Christmas Curry
El 4 de diciembre de 1994 llegué a Londres sin otro plan que la supervivencia y la diversión. Unos meses antes, en verano, me había caído de la silla en la que había trabajado durante los tres años anteriores, haciendo más o menos lo mismo que hago hoy en día, puede que un poco peor... o un poco mejor, hay opiniones. El caso: alguien hizo cuentas en un despacho, cruzó datos, comparó márgenes, se sacó un moco de la nariz y llamó a su secretaria: "Pásame la Texas Instrument que me parece que nos cargamos a alguno...". Y sí, con el arrobo profesional que algunas secretarias profesan a sus jefes, y viceversa, salió la cuenta y en Deportes sólo cabían cuatro contratos. Luego llamaron a otro y ese otro llamó a otro, y otro llamó al siguiente y el siguiente contó con los deditos de una mano, mirando a mi sección: "Uno, dos, tres, cuatro... y Ornat, cinco". Cinco menos Ornat: cuatro. Miró a la secretaria, que asintió como con desgana, vigilándose el estado de las cutículas desde la última manicura Forever French. Volvieron al despacho y la conversación digo yo que sería así: "¿Se lo dices tú o se lo digo yo?". "Lo echamos a los chinos...". "No me jodas, díselo tú, que a mí me da la risa". Vale. "Ornat, vamos al Ocean".
Que fuera en el Ocean me jodió, porque anda que no me habré metido yo barquillas de ensaladilla rusa a mediodía en el Ocean y, sobre todo, tazones de chocolate con churros al alba en el Ocean. Ahora que lo pienso no es raro porque también me ficharon en el Ocean. Y, unos años después, el mismo director me confirmaría mi renovación mientras los dos orinábamos en el baño (¿quién se niega a una renovación contractual con el jilguero entre los dedos?... apuntad la estrategia, es posición desventajosa para el empleador fijo). Pero sí, ahí en el Ocean me dijeron que habían contado y que sobraba, por desgracia, porque era el mejor, claro, cuando te vas siempre eres el mejor, pero sobraba porque, joder, los deditos no mienten: "Uno, dos, tres, cuatro... y Ornat, en el meñique, cinco". Lo habían confirmado con la Texas Instrument de la otra, así que la ciencia estaba de su lado. Es lo que tiene llegar el último a un sitio, que siempre cabe la posibilidad de que te largues el primero. Si esto es así entre nosotros, imagínate cómo será la cosa en las familias reales con lo de la sucesión. Así que agarré a la chica (al menos me quedó ese triunfo como de Oficial y Caballero, que la chica se largó por su propio pie conmigo) y unos meses después hicimos una mochila con ropa, el poster de los Smiths en el Salford Lad's Club y el ghetto blaster con algunos cedés... y salimos para Londres vía San Sebastián, Francia, Calais, Canal de la Mancha, los acantilados blancos de Dover y Victoria Station.
No me extenderé sobre el capítulo del encuentro con un grupo de jóvenes italianos que debían recogernos e instalarnos. Ahora que lo veo, parecían Chris Moltisanti y sus amigos de la empresa de inversiones sucias en Los Soprano. Ponerse en manos de un grupo así después de 24 horas de autobús tenía sus riesgos y los pagamos con algunas de las horas más angustiosas de mi vida. Luego nos llevaron a que viviéramos en una casa en semi ruina arquitéctónica y decidida barrena moral, en algún lugar del hermoso barrio de Maida Vale. De esa tarde recuerdo la atronadora música reggae que venía de la casa de al lado, pero que parecía salir del interior de las mismas paredes: como si un obrero rastafari con demasiada marihuana en las vías respiratorias se hubiera olvidado un radio-cassette emparedado entre los muros. Como era imposible dormir la siesta, salí de allí pitando esa misma noche, después de haber llorado varias jarras de llanto agotador y antes de vaciar unas cuantas pintas espesas de alegría por el reencuentro con Pabs, que ya vivía allí. Todo esto lo cuento porque 20 días después, cuando ya estábamos moderadamente instalados y habíamos dado con un trabajo, celebramos la Nochebuena de la manera menos cristiana posible, aunque muy devota en el fondo: dando gracias a Visnu y sus adláteres con la deglución de un ardoroso curry en The Standard (off Queensway) que venía a inaugurar el ya tradicional y cada vez más querido Christmas Curry.
Aquella cena ha sido la única ocasión en mi vida en que he cenado fuera de mi casa en Nochebuena. Pero también una de las más felices porque constituía, en el fondo y aun sin saberlo entonces, una celebración de la victoria sobre el miedo, la superación, la melancolía y el paro. También la conclusión de un largo anhelo que perdura: yo siempre he querido vivir lejos y siempre he querido vivir cerca, lo que quizás explique muchas cosas. Pasé apenas un año en Londres y me ocurrió un poco de todo, pero de Londres me traje aprendida la extraña materia de la que se compone eso tan complejo que damos en llamar felicidad: querer exactamente lo que tenemos. Es extraño que ocurriese mientras repartía bandejas de desayunos por un hotel, perseguía cucarachas bajo los manteles, soportaba los abusos racistas de dignatarios africanos hospedados en el hotel, y los del director del hotel (indio, para más señas), y los del atildado gerente del hotel (jamaicano, para más señas), y mientras discutía por el teléfono con la hija bulímica de otro dignatario africano que quería tres club sandwiches cada diez minutos, y mientras era capaz de robar un billete de cinco libras de las propinas porque cinco libras me permitían hacer cosas que no podía hacer, y mientras me enamoraba con la levedad debida de Gaile, una preciosa recepcionista de ascendencia india (también) que vivía en Wimbledon y a la que recuerdo pidiéndome un baile muy tierno en algún local demasiado grande de Brixton, mientras su novio miraba y, supongo, calculaba con los deditos de la mano su tamaño y el mío, o si el que sobraba era yo, como en el Ocean, o era él... Sobraba yo, desde luego. Vengo sobrando hace rato.
Por eso, desde aquel año, todos los años, reúno a unos pocos amigos y nos comemos un curry por Navidad. El mejor curry de Zaragoza, sin discusión alguna, lo prepara mi amigo Andy cada tanto para los más allegados, en su casa. Pero hoy, día del Christmas Curry 2007, nos lo comeremos en El Sabor de la India, donde siempre lo hemos hecho. Para celebrar algo o para no celebrar nada. Porque soy un nostálgico hasta de las nostalgias.
7 comentarios
Cristina -
Eduardo -
un saludo
Mornat -
davicius -
Mornat -
Jeremy North -
Pero los restaurantes no me parecieron para echar cohetes... pero como en el resto de Londres.
Ravi Shankar -