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Consejos para el vuelo de los hombres

Consejos para el vuelo de los hombres Yo soy el hombre que aprendió a volar. Volar es sencillo. Igual que amar, comer o dormir, tiene que ver con nuestra voluntad. No son necesarias especiales condiciones físicas ni morales. Únicamente se precisa el deseo de hacerlo, y respetar algunas normas básicas. Dando por hecho que usted siente la irreprimible necesidad metafísica de volar y sin que importen los motivos para ello, le diré cómo hacerlo: junte los dos pies por los talones, de modo que dibujen entre sí un ángulo de unos 45 grados. Mantenga el cuerpo erguido y los hombros relajados pero firmes, las manos abiertas con los dedos separados y las palmas mirando al suelo. Después, comience a batir, al principio de forma muy leve, sólo las manos, aprovechando las articulaciones de la muñeca. Este movimiento es el más importante y debe realizarse de forma veloz, constante y acompasada, para que el cuerpo se eleve poco a poco y sin perder el equilibrio. Cuando eso ocurra, extienda los brazos muy poco a poco, con cuidado de no perder el equilibrio, y siga batiéndolos, cada vez con más fuerza, concentrándose en el rigor de ese aleteo. Es importante. Tal y como advierten los cuadernos de aeronáutica, si se disminuye la velocidad de una de las extremidades o se eleva la de la otra, si el movimiento no es perfectamente simétrico, se corre el peligro de una elevación desigual e incontrolada, y ahí el hombre que aspira a volar se arriesga a un accidente fatal. En cualquier caso, a mí nunca me ha ocurrido. Después de volar durante años puedo asegurar que el hombre está natural y genéticamente dotado para esta actividad, que pertenece a su singular naturaleza. Una vez que se alcance una altitud de dos a tres metros del suelo, lo suficiente para perderse del alcance del resto de los hombres, tiéndase el cuerpo en posición decúbito supino, adelantando la barbilla para favorecer la aerodinámica, sin perder el control de los movimientos. Para iniciar el vuelo propiamente dicho se deberán extender los brazos alejándolos por completo del tronco y batirlos de acuerdo a la velocidad deseada, al mismo tiempo que se separan las piernas ligeramente, a modo de timón. De ese modo se ganará destreza en el vuelo, y hasta podrá usted, vencidas las primeras y lógicas inseguridades, planear elegantemente sobre los edificios.

 

Yo vuelo desde hace años. Descubrí esta facultad maravillosa por puro azar o por necesidad, una tarde en la que me perseguían por las calles varios desconocidos que querían darme muerte por causas que ignoro. Para defenderme intenté primero golpearlos, pero sin éxito porque las fuerzas me abandonaban en el instante del contacto y mi puño se ablandaba y hundía en el estómago de mis rivales. Se rieron con bocas enormes y aprovechando ese momento decidí escapar... Doblé trabajosamente la primera esquina en la huida. Para avivar mi avance me acostumbré a tomar impulso en los muros o las personas, usándolos a modo de convenientes pértigas. Aún así mi velocidad resultaba insuficiente y mis agresores seguían ganando terreno, aunque incomprensiblemente sin alcanzarme del todo.Fue entonces, apurado por la necesidad de una locomoción más efectiva, cuando inconscientemente me lancé sobre el suelo con el cuerpo recto y paralelo a las baldosas y, apoyando con vigor y de forma alterna las dos palmas sobre el piso, avancé como lo hacen los niños cuando juegan a la carretilla con un amigo que los toma por las piernas... La diferencia era que las mías no las sujetaba nadie, y sin embargo yo no apoyaba los pies en el suelo. Por algún motivo, mis extremidades inferiores se habían vuelto ingrávidas y descansaban cómodamente a media altura, como sostenidas por un hilo invisible. Gané velocidad mientras intentaba comprender este fenómeno, hasta que el ritmo de palmetazos sobre el suelo se hizo tan exigente que me fue imposible mantenerlo. Apenas me acordaba ya del peligro que me acechaba y que parecía definitivamente alejado, y como el cuerpo no me pesaba sentí que podría avanzar batiendo simplemente contra el aire. Retiré las palmas del piso y así, ajeno a todas las leyes de la física, quedé suspendido a dos palmos de la tierra y comencé a dar brazadas como si nadara. Ligero, me alejé de mis perseguidores. Estaba salvado. Fue una sensación extraordinaria de plenitud.

 

De ahí en adelante repetí el método cada vez que me vi en peligro, y cada vez pude salvarme sin dificultad y ahorrarme la angustia inicial de la lucha y la penosa huida. Lo sigo haciendo. Tan pronto como advierto la posibilidad de una amenaza salto sobre el torso, me acolcha el aire, y yo nado y nado hasta la salvación y ante el asombro de los transeúntes. Después de acumular varias de esas experiencias y perfeccionar el método reparé en que lo que en verdad hacía no era nadar, porque tal actividad exigía el agua y el torpe comportamiento del cuerpo en ese medio ajeno. Lo que yo hacía iba más allá, constituía en verdad la primaria realización de un viejo anhelo: estaba volando. A ras de suelo y de modo heterodoxo, tal vez de una forma menor, aún demasiado humana o temerosa, sin elevarme excesivamente para rebajar los peligros. Pero era volar, innegablemente, y el logro exigía un paso adelante.

