Blogia
Somniloquios

Partida

Partida

Fue precisamente Carlos quien propuso jugar al parchís. Los niños apuraban el comienzo de la noche correteando por el jardín y lanzándose a la piscina en la oscuridad. Carlos se asomó al porche a mirarlos. No sé quién los va a convencer para ir a la cama hoy, dijo como para sí mismo, y se metió al otro lado de la estrecha cocina americana para rellenar los vasos. Clara puso el tablero encima de la mesa y elegimos colores. Marta agitó su cubilete rojo en mi oído, para fastidiarme, luego hizo girar el vaso de anís en su mano y le dio un largo trago. El ruido del dado y el del hielo se parecían un poco. “Te voy a machacar, cariñito”. Me hizo reír. Estaba borracha o lo estaría pronto, y le advertí sobre las consecuencias del día siguiente. Durante la partida Carlos le anuló varias veces sus fichas. Hacía girar el dado y el número lo llevaba otra vez a la casilla de Marta, y Marta... vuelta a casa y a sacar un cinco para jugar de nuevo. No estaba en condiciones de organizar una defensa o un ataque, ni se preocupaba por ello. En cierto momento se dejó caer contra el respaldo y miraba con la cabeza desmayada mientras Carlos se comía otra de sus fichas. Estaba divina en el contraluz. Lo pasamos bien aquella noche, aunque tuve que llevarme a Marta a empujones hasta nuestro bungalow. Acosté a los niños y ella se dejó caer en los sillones del porche. Cuando salí, Marta terminaba de liar un canuto. Levantó apenas los ojos mientras repartía saliva sobre el borde del papel, y después de cerrarlo con sus suaves dedos lo encendió con la cabeza doblada sobre el hombro izquierdo. La vi entornar los ojos frente a la llama. Sonreía como si estuviera sola o en otro lugar. Antes de pasármelo me dio un beso larguísimo, mezclando en mis labios un fluido de saliva alcohólica y humo de marihuana. Me excitó. Tomé uno de sus muslos blancos y le pasé los dedos entre las piernas, por debajo de las bragas de algodón. Las rodillas se le doblaron levemente y arqueó el culo. Mucho tiempo después de dejarme, cuando pensó que ya no me haría daño saberlo, Marta me confesó que aún no comprendía cómo había ocurrido aquello. No sabía si fue algún gesto de Carlos, no sabía si la risa, no sabía bien qué, pero recordaba con claridad que en un momento de esa partida empezó todo entre ellos dos. Lo demás no les costó demasiado.

0 comentarios