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Monólogo sin la palabra gol

Monólogo sin la palabra gol

Zaragoza, 0-Villarreal, 1

Diario AS, 2 de abril de 2006

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El Zaragoza arrolla al Villarreal, pero olvida marcar  - La sutil zurda de Roger ganó en una falta - Otro ejercicio de ineficacia: 17 ocasiones  - Queda la Copa


A lo largo de la historia ha debido haber combates así, ganados de un solo golpe, un zurdazo desesperado en un instante de iluminación, quizás entre inspiración y expiración del contrincante que lo tiene contra las cuerdas, soltando manos de todos los colores y pesos. Un claro en el bosque de brazos sudorosos y el tortazo que derriba. Puede que hayan existido hechos de guerra resueltos con un solo disparo, un petardazo (pensamos en Hiroshima, demasiado brutal para cualquier metáfora). O una bala de cañón perdida, como la que le arrancó las piernas de cuajó en los Sitios al mariscal Lannes, que se llevó de regalo a la tumba el joyero de la Virgen, el infame.

Bueno, habrá habido lo que sea pero desde luego no habrá sucedido ni lo hará tantas veces como en el fútbol. El fútbol es un deporte despiadado que a duras penas soporta el sustantivo de juego. Como juego parece una cabronada, disculpen. Porque cosas como las de ayer ocurren con relativa frecuencia. Ignorancias terribles de la lógica y alguna que otra ley natural. Eso no consuela a nadie. Qué maldito partido ganó el Villarreal.

Para ser un partido de entreguerras, el encuentro tuvo una cierta alegría primaveral, de polen suspendido en la hojarasca. La contenta agitación de una escaramuza revolucionaria, como una canción de Víctor Jara. Fútbol que nació en desorden pero que visualmente se hace muy resultón, lo cual no está mal si uno mira desde la grada o el televisor, y siempre que no nos pongamos académicos y le busquemos el concepto. Al Zaragoza le faltó alguna velocidad en el contador del deseo, la comezón del que no sólo quiere ganar sino que quiere ganar cuanto antes, para evitar la fila de última hora. La tuvo en la segunda mitad, donde al rigor de su fútbol puntilloso le agregó pasión. Lo que no tuvo fue el gol. Eso no. Estrelló todos sus balones contra el Villarreal, contra sus gentes. Lo mismo contra Veira que sus defensas. Tiró tantas veces a portería como tomates se disparan en el Cipotegato. O más.

El Submarino pasó la tarde esperando a Godot, que viste de nerazzurro. Pellegrini lleva todo el fin de semana negando que reservara a nadie, y hasta puede que sea verdad porque este chileno no tiene pinta de embustero. Otra cosa fue la reunión de mediocampistas con intención defensiva que armó. Y la apuesta por Guayre, que tenía un significado de velocidad, de salida arriba. Además hubo circunstancias: Sorín y Guille Franco llegaron tocados y no pudieron salir. Y Guayre se lesionó al cuarto de hora porque una rodilla le maleó el riñón. Entró José Mari, con su porte de faraón calé. Más agitación.El partido, antes de jugarse, alumbraba una paradoja: el Villarreal no se siente cómodo lejos de casa (no ganaba desde principios de diciembre), y el Zaragoza acumula dos meses sin ganar en casa. Empate, hubiera dicho cualquiera con dos de frente o con ninguno, porque ese tipo de afirmaciones de listillo sólo las puede hacer un tontín. Y no fue empate.

Sin espacios

Los puntas amarillos no tocaron apenas la pelota. Si alguna vez la tuvieron ocurrió siempre lejos del área del Zaragoza, descolgándose a los flancos y poco más. No había más espacios autorizados para ellos. Álvaro y Gabi Milito los mataron lentamente. Estaban encima, arriba, sobre ellos, en cada pase. Un cuidado ejercicio de anticipación. Así que el Villarreal se quedó en el ensayo táctico y defensivo. Jugó la mitad del encuentro, digamos. Economizó y las cuentas le salieron como a un rentista avezado: abandonó la cueva un par de veces y eso le fue suficiente. Insistimos, a veces estas cosas ocurren en el fútbol. Son difíciles de explicar pero muy reconocibles para cualquiera que haya observado este negocio. El Zaragoza puso todo y el Villarreal casi nada: el gol y un poste. 

Pero le salió bordado. Con eso sostuvo su campaña por la UEFA, y manda al limbo la del Zaragoza. En el limbo quedaron también una infinidad de ocasiones locales. Al principio los aragoneses tiraron por el balón largo a Diego Milito y Ewerthon, pero la mayor parte del tiempo el equipo de Víctor se dedicó a tricotar un fútbol de pequeños movimientos, avances chiquitos, de baldosa en baldosa. Eran movimientos de ajedrez, como pasar un peoncito de cuadro. Llegó arriba un número incontable de veces. Tuvo como 17 oportunidades, y aquí no hay exageración. Contarlas resulta imposible. En el primer periodo Diego y Ewerthon hicieron una combinación maravillosa que dejó al argentino solo frente a Viera. Al Príncipe le dio un ataque de generosidad o de indecisión y su último pase al brasileño, innecesario, lo cortó la defensa. A veces un delantero debe observar la misantropía.

En la segunda mitad, en cuatro minutos sólo, el Zaragoza ya había obligado cuatro veces a Veira. Llegaba en tropel, por todos los lados, igual que una riada. Hasta Ponzio y Toledo asomaron la cabeza y el pie. Josemi sacó una de testa de Álvaro, subido en la línea. Ewerthon voleó otra gloriosa arriba. Y una más fuera. El brasileño no paró, fue un ectoplasma opaco que el Villarreal apenas encontraba. Savio largó una falta, Celades otro disparo, Zapater rozó la escuadra, a Cani le paró la suya la defensa cuando gritaba gol. Y hubo seis o siete más que uno ya ni tuvo temple ni ganas de apuntar. No había forma. A veces pasa. Le ocurrió en Santander y ayer también. A una semana de la final, ¿deberíamos preocuparnos por algo así? El Zaragoza metralleta ha sido lo contrario: velocidad, contraataque, finalización. No esta profusión, este monólogo vacío sin palabra definitiva: gol.

El gol era del Submarino. Le bastó una falta de Roger, que guarda la zurda en alcanfor y puso un tirito intemporal a la diestra de César. El portero se hizo estatua. Era una posición moral defendible, un decir: “¿Nos van a ganar estos tíos sólo con esto?”. Futbolísticamente, sin embargo, su inmovilidad carece de justificación. César lo supo, y mira que tuvo horas para pensarlo porque el Villarreal no llegó salvo en un pase en el que Cazorla fue Riquelme y Forlán la tiró al poste. Hay combates así. Uno se lleva la paliza y luego gana con una mano. O un pie. Roger titulará este recuerdo como la película: Mi pie izquierdo.

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