Dèjá vu
En ese preciso instante, tres imágenes aisladas habían confluido en una sola. En la pantalla del televisor, un escritor revisaba las virtudes morales del protagonista de su novela, editada años antes. Su voz era antigua y falsamente joven. También las palabras, que en realidad fueron dichas en otro tiempo, pero que ahora pronunciaba con total actualidad, como si ese momento se hubiera trasladado al presente. Sonó el teléfono y yo alargué la mano para contestar, anticipando quién me esperaba al otro lado. Busqué en vano: en la habitación de ese hotelito aislado de montaña no había aparato. Y, sin embargo, el timbre insistía. Pensé: “Si contesto, él me reclamará la compensación establecida en aquel pacto: habló de tres señales que yo sabría reconocer”. Volví a mirar a la televisión para aguardar el inmediato momento en el que el entrevistador interrumpiría el discurso del otro; y repetí sus palabras, exactas, segundos antes de que él las dijera. El escritor me miró a los ojos desde la pantalla y quedó en silencio, esperando un desenlace, cansado de interpretar una escena repetida de teatro. Las tres piezas se habían encajado y componían una escena horriblemente familiar, que de algún modo yo había visto antes. El teléfono insistía y afuera estaba oscureciendo. Me tomó una inquietud fatal y, patéticamente, traté de dilucidar el significado de todo aquello. Apenas entreví que las imágenes eran anteriores a mí y que designaban un final próximo.
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