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Somniloquios

La soledad del corredor de pollos

La soledad del corredor de pollos

El día 31, a las seis de la tarde, me corrí la primera popular urbana de mi vida, la San Silvestre de Zaragoza. Versión reducida, ojito, porque un diez mil me hubiera impresionado sobremanera y ya no tengo edad para emociones fuertes. Así que salimos ahí al Paseo Independencia a despedir el año con otros 2.000 desocupados. Decía la animosa publicidad: “No hay mejor forma de despedir el año que haciendo deporte”. Y yo, que me gusta tanto el deporte, pensaba: si sabré yo que hay maneras mejores de despedir el año... Pero ésta es la que toca esta vez. Y a gusto, oye. Con deportividad. Mallas apretadas, la camiseta del portero aragonés, que calienta y estiliza mucho, y un cabezal ligerito. Ojo que vas a pasar calor, me advirtió Angelito, veterano de la prueba. Quita, quita, que yo soy de mucho abrigarme para el deporte, lo tranquilicé.

La primera dificultad fue colgarme el dorsal 1.540 que me había entregado la organización de la prueba. ¿Cómo se pone uno el dorsal, co?, le pregunté a César, que me había embaucado sin confianza en el asunto. Imperdibles, contestó. Claro, eso ya lo suponía: la cosa es... yo soy un hombre sin imperdibles en su domicilio. Aunque levanté varios cajones y les di vuelta, no fui capaz de encontrar uno. Me resigné a hacer todo el recorrido en patética y poco diligente postura, con la mano agarrando el dorsal contra el pecho, como un moderno caballero del Greco. Menos esbelto, eso sí. Sentí un cierto vértigo escénico, la gente señalándome, el tipo de la megafonía comentando el sucedido por los altavoces en el Paseo Independencia: “Ahí va Ornat, sin imperdibles señores, no se lo pierdan que hace falta ser lerdo: se nota que lo más que ha corrido este cantamañanas es para coger el autobús... Y bueno, señoras y señoreeeeees, cinco minutos más para la cuenta atrás”. Afortunadamente, gentes de buena voluntad me prestaron unos imperdibles con los que me agarré el 1.540 al pecho.

Aun así, ya no me pude quitar los nervios en buena parte de la carrera. No me digáis por qué, pero yo estaba nervioso. Llevaba toda la mañana pensando en la subidita de San Vicente de Paúl, donde calculaba yo que iba a cascar el huevo, con lo que me quedaría un buen tramo todavía, como de milqui o algo así, en el que echar el bofe para solaz del pueblo zaragozano que no tuviera otra cosa que hacer que apostarse en las veredas a mirar la carrera del día de Nochevieja. En fin, con esos pensamientos y un chip prodigioso en el cordón de la zapatilla derecha para registrar mi tiempo por métodos electrónicos que me superan, nos situamos entre los 2.000 participantes. Alguien dio la salida. Venga que vamos. Nadie se movió. Bueno sí, supongo que los de delante, Eliseo, la Macías (yo jugué con su hermano al rugby hace tres o cuatro siglos, que se sepa), Larraga, el Benarafa, Chamalen, Cram, Ovett y Nourredine Morceli, qué sé yo: todos esos salieron como una instalación, según vi luego en la tele y las fotografías. Nosotros tardamos unos segundos, como en los semáforos. Si irían rápido esa gente que antes de que nos pudiéramos mover, ya habían girado en el monumento del Justicia y bajaban pateando el asfalto hacia la Plaza de España como si fueran a quitar las calles, oye. Entonces empezamos a movernos nosotros.

El trío de la bencina nos situamos por la derecha y partimos como el Renault aquél de Alonso, adelantando a todo meter y además por el lado de la acera, para que el pueblo nos pudiera jalear. Yo tomé la retaguardia desde el primer momento. En esos primeros metros la carrera se pone muy perra y no me convenía ir largo al suelo como Zola Budd, aquella que corría descalza. Uno tiene un leve prestigio que mantener. Aun así, apreté los esfínteres cuanto pude y les seguí el ritmo a los otros. Versado atleta y buen conocedor de las calles de la ciudad, Angelito avisó: “Vamos a agarrar la cuerda por el otro lado que hay que dar el giro”. Y eso que nos ahorramos, pensé yo. Como buen deportista, sostuve un breve diálogo conmigo mismo: “Ornat, tú no te cebes que no te conviene una carrera rápida. Tú a la marchica, a la marchica”. Así que bajé Independencia, pasé la contrameta donde estaban todos los fotógrafos, giramos en el Coso, Fnac y afrontamos la calle Alfonso, donde me sentí grande porque oye, uno ha nacido ahí como quien dice, así que en la esquinita con Torre Nueva casi levanto los brazos para saludar, pero no había nadie a quien saludar. Gente sí, gente había, pero ni un solo Ornat: andaban preparando el rape con langostinos.

