Escenas: enamorados bajo la lluvia
Tengo dos lugares preferidos en Zaragoza: la espalda del ábside de La Seo al mediodía, cuando revienta el sol contra el artesonado mudéjar de los muros. Y el Paseo de la Constitución en su primer tramo, el más próximo a la Plaza Paraíso. Me gustan las copas enormes de los árboles que quieren arquearse sobre el bulevar central. Y sobre todo me gusta esta escena de los paseantes enamorados bajo la lluvia, que siempre me produce una borrosa nostalgia que me cuesta sacarme. Me gustan los anchos bajos del pantalón de él, la entallada gabardina, la mano que rodea la cintura de ella y la faldita mínima. El paraguas es una fuente. Los fotografié ayer, con el móvil, de espaldas para que los engullera esa luz mortecina del mediodía nublado. En los bancos del paseo se solazan mendigos que despliegan carros de la compra repletos de cachivaches. Uno de ellos almuerza un mendrugo de pan y les tira migas a un puñado de palomas. Los vecinos se han quejado de los olores, porque durante todo el año duermen y viven bajo los soportales de la acera más próxima a la Plaza de Aragón. Yo cruzo en diagonal para cobrar un talón en el banco de enfrente. Los dos enamorados están siempre igual; siempre igual de enamorados, siempre igual de jóvenes. Siempre bajo las copas de los árboles y esta lluvia que no acaba y este amor que no se moja.
1 comentario
na -
En la realidad todo tiene un principio y un final.