Murió Muangsurin, Perico sigue en pie
Saensak Muangsurin se murió ayer a los 59 años, con los intestinos corroídos por una infección y los huesos afilados contra la cama de un hospital de Bangkok. El último combate, que consiste en vivir, lo ha ganado Perico Fernández. Si el boxeo reúne tantas metáforas sobre la vida, por qué no permitirnos una última que recorra el camino inverso. La última puta revancha consiste en sobrevivir, como sabemos cualquiera de los que hemos visto una o muchas noches a Perico recorrer las calles de aquí para allá, agitado igual que si su torrencial memoria boxeara contra las sombras de la ciudad. En términos pugilísticos esta última victoria de Perico es falsa, inane y vacía. Nadie la guardará en un panel de campeones. No hay cinturón, bolsa ni vítores. Si acaso un responso por el alma del que se va y otro, aún más necesario, por el cuerpo del que se queda.
Para quienes fuimos niños en la década de los setenta en Zaragoza, el nombre de Saensak Muangsurin posee la dudosa reputación de haber ganado dos veces a nuestro gran héroe local: Perico Fernández. Una en Bangkok, en el verano 1975, la otra algún tiempo después en Madrid. A Muangsurin lo apodaban La Sombra del Diablo por su pérfida estampa oriental y un estilo provocativo que incluía la chanza cuando los rivales intentaban tocarlo. Vicente Carreño lo define de un modo hermoso hoy en AS: "Saensak era una roca, un tipo con una fortaleza formidable, capaz de tragarse los golpes más terribles con una sonrisa en los labios. Se había formado en el boxeo tai, en el que los pies se utilizan también para pegar. Era estoico por naturaleza. Parecía que los golpes se derretían al contacto con su piel". El 15 de julio de 1975, en un estadio a cielo abierto de Bangkok, a más de 40 grados y aprisionado en la humedad del este asiático, el que se derritió fue Perico.
Perico Fernández dice que aquella noche lo drogaron. Perico Fernández dice que no podía ni levantar los brazos. Perico recuerda con una rabia que le incendia los ojos que ese día no tenía fuerzas para pegar. Perico Fernández confiesa que abandonó porque se le ablandaron los músculos contra aquel tailandés socarrón que lo invitaba a hundir los puños en su angulado cuerpo de manteca amarilla. No es la excusa del perdedor o al menos yo no lo creo. Perico nunca pone excusas y tiene el orgullo medido del que ha tocado la victoria y la derrota a partes iguales. Perico reconoce que sentía el miedo que otros muchos púgiles niegan. Que la noche antes de la pelea le costaba dormir, que se preguntaba si el tipo de enfrente le haría daño, si merecía la pena plantarse delante de un hombre que quería pegarle. "Luego, de camino al ring, se me pasaba todo y me sentía capaz de ganarle a cualquiera". Perico peleó mucho. Muchísimas veces: tiene un récord de 125 combates, una barbaridad. Empezó a boxear porque se lo propuso el carpintero que trabajaba en el hospicio en el que se crió. En el tramo final de su carrera, sentado en la ducha para que el agua le cayera de arriba como en una cascada, Perico volvía a preguntarse: "Pero yo, ¿para qué sigo boxeando?".
Yo no recuerdo las peleas contra Muangsurin. Mentiría si dijera eso. No recuerdo tampoco el título mundial contra Furuyama en Roma ni la defensa frente a Joao Henrique. Tengo, eso sí, una memoria precisa de quién era Perico en aquellos días en Zaragoza: un ídolo desaforado, el boxeador que ponía a la ciudad y al país frente al televisor, el tipo que paseaba en un flamante 124 Sport, el deportivo de SEAT, y que preparaba los combates entrenándose con los Zaraguayos en La Romareda... Recuerdo cómo una amiga de mi madre contaba que en cierta ocasión tuvo una discusión de tráfico con él en la Gran Vïa y que Perico había salido del coche con intención, exageraba ella seguro, de arrancarle la puerta del 600. En mi imaginación, el héroe efectivamente había sacado la portezuela de sus bisagras con un solo brazo y la había revoleado contra los arbustos del paseo central.