El adoquinado de la zona de las Murallas se lo hubiera colado en el orto ahí mismo a Béloc, insigne munícipe, pero lo salvé medio subiéndome a la acera, bordeando la cinta de la Policía Local. Salimos a Echegaray en pentacampeones. El ritmo era superior a lo que yo mismo me podía permitir, eso estaba claro: presa del entusiasmo y la inercia de la masa, recuerdo haber pensado claramente: “En San Vicente de Paúl pliego, tú”. Ya no había remedio. Mucha gente mirando, uno no puede desfallecer. Efectivamente, en el puente de Piedra se me vinieron de vez el láctico y la deuda de oxígeno, dos términos que siempre me han encantado. ¿Quién me mandaba haber pasado la mañana jugando al pádel? No sirve como excusa: si te quedas tirado sin llegar y alguien te pregunta y dices: “Sabes qué pasa, co, es que me he pasado la mañana jugando al pádel, co”... Suena patético. Ahí pasado el puente se me escapó definitivamente César, que yo creo que venía concediéndome una moratoria hacía rato. Llegó la temida cuesta de San Vicente y, sí, qué bien se va en coche a todas partes, señores. La subí porque otra cosa no, pero orgullo los Ornat tenemos el que haga falta. Y huevos mucho gordos. Y luego me dije: chato, recupera un poco porque si no vas a dar un espectáculo lamentable en el paseo y eso no puede ser. La estrategia es básica en el medio fondo, tú. Si caes muerto frente a los ventanales del Heraldo, fíjate qué planchazo...

Entonces fue cuando un tipo me faltó al respeto. Y creo que era de la organización, porque estaba de este lado de la cinta y con atuendo corporativo. Me vio venir. Yo no lo voy a negar, ahí iba sufriendo sí, tratando de recuperar un poco después de la subida, pero vamos que no arrastraba los pies ni nada parecido. Sin embargo, cuando pasé por delante del elemento en cuestión, me dijo: “Venga, que ya estás”. Así, sin más. Venga, que ya estás. Lo dijo sin énfasis, como sin ganas, igual que si alguien lo hubiera programado para decir “venga, que ya estás”, maquinalmente, al que pasara por delante. Yo me fui muy dolido, tengo que decirlo. ¿Se lo decía ese hombre a todo quisque? ¿Tanto me vio sufrir? ¿No se daba cuenta de que llevaba a cosa de 1.200 personas más por detrás? ¿Movía mi estampa a semejante conmiseración?

Con esos pensamientos descentrándome, alcancé el Coso y el tramo definitivo. Iba haciendo grupo con chicos y chacos que me pasaban o los pasaba, y a veces las dos cosas porque los ritmos fluctuaban bastante. Aguanté el tipo y entré en el paseo digamos que jodido, para qué nos vamos a engañar. En el reloj daban las seis y cuarto: ¿será posible sufrir tanto en un solo cuarto de hora de carrera? Será. El paseo parece corto en un día cualquiera, pero cuando uno ha de correrlo, oye, como que se alarga. Calculando si echaría el bofe o no, sentí la soledad del corredor de pollos y ese apretoncito blando que se apodera del vientre en este tipo de situaciones, pero me dije: “Ornat, si aflojas un poco más se te van a subir los caracoles a la pija, mira a ver si tal...”.

 

Al tomar la última curva, oí que un chico y una chica que iban bastante cuadrados se daban referencias: “Ahora son 20 minutos, así que nos quedan cinco para entrar en los 25”. Calculé y vi que la resta estaba bien hecha. 25 menos 20: Cinco. Clavao. Del Justicia a la Cai, donde estaba la meta, me dije que cinco minutos no me podía costar en la vida. Entonces mi lado menos coherente entró en acción. Y, contra todo pronóstico, ataqué a la salida de la curva. ¿A quién ataqué? Lo primero, a la pareja de la suma y la resta, que no sé por qué dije: a estos los dejo yo de rueda pero ya. Pero sobre todo me ataqué a mí mismo, como luego se vería. Y me puse en un ritmo tremendo de llegador consumado, tratando de no cabecear mucho y dispuesto a sostener mi larga y desconsiderada ofensiva. En ese fugaz pasaje de gloria recogí unos cuantos cadáveres... A punto estuve de recoger también el mío propio. A mitad de recta me pareció que la meta estaba en Cuenca. ¿La estarían moviendo para abajo esos cabrones? La pareja de los 25 minutos me adelantó por la izquierda. Vaya cambio de habas que había metido. Pero no era momento de venirse abajo sino de proclamar la gloria del triunfador, porque el triunfo está en terminar, dicen. Eso dicen, a mí no me miréis. Con el sentido del dramatismo que me caracteriza, pensé componer una estampa en la llegada como la de Sebastian Coe en la foto, pero no había nadie para inmortalizarme. Así que entré en meta en un honroso 755º puesto, en 23:24 minutos, a algo más de once minutos del ganador de la prueba, el tal Eliseo. Once minutos no es tanto, no me jodas: es lo que llego yo siempre tarde a cualquier sitio que vaya. Me dieron una bolsa con un plátano, unos conguitos, una botellita de agua y una camiseta conmemorativa verde pistacho que para dormir no te digo yo que no vaya a hacer su papel. El jamón del sorteo no me tocó.

