Ya no quedan hombres
En el fútbol ya no quedan extremos, cerebros organizadores, defensas libres ni bigotes. Podrá parecer una tontería, pero a poco que uno bucea en el asunto descubre la añoranza que sufre el aficionado por el extravío del biotipo mostacho y su significado simbólico en el juego. No es raro. Basta ver los nombres que subrayaban esos bigotes de antes...
Cuál fue el último jugador con bigote de la Liga española? Es una pregunta inquietante, de esas que te quedan botando en la cabeza como un balón vivo en el área. Trasladada a una docena de amigos -divididos entre ex jugadores, periodistas, técnicos, coleccionistas, historiadores o conspicuos memoriosos de lo anecdótico- las respuestas dibujaron un variopinto panorama de recuerdos fraccionarios. Veamos. Los más rápidos nombraron a clásicos como Migueli, Paco Clos, Rojo, Isidoro San José, García Remón, Schuster, Miguel Ángel, Vicente del Bosque o Eugenio Leal, entre otros. Uno propuso al Chucho Solana, pero se le explicó que el binomio bigote-perilla no califica. Otro lanzó una tesis de arriesgada verificación: "Puerta llevó a veces bigotito chino". Sería el último, sin duda, pero comprobamos en decenas de fotos que el adorno capilar del finado lateral sevillista componía una fina conjunción bigotillo-perilla de inspiración hidalga o romántica, tipo Alonso Quijano o D'Artagnan. "Mesa y el Ratón Ayala... O sea, la prehistoria", contestó alguien horas después. Un par de españolistas de pensamiento fronterizo pasaron por alto a Wuttke o Lauridsen, Custers o N'Kono, y propusieron a un profeta del olvido como el bielorruso Zygmantovich, jugador del Racing a mediados de la década pasada... dicen. Los hubo de natural bromistas que se fueron a los márgenes: de ahí llegaron Capón, el Tato Abadía, Arteche y Sánchez Jara, muy renombrado. La respuesta más folclórica la dejó entre risas uno que proclamó: "¡El último futbolista con bigote fue Isabel Pantoja!". Como también es zaragocista y convicto de la memoria, luego corrigió: "Simarro y Rubial".
Todo se pierde. También en el fútbol. Se perdió el defensa libre, se perdieron los mediocentros ordenadores en solitario, se perdieron los centrocampistas con gol, los extremos y el delantero centro. En ese desorden también extraviamos los bigotes. Al ver a la selección de Irán con un 90% de bigotudos en Francia 98, dimos un respingo: los últimos hombres llegaban de donde llegaron los primeros, de África y el mundo musulmán. En la Europa concéntrica habían ganado las perillas, los mediapuntas hicieron mucha fortuna y poco gol, los peluqueros deconstruyeron los peinados, los calvos se pelaron las entradas a la manera de Yul Brynner, Mazinho y Mauro Silva inauguraron el doble pivote, Barthez salió con Linda Evangelista, murió el Estudio Estadio... Florentino fichó a Beckham, la última esperanza del bigote si había alguna, pero Goldenballs nunca se lo dejó crecer y se ponía las braguitas de su esposa; perdidas las últimas esperanzas, las patillas adelgazaron en hilillos de plastilina rajoyescos, Passarella prohibió a los peludos, los porteros dejaron de usar las manos y los wines murieron en el andén atropellados por locomotoras sin cerebro llamadas carrileros. God Save The Wing!, gritaron en Argentina. ¡Dios salve al extremo!
La recesión definitiva y dramática del bigote y/o mostacho en el fútbol le hace de espejo a la condición trasnochada de ese complemento en la sociedad de hoy. Occidente funciona así: primero jubila la realidad y después juega a añorarla y si puede hace negocio de esa extrañeza. Tan así que la imposible restitución del bigote compone una preocupación post moderna bien reflejada en Internet, el espejo de lo visible y lo recóndito del mundo de hoy. Véase la página www.enunabaldosa.com/futbolconbigote/, con su amplio catálogo de narices subrayadas; o bigotepride.blogspot.com, que aporta una sección de fútbol bigotudo bajo la cabecera que enuncia: "El bigote es una unidad de destino en lo universal". Una forma de explicar el mundo.
Una web preguntaba: "¿Por qué ya no quedan bigotes en el fútbol?" La mejor de las muchas respuestas fue ésta: "Porque ya no quedan hombres". Demoledor. En España y parte del extranjero, el bigote solía delatar a un defensa de pelo en pecho: Migueli, Larrañaga, Carmelo, Arteche, desde luego Stielike y San José, Cundi, Ricardo Rocha, García Navajas o Goyo Benito. Maradona no olvidará el bigote de Gentile. Argentina fue patria prolija en cepillos memorables sobre el labio superior. El bigote de Ricardo Elbio El Chivo Pavoni, marcador de punta de Independiente en la década del 70, se derramaba por la quijada del Chivo como una catarata hirsuta, en forma de herradura invertida, apoderándose de labios y alrededores con profusión invasora. Ese bigote (también el de Breitner o el escocés John Wark) debía producir un indisimulado temor en aquellos delanteros que intentaban adivinarle al zaguero un vestigio de benévola sonrisa entre la hojarasca.
Luego está el bigote ocasional, que posee un valor incalculable por lo que significa. Ejemplo paradigmático: pocos lo recuerdan, pero hasta el mismo Passarella se dejó crecer en cierto periodo de su carrera un bigotillo afilado como los tacos de sus botas, lo que le confirió un aspecto más mexicano que criollo. Como de conquistador de las Américas, sin importar la procedencia. Con ese añadido, a la prestancia natural del jugador le agregó un perfil de caudillo canalla dispuesto a hacer de su justicia la Justicia, al menos en el territorio de las áreas, la propia y la ajena. Gerd Muller tiene una foto con bigote proletario que lo señala como obrero incansable del gol. Ambas transformaciones resumen el poder simbólico del bigote.
