Blogia
Somniloquios

Siete más siete, 24

AS, 9 de enero de 2006
www.as.com
 

Alavés, 0-Zaragoza, 2 

En la celebración del segundo gol, Ewerthon invitó a bailar a Diego Milito. Le hizo esos pasitos recogidos en los que enreda sus felices pies, que huelen a gol, y Diego se lo quedó mirando como si dijera: “Mejor dame un abrazo, que lo mío no es bailar”. Y se abrazaron el chiquito y el grandote, que hacen una pareja exacta porque son los individuos disímiles los que le causan gracia a la gente. Fíjense en Laurel y Hardy, en los Tonetti, en Fred y Ginger. Sí, sí, Fred era un alfeñique y Ginger un mujerón... De todas formas el bailecito ya se lo habían dado en esa jugada en la que esta sociedad ilimitada, pareja de gol, armó el segundo tanto, el definitivo, para cerrar una victoria de gran importancia. El Alavés fue todo menos una ganga, señores. Al Alavés lo detuvo con sus propias manos César Sánchez, que abrió el armario y sacó el muestrario entero de paradas. Si no lo hace, cualquiera sabe cómo hubiera acabado la cosa. Cómo paró ese hombre ayer.  

Fue una película de personajes. Un partido de nombres propios, y casi todos se han dicho ya. Al menos los del Zaragoza. El antagonista fundamental se llamó Nené, lo cual no constituye ninguna sorpresa. Ahora, hay datos que prefiguran las dificultades. El Alavés sólo ha metido cuatro goles en casa, y tres los hizo en el mismo partido. O sea... Que por más que Nené, Carpintero, Lacen, Aloisi y tal se empeñaran, el gol no llegó. En el fútbol el número de goles suele resumir casi todo lo que luego se explica por las circunstancias, por los jugadores, por el azar o por la variable que sea. Ayer, la variable César.

El Zaragoza se pasó la primera mitad en actitud contemplativa, mientras el Alavés se daba a un emotivo ejercicio de agonía. Si hubiera que personalizar ese espacio en dos nombres, serían Celades y Nené. El primero definió el paso del equipo aragonés con su juego silencioso, de quieta y calmosa transmisión. Lo de Nené tuvo más historia y un impacto superior. Apareció en las entretelas del juego para generarle todo tipo de problemas al Zaragoza, sobre todo cuando el ritmo se aceleraba y se hacía un claro a la espalda de los pivotes del Zaragoza. Además, se intercambió mucho con Jandro y fue a los lados a buscar su suerte. En el minuto 5 le hizo una a Álvaro —que con gripe incluida jugó un estupendo partido— y puso en el pie de Carpintero un balón que éste convirtió en estruendosa volea al palo.

 El partido tenía ritmo, sí, pero poco contenido. Toda la primera parte fue un ida y vuelta bastante insustancial, lo que dice mucho acerca de la verdadera importancia de ciertos valores en el fútbol de hoy. Esto se dice desde el lado del Zaragoza, por supuesto. Hay que imaginar que al aficionado vitoriano el encuentro en esos momentos le debía parecer una promesa de algo mejor, porque el Alavés llegaba y llegaba, ponía lo que hay que poner, y en esas condiciones uno siempre piensa que el gol va a terminar por llegar.

En ese rato, el que fuera zaragocista no vio gran cosa. Lo más notable, si usted lo siguió en casa, fue constatar cómo en el pagar por ver, los narradores desconocen a un buen número de jugadores del Zaragoza. Por momentos pareció que Cani jugaba en todos los lados; Cani era Generelo, Cani era Óscar, Cani llegó a ser Diego Milito y alguno más. Sobre todo Generelo, a pesar de las botas blancas. Luego hubo otros intercambios de personalidad. El más notable, éste: en cierta ocasión en que sí la agarró Diego, el confuso locutor apuntó: “Ahí va Ewerthon...”.  Esto tiene poco o nada que ver con el partido, pero es que la tarde estaba así, la verdad.