14 comentarios

Mornat -

Tanto entusiasmo pones que yo mismo lo he vuelto a leer para acordarme de todo. Y ahora me he puesto la camiseta verde pistacho para estar por casa: creo que el año que viene estaré en condiciones de pegar un cambio con más garantías. Eso sí: a la cuesta no he vuelto. ¡Ni en bicicleta la subo, tú, no sea que se me haga una obsesión! Esa cuesta ya es para mía como las escaleras de Rocky...
Abrazos.

pks -

Mira que lo he leido veces, y cada vez me descojono más y más. No habrás vuelto por la cuesta de San Vicente de Paul, no?.
De todos modos aun tienes tiempo de prepararte la carrera de este año, más que nada para hacer cambios de ritmo que no sean tan de habas.

Dale recuerdos al hermano listo

Mornat -

Padre, confieso que he incurrido en la tentación de la carne (a la plancha).

Pd: Es que este año me han hecho talonador a tiempo completo (contra mi voluntad) y he oído que hay que correr más. Soy débil. Eso sí: sigo jugando con el 1. Porque algo de dignidad, aunque sea aparente, hay que sostener.

pilier-toledano -

Y tu te llamas el 1 del Seminario?
Pasando el ultimo dia del año, mientras la gente esta tomando cañas con los amigotes y la familia corriendo por la ciudad sin un balon de por medio, como un vulgar zaguero?
No hay mas dias en el año para cometer el vergonzoso acto de salir a correr "por que si" que el dia de nochevieja.
Haz honor a tu condición de pilier y arrepientete, pecador.
Como penitencia, encarga comida a la pizerria y da cuenta de ella sentado en el sillon de casa mientras ves un mundial de atletismo tomando unas cervezas.

Eduardo -

JA, JA, ¿pero es que no has aprendido nada de Tarazonica pequeño? Los pies siempre a un dedo del suelo y llevando un trote cochinero, digno eso sí.

Sergio -

A todo esto, ¿cómo es una peladora de pollos? Voy a pinchar y os cuento...

Sergio -

Por cierto, vecino -que no me atreví a saludarte porque con la pinta de correcalles que llevábamos no me pareció el momento más adecuado...- a ver si elegimos con más tacto los títulos de tus entradas, porque google aprovecha para anunciar, en la barra superior, lo siguiente: Anuncios Google Peladora Pollos La Soledad Calzado Running Alojamiento Soledad.
Madre de Dios, esto me recuerda a una anécdota de El Corte Inglés, en la que vendían, en la sección de libros de Aragón, un volumen de Federico Mayor Zaragoza...

Sergio -

La mejor crónica de estos cuatro años de Sansilvestres, la has clavao, algunas sensaciones me resultaban demasiado familiares, como desfallecer ante el Heraldo... Te confieso que me alegré cuando, yo todavía sudoroso y faltándome la respiración, te vi llegar. Al fin gano en algo a los Ornat... Claro, que si te la llegas a preparar me pasas, pero qué gustirrinín sacarte cien puestos, jeje...

Mornat -

Platano, naranja y conguitos... ojo. Lo que pasa es que el platano a mí se me indigesta, así que lo regalé. Igual con los conguitos, que no me convienen. Botellín de agua y trinaranjus. Si me lo como todo me atraco, tú.

Boli -

A mi 23 minutos seguidos corriendo no me paicen pa darte un platáno.

jedipe -

que bien describes cuando lo sufres...

Mornat -

No, si yo me di el gusto de contarle mi carrera a Martí, el especialista de atletismo de el Periódico, ahí mano a mano con Benarafá y el Eliseo... Que luego no la contó, es verdad, porque verdad es. Pero yo sé que eso son opciones periodísticas. Pero como decía Indurain para explicar su rendimiento cuando acababa una etapa de montaña en el Tour, "había que estar ahí y se estuvo".

César -

Ornat,no minusvalores al grupo, al parecer llegamos un poquito antes que los pollos.

kikone -

que chalao!!!