Visitante
Me miró con severidad.
-¿Quién es usted y qué quiere?
-¿Puedo pasar?
-Por supuesto que no.
Mantuvo la puerta apenas entreabierta, sin retirar la cadena de seguridad. Miró hacia dentro y luego a la calle, más allá de mi hombro. Cerró un poco más. Por un instante me pareció nerviosa, pero no diría que tuviera miedo; yo sé que ella no tiene miedo.
-¿Quién es usted? Si no se marcha voy a llamar a mi marido.
-¿Su marido?
-¿Quién es usted? Me lo dice o se larga...
Su marido. Traté de sostenerme contra el marco de la puerta. Ella se apartó un poco más. Al fondo, a su espalda, se oyó la voz de un chico.
-¡Ahora voy, cariño, estaré contigo en un minuto! -le dijo ella, y su voz sonaba tranquilizadora. Siempre me dio calma.
Se giró de nuevo hacia mí y quedó en silencio. Reconocí la dureza de su rostro, a pesar de que el cabello era otro, más largo, y que aún los párpados se sostenían firmes en su relativa juventud. Al llegar, la visita me pareció ineludible, un modo desesperado de recuperarla más allá de su muerte, ya ocurrida. Ahora empezaba a ver el error. Sentí una punzada de nostalgia del futuro, aunque precisamente el futuro me aproximara a este instante que estaba del otro lado. Advertí la incoherencia de todos esos pensamientos y aun del mismo viaje. Que yo estuviera ahí, visitando a aquella mujer... La amaba. La había perdido. Y sin embargo en este momento ella no era aún mía.
-Yo... necesitaba verte -acerté a decir, solamente.
-¿Disculpe?
-Necesitaba...
Apretó los labios. Estaba a punto de perderla. Debería haberme limitado a observarla, pero llamar a su puerta estaba fuera de los límites. Ella no podría recordar algo que aún no sabía, pero yo albergué de forma estúpida la esperanza de que algún punto de su inconsciente ya me anticipara, y eso produjese un efecto. Nada de eso ocurrió.
-Esto es ridículo, lárguese o llamaré a la policía.
Completé tambaleante el camino de vuelta hasta el punto de contacto y allí cedí a un sueño agitado del que no me repuse hasta varias horas más tarde. Desde el punto de vista de un amante extraviado, la visita había resultado un completo fracaso, y empeoró mi estado. Al menos, los mandos quedarían conformes con el experimento. Yo lo había propuesto y ellos aceptaron porque les iba a servir para intereses menos complacientes que el mío. Como me habían anunciado, los detalles del encuentro comenzaron a desvanecerse a las pocas horas y en su lugar se abrió paso un intenso dolor, que partía del lóbulo occipital para extenderse hacia el frente de la cabeza. El proceso de olvido es angustioso, pero los protocolos se aseguran de que no guarde memoria alguna de esa tarde. Respecto a ella, yo provoqué el error y supongo que se ocuparían los equipos especiales. Prefiero no pensarlo: hacerle daño hubiera sido aún peor que lo que me esperaba por haberme saltado las reglas. Escribí como pude el informe de la misión y algunas anotaciones personales en mi diario, de las que extraigo estas líneas. Al anochecer salí a caminar sin rumbo. Luego volví a la cápsula y de forma metódica dispuse todo para el regreso.
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