Esa condición se ha perdido. El bigote futbolístico de hoy apenas alcanza a bozo: dícese del vello medroso que echan los jovenzuelos sobre el labio superior antes de hacerse machos. Pero aquí no hablamos de efébicos bigotes pusilánimes de moda. Aquí buscamos, añoramos el mostacho rotundo, enredoso, obsoleto. El bigote carlista y el decimonónico, el prusiano, el bigote imperialista o el bigote confederado. Stalin y Hitler llevaban bigote, dos malnacidos sin redención. Proclamamos la grandeza del bigote bicolor, mitad oscuro mitad albo, de Charly García, el enloquecido padre del rock argentino. Y el bigote de Paul McCartney en torno a los días de Let It Be, bigote de "déjalo estar, vámonos cada uno a nuestra casa y Dios en la de nadie". El mostacho suspicaz de Poirot, o el revolucionario de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Del bigote atildado del francés Genghini al mostacho inconformista de Paul Breitner, extrañamos a los hombres de verdad.
Y no estamos solos. Hace unos años la firma Gillette consideró en una de sus campañas el fenómeno, y la imagen y el lema que usó ilustran esta historia. Varios equipos ingleses se dejaron crecer bigotes en una campaña contra el cáncer e invitaban a su público a hacer lo mismo. En una revista satírica de Rosario, en Argentina, Marcelo Mogetta hacía una encendida vindicación que quería agitar conciencias dormidas. Argumentaba el autor: "Porque señores, está bien, salvemos a las ballenas y a los osos panda, pero no vamos a pretender que una ballena desborde, tire un centro atrás y que un oso panda cabecee ante el arco desguarnecido". Ése es el espíritu.
Las ballenas van camino de la extinción, pero los medios bigotones, una finura diabólica para manejar la pelota y las conciencias de propios y opuestos ya desaparecieron hace tiempo: Schuster, la cámara lenta de Del Bosque, Rivelino, el propio Didí, el osado Panenka, el pacífico Rijkaard y Ruud Gullit con su tropical cabellera, Falcao, Jesús Mari Zamora, Toninho Cerezo, esa gente. Ellos creaban y para el remate ya estaban Krankl, Muller, Aldo Pedro Poy, Kempes (bigotito ocasional, como Passarella), Rudi Voeller, Satrústegui, Terry MacDermott, el Ratón Ayala, Luque o Ian Rush.
El bigotudo es una especie del pasado. ¿Cómo fue que desapareció algo que siempre estuvo con nosotros? Debimos sospechar qué ocurriría, pero no estábamos preparados. Groucho Marx nos avisó antes que nadie: el bigote más famoso de la historia jamás existió. Era sólo una mancha de carboncillo garabateada aprisa a la hora de la función. Un truco de vodevil. Una impostura.
PD: El último bigote en la Liga española del que tuvimos noticia no científica fue el de Vicente Engonga. Otras fuentes apuntan a Jacques Songo'o, portero del Deportivo. Ambos coetáneos y de raza negra, lo que constituye materia sociológica a poco que desechemos algunas convenciones. Después de ellos, el hombre se extinguió de nuestro fútbol.
Mediapunta, noviembre de 2007
www.mediapunta.es
12 comentarios
Mornat -
Sergio -
Saludos cordiales desde Dallas (apertura televisiva del 94 que los argentinos sin bigote llevaremos grabada para siempre).
Mornat -
Iñakil -
Mornat -
Abrazos
Eduardo -
Abrazo de gol,
Eduardo -
davicius -
Mornat -
Jeremy, efectivamente Eduardo Basigalup es ese mismo hombre, pero muy cambiado. Encanecido ahora y sin bigote, más cerca de George Clooney (entre amigos a veces nos referimos a él con ese sobrenombre) que de su propio yo en aquellos años. Un gran tipo, por cierto. Educado, agradable, inteligente, trabajador, ocurrente y divertido. Sus 'puteadas' a los porteros mientras los entrena son una de las diversiones diarias de los entrenamientos (ahora ya inaccesible por el asunto de la valla y el paso limitado que tenemos los periodistas a ese lado del campo... una pena). Uno de los 'hijos' de Carlos Timoteo Griguol, aquel viejito con gorra pichonera que dirigió al Betis, y que le dio dos campeonatos nacionales al 'caballito' en los 80. En aquel equipo jugaban Basigalup y Héctor Cúper, que luego trabajarían juntos en el Mallorca antes de partir peras. Ferro también fue el equipo original del Ratón Ayala, nuestro cacique.
Respecto a la moda, yo agregaría algo: la moda que vivimos es para homosexuales. O inspirada en gustos o estilismos homosexuales. Creo que el término 'metrosexual' funciona apenas como subterfugio para que no sintamos que nos están diciendo lo que no somos.
Abrazos
Jeremy North -
La sensación que me queda tras ver este catálogo de mostachos y calzones paqueteros es que la moda de los 70´y principios de los 80´ era para hombres y desde finales de los 90´ tenemos moda para metrosexuales.
tony -
pero quizá el bigotudo que más ronda mi memoria es el gran leopoldo Luque, ex-jugador de River y campeón mundial en el 78 con Argentina.
Zitor -
Parece que habrá que esperar a que a los estilistas les de por poner el bigote de moda.