En todos estos años escribiendo de fútbol, observando los partidos y a los jugadores con una mirada oblicua, vigilando la historia para encontrarle líneas de fuga, argumentos, explicaciones, al presente... siempre me ha sorprendido cómo a veces los acontecimientos parecen ordenarse de un modo casi mágico, como si el fútbol tuviera conciencia de sí mismo o un orden preconcebido. No hablo de arreglos de partidos, que de eso sabrían mucho los italianos, sino de coincidencias o sucesos que se encadenan para convertirse en símbolos. Por ejemplo, y voy al grano, la historia de Zidane en este Mundial: su regreso, la despedida, la segunda final de la Copa del Mundo, la impresión general de que este último partido iba a coronar a Zizou entre los más grandes, y de que constituía el epílogo exacto para la carrera de cualquier artista, un privilegio casi divino. Y entonces, en un solo partido, los dos extremos, el ying y el yang, Jeckyll y Hyde, el asombroso penalti y el cabezazo a Materazzi. Como si el hombre quisiera resumir en un último acto, o como si una providencia lo hubiera decidido así, las dos materias de las que está hecho el genio: el éxtasis y la furia.
Ha ganado Italia. Es sabido que yo lo prefería así, pero eso no significa nada. El partido final no tuvo gran cosa que ver, salvo la épica creciente y prolongada, que auxilia los finales dramáticos. Ha sido un Mundial generoso en ritmo y poco magnánimo en cuanto al fútbol. Muchos actores secundarios coronados y, de los principales, sólo Zidane cubrió parcialmente su fama. Los dos contendientes de la final sintetizan lo que ha sido la Copa del Mundo, me parece. La final desembocó en un torneo de vigilancias que perfeccionó esa sensación. Francia jugó un poco más en la segunda mitad y en la prórroga, tuvo ese cachito de grandeza o de arrojo que no mostró jamás en las semanas anteriores. Pero perdió. Veamos otro caso de rara coincidencia: recuerdo que en la final de la Eurocopa de 2000 ocurrió exactamente lo contrario; Italia hizo su mejor partido del torneo... pero acabaría ganando Francia. Aquel título lo resolvió un Gol de Oro, aquel lastimoso invento de la FIFA, anotado por Trezeguet... justo el tipo que erró esta noche el penalti. Decir que lo erró quizás sea demasiado: el larguero dijo no, más que otra cosa. A Zizou le había dicho sí. Hasta en eso parece sabio este juego.
Italia vence por cuarta vez en un Mundial, su cuarta estrellita sobre el escudo. Globalmente fue el mejor equipo del campeonato, si ese calificativo vale para señalar al más solvente. Poco más. La verdad que no existieron grandes diferencias entre los mejores y que ningún equipo elevó su condición sobre el resto. Francia hizo un buen partido contra España y otro excelente con Brasil, como requería la ocasión. Italia solventó su camino con más seriedad que otra cosa, dejando entrar sólo un tanto en su portería hasta el último encuentro. Esos valores también juegan. Tuvo algunos pasajes en los que no parecía Italia, y otros (como ayer) en las que fue Italia con todas las de la ley. Frente a Alemania, en la semifinal, dejaron un partido para el recuerdo, el único que verdaderamente volvería a ver ahora mismo, junto con el Brasil-Francia. Los mejores jugadores de Lippi fueron, por este orden, Cannavaro, Pirlo, Materazzi, Gattusso y Buffon. Eso explica todo. En el caso de Francia ocurre otro tanto: Vieira y Makelele crecieron por encima de los demás, privilegiados por un sistema carcelario en el medio campo. A eso el equipo de Domenech le agregó una emocionante aparición de Zidane contra Brasil: su figura tuvo más importancia que fútbol, pero aun así fue el mejor de las grandes estrellas. Nada que decir de Ronaldinho, Ronaldo, Henry, Totti, Ballack, Adriano, Rooney, Lampard, Gerrard, Cristiano Ronaldo o Messi. Todos ellos estuvieron por debajo de la ocasión. Los grandes fracasados, por unas u otras circunstancias, son de modo inapelable Ronaldinho y Messi.
Fue un Mundial mediocre, en suma. Lo empeoraron el Koala y, sobre todo, tener que aguantar a Julito Salinas dar lecciones teóricas de fútbol. Ese tipo que en la práctica no acertó a darle siquiera a la pelota frente a Pagliuca en Estados Unidos. Menos mal que estaba el Diego en Cuatro. Ahí sigue, salvando Mundiales.
Foto: Antes de la final Zidane buscaba la mirada amable del cielo y el favor de un sueño del que era autor, protagonista y público. En lugar de la gloria acabaría por encontrar el infierno.
[Apéndice del día después: la FIFA y la prensa especializada (qué bien suena esto) han elegido a Zinedine Zidane como Mejor Jugador del Mundial. Por detrás de él, los italianos Cannavaro y Pirlo. No diría mucho en contra. Este tipo de elecciones dependen de matices y opiniones, por lo que las propuestas serían muy diversas. Desde luego yo hubiera escogido a Cannavaro en el primer puesto, pero no objeto nada a la nominación de Zidane. Yo no soy de los que pone la moral por delante del fútbol, y no me importa que Zidane haya tumbado a un contrario si verdaderamente ha sido el más brillante. Otra cosa es el rasero de la FIFA: a Maradona no le perdonaban ni una de éstas, por ejemplo. O tampoco a Rooney. Pero bueno...
Por lo demás, cierro el apéndice dando mi equipo ideal, que someto a consideración popular. No, no hay ningún español... Ni tampoco ingleses. ¿Argentinos? Uhmm, creo que no. Dudo con Ayala, dudo con Thuram, dudo con Materazzi (goles decisivos y otras cosas...), dudo con Grosso. ¿Y arriba, quién pongo arriba? ¿Henry dice usted? Ni hablar, me niego... Antes avanzo a Zidane, aunque tácticamente no sea muy ortodoxo. En fin, no es tan fácil ser entrenador, eh. Allá van los once, si antes no me vuela la cabeza. Si acaso hago dos...
Equipo 1: Buffon; Zambrotta, Cannavaro, Thuram, Lahm; Ribery, Vieira, Pirlo, Malouda; Zidane, Klose.
Equipo 2: Lehman; Miguel, Ayala, Materazzi, Grosso; Maxi Rodríguez, Makelele, Maniche, Swensteiger; Henry, Podolsky].