 

Fue así como aspiré fugaz y convencidamente a lo que ahora hago: volar con gran regularidad, casi a diario, como las mismas aves, superando la torpeza y el miedo iniciales hasta conseguir un absoluto control de mis movimientos: vuelvo ligeramente el cuerpo en los virajes, detengo el movimiento de los brazos para planear, los agito si quiero remontar una corriente de aire, y reproduzco el majestuoso y pausado aleteo de los grandes pájaros al cruzar los valles y surcar de curvas su cielo. Generalmente son vuelos cortos, o al menos yo tengo esa impresión, aunque me resulta imposible decir por cuánto tiempo se prolongan y me parece que esa puede ser una pista de la irrealidad, de la sensación de éxtasis en la que me sumerjo al volar. Hacerlo ya supone para el hombre una experiencia de intensidad extraordinaria, por la propia dinámica de esa actividad y por las implicaciones filosóficas que tiene el cumplimiento pleno, consciente y definitivo de una aspiración antiquísima que yo he superado. Además, volando he conocido lugares ignorados y he disfrutado de una libertad inimaginable: he rodeado con mi cuerpo las agujas de las catedrales y los estrechos andadores que comunican sus torres sobre las cúpulas; he atravesado nubes en un picado invertido para ver el sol a su misma altura, de frente como a cualquier otro rostro del mundo; y he sobrevolado los mares variando los ángulos hasta lograr que el agua fuera mi cielo, o un muro gris que se levanta vertical y oblicuo sobre mí, amenazante, poderoso y tímido.

 

No sé si yo soy el único hombre que vuela o si alguien me ha visto hacerlo alguna vez. Jamás me he cruzado en el aire con un congénere y, aunque estoy convencido de que volar es un sueño al alcance de cualquiera, intuyo por mi experiencia que se trata de una actividad íntima. Sé que algunos dirán que miento o me llamarán loco, pero yo sé que he volado y que esta noche volveré a hacerlo. No hay forma de negar mi memoria y la conciencia pleno de lo percibido: en mi cerebro están grabados el terror inicial de la altura y el miedo posterior a ser abatido. Cuando vuelo me siento feliz, y cuando revivo la experiencia mi cuerpo y mi cabeza se llenan de ese mismo gozo. Cierro los ojos y veo con claridad los lugares que sobrevolé anoche. Al dejar el apoyo siempre hay unos metros iniciales de caída libre y después comienza el planeo, y el cuerpo remonta sobre ese extraño algodón de aire hasta pasar por encima de la siguiente azotea, sobre los campanarios, siempre hacia arriba.

Esa superación del miedo, y el mismo miedo, son tan nítidos ahora mismo, cuando en la vigilia anoto estas impresiones en mi diario, tan precisos y tan informes como el terror que sentí en los bordes espumosos de un acantilado, frente al viento atlántico y el confín de la isla. Podrán negarme los hombres, pero yo soy capaz de evocar sin dudas el ladrillo rojo que dibuja formas geométricas en las balconadas, y la celosía en las ventanas con arcos que sobrevolé otras noches. Veo las luces que recortan las almenas del castillo hasta el que volé, cruzando una noche de ceniza y edificios del color de la arena. En estos días la temperatura desciende al caer el sol, y cuando vuelo el viento me abre los ojos como si quisiera desgarrarlos, y las lágrimas resbalan por mi rostro, veloces como el agua sobre los ventanales de aquella tarde de plata y amor tras la lluvia, en una tierra de montañas y verdes hondonadas. Todo eso lo reconozco con tanta viveza y seguridad como reconocen los cachorros el aliento exacto de su madre, que les impide extraviarse. Como recuerdo yo el gesto detenido y marrón, como estatua de barro, de aquel ahogado que arrancaron al lecho del río.

 

Si así lo desean, sigan pensando que un hombre no puede volar. Yo les replico con un vertiginoso picado: algo así sólo lo dirán quienes aún no lo lograron.
 
Post Scriptum: He anotado arriba que en el despegue vertical debe tomarse una altura suficiente para evitar ser alcanzado por los hombres que observan la acción, si los hubiera. Téngase en cuenta que, por motivos diversos, si usted intenta volar se verá inmediatamente asediado por gentes de toda condición que desaconsejarán que lo haga y que tratarán de retenerlo en el suelo. Puede que usted no quiera escucharlos y que su convicción reúna mayores fuerzas que las razones de ellos. Pero sepa que aun así estará en peligro: mientras puedan tocarlo serán capaces de interrumpir su despegue; un mero contacto es suficiente, y sólo con el roce de un hombre caerá usted al suelo y se verá obligado a regresar a la posición inicial. No es sólo la derrota moral lo que le dolerá entonces. También resulta costoso recuperar después el impulso conseguido en el primer intento. Es aconsejable, así, que usted intente echar a volar siempre en soledad, cuando nadie pueda verle.

5 comentarios

nicolas -

yo cuando estoy por despegar siempre pierdo el equilibrio nesesito ayuda

memo -

marcos el de arriba es mi hermano o eso creo io

pero bueno volviendo al tema

siempre eh pensado ke soi diferente a los demas

pero no se es solo ke ia no ke escribo

adips hjui kuij xpopo rosa

lalallopopoipipiupiupuppoyioipi solo ke estoi algo desesperado

pero como sea

Marcos -

eh tratado mas no puedo

U_U

Akira Dax -

Woowww es simplement sobrkogedora la sensacion que tengo al leer este manual,soy profesor y este martes les adré este texto amis alumnos y juntos intentaremos volar.

Jorge -

Aunque resulte paradójico, qué maravillosa, necesaria y cuerda es la locura... ¿O no?