que en el trabajo y en el matrimonio, decidas lo que decidas, terminas por arrepentirte. Es una ley a la que no se le ha encontrado contraejemplo, así que no te mates mucho la cabeza.

"Me da por pensar que, si uno sabe escribir medianamente y le gusta viajar, debería dedicarse a escribir y viajar, o viajar y escribir (...)" Mientras encuentras financiación para viajar por qué no escribir algo de la Zaragoza (70's-80's) que tan bien describes en algún somniloquio. Un ejemplar lo tienes vendido.
Un abrazo.

Mornat -

¿Gusto? Lo de las orejicas sí que da gusto...

Cris -

Si que desacelera, da gusto leerte.