El Zaragoza sólo asomó la cabeza de Óscar una vez, para rematar fuera un centro desde el lado derecho de Ewerthon. Al margen de eso hubo dos disparos, uno del mismo brasileño que se fue escorando él solo hasta no poder pegarle a la pelota. Y otro de Diego Milito. Si esos balones hubieran seguido volando, a estas horas habrían llegado ya a Connecticut o al desierto del Gobi, así de dirigidos iban. Además, el Zaragoza estaba impreciso y como indeciso, perdón por la repetición de sonidos. Diego Milito protestó una falta al borde del área como penalti, pero Lizondo (uno de esos árbitros) no vio ni una cosa ni la otra. Obligado, el equipo de Chuchi Cos puso algo más por el lado de Mehdi Lacen, interesante futbolista, y sobre todo lo que tuvo que ver con Carpintero y su infatigable juego, además de con Nené, que lo intentó en todas las posiciones. Pero en todas aparecía César. El empate fue cosa del portero: faltas, tiros cruzados, llegadas hasta su misma barba. Todo acabó en él. Una vez Nené le largó una falta en dirección a la escuadra y César la descolgó sin perder la vertical. Lo más tranquilo. Un duque.

Y entonces, de repente, llegó el gol de Diego Milito. Porque fue de repente. Fue volver del descanso, sacar de centro el Alavés, equivocar un pase Juanito y allí apareció Diego Milito para interrumpir la trayectoria diagonal del balón. Diego tomó como suya la pelota extraviada y con ese gesto convirtió en territorio comanche lo que parecía tierra de nadie. Mientras los demás miraban, avanzó cuatro pasos y en cuanto pudo golpeó con la cara interior del pie. El gesto pareció forzado, pero ese estilo robótico de Diego oculta algunas armonías desconocidas. La pelota partió del chanfle interno, que dirían en casa de los Milito, e imperceptiblemente se ahuecó en su vuelo hacia un lado. Costanzo se tiró contra el aire y con eso se quedó. Cuando la quiso ver entraba por el ángulo de los amores. 

Con ese gol el Zaragoza tenía lo que quería. Le hemos visto hacerlo unas cuantas veces, romper un cascarón autoimpuesto y salir en la segunda parte como si no se acordara de sí mismo ni de un primer tiempo pacato o complaciente, como el de ayer. Y entonces ser letal. Algo así ocurrió en Mendizorroza. El tanto fue demasiado para el Alavés, al que la desventaja le suponía una muralla china. Víctor apuntaló el medio con Zapater por Óscar, desplazó a Generelo a la derecha y preparó a su equipo para lo que viniese. Al margen de consideraciones de estilo, la entrada de Zapater rindió. El chico le puso a la cosa su metálico pulmón, y el Zaragoza ejerció un control psicológico y efectivo. Luego Movilla ingresó por Celades. Si a usted ese cambio le pareció críptico, no hablemos del último de Cuartero por Toledo en el minuto 86. Ese fue para iniciados.

En fin, pero volvamos al partido por última vez. Lo que queda se explica rápido. El Alavés intentó no firmar la rendición. Nené y tal. César y cuál. Le sacó una divina a bocajarro, aunque Lizondo (uno de esos árbitros) había chiflado fuera de juego. Salió Bodipo a sumar remate, pero nada. Para despejar dudas, Diegol se inventó en el minuto 84 una pared prodigiosa con Ewerthon, que entró al área con los ojos saltones de gusto. Sintió el cosquilleo en los pies, rodeó el cuerpo desparramado de Costanzo e hizo el segundo tanto. Luego se dio al baile. Ewerthon es como Alí: baila como una mariposa, pica como una abeja.

4 comentarios

crisitina -

¿cómo se te puede ocurrir un titular así?

Parco -

Qué tontería, no había caído.

Mario -

Esta crónica es la de AS. La misma que sale en la edición de Aragón

Parco -

Muy cachondos los detalles de la celebración del segundo gol y de los lamentables gazapos del comentarista. Una curiosidad: ¿escribiste esta crónica antes de la de As? Porque en esta santa casa aún -a las 16.00 horas del lunes- estarían trajinando...