Cuando Perico se metió en aquella encerrona, como él la define, en Bangkok, Muangsurin sólo acumulaba tres peleas como boxeador profesional. La del tailandés burlón fue la transición más veloz que se recuerda en el pugilismo: al cuarto combate era campeón del mundo. Perico nos lo había contado más de una vez a quienes hemos querido escucharlo. Se lo detalló aún más a Alfredo Relaño y Tomás Guasch el día que vinieron a Zaragoza a entrevistarlo, hace un par de meses, para su serie de Fotos con Historia: "Aquellos días iban a celebrarse unas elecciones en Tailandia y un candidato a la presidencia era el organizador de la pelea: el boxeador local no podía perder; su triunfo suponía que aquel señor llevaba consigo la victoria y así pasó, que acabó ganando los comicios. Jamás debí ir a pelear allí, pero tenía 23 años, ni padre ni madre... Miranda tenía mi patria potestad y me engañó: había un buen dinero, pero a cambio de ir al matadero.".
Saensak Muangsurin ríe sobrador arriba, en una vieja foto de su segunda pelea contra Perico Fernández. El vídeo de abajo escenifica la violenta transición hasta un decadente Muangsurin, afectado de un desprendimiento de retina, "casi ciego" dicen muchos entendidos, intentando contener al gran Tommy Hearns en 1979 para ganarse una buena bolsa con la que operarse. Treinta años más tarde, Saensak Muangsurin se ha muerto a los 59 en un hospital de Bangkok, con las tripas carcomidas. Perico continúa en pie, malvendiendo pinturas por los bares o entre los amigos, lienzos hermosos de matadores de toros dando un pase, jarrones de flores delicadas o semblanzas de John Lennon ("con Elvis, los más grandes", me insiste siempre); sigue recontando como la primera vez las anécdotas que lo aproximan a una versión casera del ingenio de Mohamed Ali. Como cuando un alcalde quiso darle un empleo de portero por caridad y Perico le contestó: "Si quiere un portero, llame a Zubizarreta". O su encuentro con Franco, cuando lo recibió tras su título mundial contra Furuyama: "Me siento orgulloso de que un soldado español se haya proclamado campeón de Europa", le dijo Franco. Perico, que había sido campeón del Mundo, tuvo ganas de replicarle con toda su sorna aragonesa: "No me quite escalones, mi ’sargento". Ese era Perico, el tipo cuyo organismo ha invadido ahora el azúcar hasta hacerlo perder vista, lo que le impide pintar y le despierta una preocupación permanente por la salud y por el futuro. Aunque cualquier boxeador sabe que el futuro está compuesto de plazos variables.
Se ha muerto Saensak Muangsurin. Perico Fernández continúa en pie. La revancha queda eternamente aplazada, así que Perico no podrá cumplir esa divertida bravuconada que mordía entre los dientes cuando, casi 40 años después, le preguntábamos qué haría si viese al tailandés aparecer de repente por la puerta de El Churrasco. Perico apretaba la mandíbula, se le tensaba el morrillo que tenía el puño de la zurda, el de derribar contrarios y, con los ojos pugnando por cruzarse de lado, bufaba: "Si lo agarro a ese cabrón... si lo agarro lo mato".
1 comentario
Jeremy North -
Perico fue, es y será muy grande. Siempre me acordaré del combate contra Furuyama, que vimos toda la familia juntos, o el de Joao Henrique, que también lo vimos. Qué tiempos aquéllos en que una familia se concentraba delante de la televisión viendo el boxeo. Yo era un crío entonces, pero aún me acuerdo de la alegría final con las victorias de Perico. Aún me acuerdo de cuando ganó el título de Europa, contra un belga en un combate en Las Ventas, creíamos que podría reverdecer laureles, pero ya no fue posible.
Martín Miranda tenía un puesto de carnicero en el Mercado de Hernán Cortes, que daba a la Avenida Goya. No sé si le chorizaba a Perico las bolsas de los combates, pero dudo que con Martín Berrocal, que fue su representante después, le fuese mejor. En realidad creo que no le fue bien con nadie. Ojalá la vida que le queda le trate bien, porque se lo merece, al menos por lo que nos hizo disfrutar a unos cuantos críos y unos muchos mayores con sus victorias, nos sentíamos orgullísimos de un aragonés triunfando por el mundo.
¡Suerte Perico!