Pervertidos
El Mundial no ha sido generoso, salvo en el ritmo, en la competitividad de los equipos, en su minucioso esfuerzo, la intensidad. Pero a poco de marcharse nos ha dejado esta noche un partido clásico, para el recuerdo, una semifinal Alemania-Italia jugada con el inconsciente pero decidido ánimo de perdurar y resuelta con sentido histórico. Un partido así no supone trofeo menor después de este torneo de actores secundarios. Los desaprensivos italianos están en la final, pero jugando con el rigor, el oficio, la calidad y la eficacia propias de las mejores versiones italianas.
Me he alegrado. Quien frecuente estos Somniloquios sabe ya que profeso una rara simpatía por Italia, equipo odiado por casi cualquier aficionado al deporte en España, a cualquier deporte, porque los italianos suelen castigarnos con su amplio repertorio de barrabasadas. Al menos así lo siento yo, criado en una infancia de finales de la Copa de Europa entre el Real Madrid de basket y el Ignis o la Mobilgirgi de Varese, o en aquella derrota del Eurobasket de Nantes 83. No vamos a hablar de Tasotti ni de Valenti Rossi ni los Ferrari, que a mí me son indiferentes. Mi cariño hacia los italianos (me he descubierto gritando los dos goles con ahínco) debe ser cosa de aquel aforismo que oí no sé dónde: lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. De modo que yo pasé de odiar a Meneghin, Pozzato y Bob Morse a querer a los azzurri. Porque, como los villanos de las películas de chico, como Fu Manchu, como los Hermanos Malasombra, como Falconetti (ese apellido...), con el tiempo he aprendido que tenían sus razones y que, en el fondo, no eran tan malos tipos. Somos como la niña de Frankenstein.
En medio del derrumbe moral que en estos días sufre el fútbol italiano (igual que en el 82 con el tottocalcio, precisamente), llega este partido que no alcanza para absolver todo eso, pero sí para reivindicar a una escuela fértil de campeones y excelentes jugadores, atrapados en un destino extraño del que ya hablé hace unos días. No hay redención posible para esas enfermedades, lo que con tono moralizante llaman la perversión italiana del fútbol: el desapego por el ataque, por los fantasistas; y el arreglo desaforado de partidos. Todo eso me hace pensar si tienen razón quienes sostienen que en el fútbol todo es mentira y está arreglado de antemano. Que lo que vemos cada domingo corresponde a una mera representación, destinada a salvaguardar las emociones y sobre todo el dinero. Esa posibilidad me trae a la memoria el felicísimo cuento de Borges y Bioy Casares titulado Esse est percipi: en él, partiendo de un principio del idealismo filosófico (sólo existe lo que es percibido), B y B plantean de forma divertidísima que los partidos de fútbol ya no existen, ya no se juegan. Que no existen los clubes, ni existen sus estadios, ni existen siquiera los balones. Que la jornada futbolística únicamente se da en las narraciones radiofónicas de partidos imaginarios, sobre un guión acordado, que cada domingo las emisoras disparan al aire para solaz de una afición hipnotizada en la soledad que le autorizan los emergentes medios de comunicación. Un relato de finísima inteligencia.
Pero bueno, el fútbol aún existe, de algún modo u otro. Aunque sea perverso o deforme. Existen los campos, la emoción, el balón y los jugadores que magnifican sus posibilidades. También los hay en Italia, y muchos. Frente a Alemania, Lippi y su equipo rebatieron todos los tópicos, uno por uno. Baste esta contradicción: los mejores, en mi modesta opinión, fueron los portentosos Cannavaro, Materazzi y Gattusso (a todos los iluminó Pirlo, agrego pasadas unas horas); y a pesar de ese dudoso privilegio el encuentro tuvo una descarnada belleza y la resolución debida. Italia jugando con Gilardino, Giaquinta, Totti y Del Piero en la prórroga. Y ganando sobre el final con detalles brillantes: un pase formidable, helado y sutil, de Pirlo, otro de Gilardino... más un par de finalizaciones demoledoras de Grosso y Del Piero. Si esto es perversión, abracémosla como Sade.
Foto: el celebérrimo festejo de Marco Tardelli en la final de España 82, precisamente contra Alemania. Detrás aparece el imperial Gaetano Scirea, un defensa de otra dimensión. Nacho me dijo esta noche: "Que mañana gane Francia y nos devuelvan la final que nos robaron en ese Mundial". Cierto... "Es una causa abierta -le he contestado-. Que detengan a Kalle Rummenigge, que fue culpable, y a sus cómplices Schumacher y Stielike". Me ha replicado con algunas palabras gruesas sobre el portero alemán, aquella salida asesina que envió a Battiston a dormir al hospital y no sé qué de las madres germanas...
4 comentarios
Mario -
Jeremy North -
Me siguen cayendo mal, pero menos...
jcuartero -
alex -