A bout de souffle
Es la película maestra de Godard, El final de la escapada. Me complace el sonido del título en francés, A bout de souffle. No hablo el idioma, apenas lo intuyo si lo leo. Torpemente quiero traducir el nombre de la película como El aliento final... Si no estoy en lo cierto, al menos habré dado con una versión de cierto lirismo. Pienso en el partido de Francia y Portugal, un encuentro detenido en la rotunda fórmula de éxito de Francia y en la pura impotencia portuguesa, y sólo doy con una posibilidad de vertiente poética que tal vez redima a este equipo francés: estamos asistiendo al aliento final de Zinedine Zidane, el jugador que ha hecho del fútbol un modo de armonía musical desconocido. El final de su escapada. Y qué final tenía escrito. Nada que ver con Godard. Es mejor el sueño de un Zidane que se sueña a sí mismo con una pelota.
La hipótesis onírica no parece descartable, ni oculta una ligera licencia del autor. Fue Zizou quien apoyó la explicación de su regreso a la selección francesa en una revelación mística, que desde luego pudo tener la forma de un sueño o adquirir ese perfil en el cerebro extasiado de Zidane. Hay por supuesto algo mágico en su canto de cisne de estas semanas, cuando todos lo habíamos dado por extinto. No que fuera un juicio alegremente despiadado, sino que en verdad lo habíamos visto extinto sobre el campo de juego durante toda la Liga. Muerto. Ido. Sin aliento. Casi en ocasiones patético, si no fuera porque no hay nada en él que autorice el patetismo.
No hay mucho más que decir. Si el partido fue árido quiero creer que se debió a lo obvio (Francia es una roca con la que no se puede dialogar) o a esta posibilidad algo más poética: no hay sitio en un campo de juego para más belleza si está Zidane. Él la reclama toda para sí. El partido con Brasil, este goteo de epílogos encadenados a su carrera, a cual más asombroso, la sudorosa figura patricia en medio de un equipo de centuriones... Zidane ha refutado el tiempo con mayor exactitud y certeza que cualquier filósofo. Temimos que el fútbol le hubiera dejado a él antes de que él dejase el fútbol. No ha sido así. Me cuesta recordar a un futbolista que haya abandonado el juego de manera tan ideal. Podía ser en Francia. Tenía que ser Zizou.
[Pd.: Esta noche he recordado la semifinal de la Eurocopa de Francia 84, con los mismos rivales. Ganó Francia 3-2 en la prórroga. Dos de Jordao, dos de Domergue, uno definitivo de Platini. Vi aquel partido en un pueblito cercano a Toulouse donde había jugado un torneo internacional de fútbol infantil, que ganamos de calle. Era de noche y a un lado de los campos vacíos instalaron una pantalla enorme para ver cómo Francia y Portugal pugnaban en uno de los encuentros más bellos que yo he visto, resuelto en el minuto 119. Era junio y yo tenía 14 años. Antes de irme a ese viaje de cuatro días infinitos, mi abuelo Mario me hizo prometerle un gol pensado para él. Lo metí en la final... pero creo que ya ganábamos 4-1, así que apenas lo celebré. Sin embargo, todos vinieron a abrazarme como si conocieran su significado. Al regresar, él me demandó la promesa y yo le confirmé que la había cumplido].
Foto: Como en el juego del fotógrafo de Smoke, la cámara parece enfocar el mismo lugar en tiempos diversos. Dos penaltis separados por 20 años. El primero, en la brumosa imagen, lo dispara Michel Platini en el Mundial 86, alto y fuera contra Brasil, después de haber besado la pelota en un gesto de amor que quería reclamar una fidelidad traicionada. Francia acabaría ganando con el tiro furibundo de Luis Fernández, para derivar a una derrota en la semifinal con Alemania. A la derecha vemos el vuelo acompasado de Ricardo, ya vencido por Zidane: el hombre que estranguló a Brasil con un cordel de seda le dio forma esta noche al penalti que acabó con Portugal. No hubo beso anticipatorio: entre él y la pelota las cortesías están de más.
4 comentarios
Mario -
Jeremy North -
Mario -
jcuartero -