Abril es el mes más cruel
Deprimido y vacío, el Zaragoza se arrastra por la hierba / El Celta, a medio gas, lo goleó sin esfuerzo
Celta, 4-Real Zaragoza, 0
Diario AS, 23 de abril de 2006
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Poner al Zaragoza a jugar al fútbol ahora es como hacerle un examen de música a un sordo: no está capacitado. Póngase usted como quiera, pero es que no. Las depresiones no se explican, uno las pasa así: para qué levantarse de la cama, para qué ir al trabajo (qué es el trabajo, en todo caso), no quiero ver a nadie, quiero dormir, a ver si no llega mañana o llega directamente el año que viene. Dormir, tal vez soñar, como escribió Carlos Boyero —parafraseando a Hamlet— en aquel testamento para el cambio de siglo. “Abril es el mes más cruel / criando lilas de la tierra muerta...”. T. S. Elliott. No es pedantería. Es una receta: lluvia o poesía. Libros. Amor. Tardes en el parque. Lo que sea. Del fútbol, de nuestro equipo, no queda nada.
A usted le parecerá que los futbolistas no tienen derecho a este desmayo anímico; o que una derrota en la final de Copa no es para ponerse así, pero... la depresión es cosa de ricos como es cosa de países desarrollados o de futbolistas. Enfermedades modernas. La traición del bienestar. ¿Se deprimen los indios amazónicos? Qué se van a deprimir, si se la pasan haciendo parrillas con la araña pollito. Y además hay otra cosa: el desastre del Bernabéu ha dejado al aire todo o casi todo. Ha cavado un agujero al que mejor no mirar. Mejor sacarse los ojos.
Pero claro, hay que jugar. Ir deshojando el final de la Liga y el principio del futuro, que siempre es incierto. Pero jugar. Y ahí viene el problema. El ritmo de juego del Zaragoza ayer en Balaídos fue el ritmo del que anda perdido por el bosque o desinteresado en la vida. Antes de la derrota con el Cádiz ya lo llamamos sobrevenido nihilismo, y sigue así. Ni el Nota se comporta con tanto desapego por la realidad. El Zaragoza tuvo esa (in)actitud y además un problema de orden futbolístico. Porque sin Gabi Milito la salida de la pelota desde el fondo se enmaraña. Y además Víctor decidió ayer reunir en el medio campo a Zapater y Generelo (o sea, sin Celades ni Movilla), lo que aún hizo más pesado el tráfico y el tránsito del balón. En esas condiciones, futbolísticas y anímicas, el equipo se movió con lo que podría ser lentitud o pereza. Como no se trata de acusar a nadie, digamos lentitud. Los futbolistas siempre quieren jugar. Siempre desean ganar. Otra cosa es el subconsciente.
El que más alborotado parece tenerlo ahora mismo, y bien que lo sentimos, es César Sánchez. La transformación de César en los dos últimos meses da para un estudio de lo que puede llegar a hacer el desánimo en un portero de las garantías de éste, se pongan como se pongan los lícitos fanáticos de Iker Casillas. César proyecta ahora una figura entristecida y presa de una alarma que no le vimos en todo el año. En la primera mitad hizo esa salida a una banda que terminó en tarjeta amarilla por evitar de forma vehemente que el Celta sacara rápido. En la segunda, la del 2-0 del Celta, que fue una de los momentos más delirantes que uno pueda imaginar en un guardameta. Pifió la salida a la frontal del área, medida a ojo de cubero y así le fue. A continuación erró el despeje, y luego huyó hacia delante tratando de cortar la jugada, ya condenado.
No es fácil explicarlo. Hay que ver la acción y el error triple. Era el 2-0 del Celta, que Jorge dejó en la red con toda la ventaja y la cueva vacía. El 1-0, por cierto, había nacido de una imperial llegada de Borja Oubiña, que liberó a Fernando Baiano a la espalda de los centrales. Uno diría que en fuera de juego, pero el asistente no dijo res. Salió César, esta vez muy bien, y le limpió la pelota a Baiano de los pies. Pero su rechace le vino manso a Canobbio, sobre el lado izquierdo del área, y el uruguayo hizo diana aun sin apuntar.
EficaciaCuriosamente, y con todos sus defectos, el Zaragoza no había sido hasta entonces peor que el Celta. Ni tampoco se les vio a los vigueses superior motivación. Estaban ahí, viéndolas venir. Era partido de siesta. Óscar, de hecho, había avisado primero tras una llegada de Ewerthon por la derecha. Y el brasileño hizo luego una arrancada que culminó con un tiro alto. ¿El Celta? Hizo el gol y poco más. Eficacia, eso tuvo. La oportunidad de hacer gol cuando pudo hacerlo. Se animó con el primero y acabó el partido con el segundo, nada más empezar la segunda mitad. El Zaragoza no estaba. Ni Diego, ni Savio, ni Óscar ni nadie.
Luego, cuando Víctor quiso reconducir el partido y añadió a Sergio García arriba (el único que le puso algo de alegría a la noche, y un tiro desde el círculo central que Pinto sacó como pudo), y reactivar el medio con Celades, entonces el Celta mató a cuchillo. Entró Perera y marcó de córner. Llegó Canobbio e hizo el cuarto. Era lo lógico. No es que el Celta tuviera hambre, pero enfrente había un equipo vacío, puro viento, y le hincó diente al buñuelo. El Zaragoza ya no tiene nada, salvo un color mortecino. Este equipo, que siempre pareció joven, lozano, alegre, vital, se ha hecho un viejo prematuro.
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M. O. -
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