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Somniloquios

Clint Eastwood en Iwo Jima

Clint Eastwood en Iwo Jima

El pasado fin de semana se estrenó en Estados Unidos la última película de Clint Eastwood, Flags of our fathers. Las banderas de nuestros padres, diríamos con literalidad ecuatoriana. Mayormente, en el primer fin de semana de exhibición los americanos encontraron actividades más decorosas que ir a ver esa película. La prensa enseguida subrayó las cifras del relativo fracaso: la prensa es tan hábil y veloz para desnudar los números ajenos como lo es para emboscar los propios. Pero ese es otro tema. En América es octubre y viene noviembre, como aquí. Pero en ese planeta alternativo, la coincidencia temporal supone dos cosas que nosotros pasamos por alto con vil ligereza: están en marcha las finales de béisbol y se acerca Halloween. Como para ir a ver lo de Iwo Jima, tú.

Lo del béisbol está que arde. Kenny Rogers, pitcher (lanzador) de los Detroit Tigers, ha dividido al país. Kenny pasó el domingo tirándoles bolas a los bateadores de los Cardinals, y éstos sólo tuvieron pitera de batearle un par de ellas a lo largo de ocho entradas (turnos de bateo). Es decir, una pila de lanzamientos y sólo dos veces el otro conectó el bate con la pelota. Venga de bolas y no había quien le cazara la mosca a Kenny. Así que Detroit ganó. Pero amigo... a mitad de la segunda entrada un desocupado locutor de televisión le descubrió a Kenny Rogers una mancha ocre sobre la palma de su mano zurda, y lanzó la acusación: "¡Resina de pino!", bramó el tipo. La resina de pino es anatema en el béisbol. No se puede usar porque, dicen, deteriora o agudiza los efectos de las bolas, que ya de por sí son un etéreo galimatías de giros, velocidad, caídas y ángulos. El entrenador de los Cardinals, Tony LaRussa (un nombre formidable) protestó a los jueces y éstos examinaron la manita del pitcher. Pero todo sin gran entusiasmo, como si no fuera para tanto. Rogers arguyó que la mancha no era resina sino simple suciedad, barrito, porquería desatenta. La limpió y siguió a lo suyo. Ni aun así le batearon, de forma que el pobre LaRussa no dijo ya ni pío y ahora le están dando todas en la prensa de su ciudad por pusilánime. Que es un mierda, vamos. Preguntado acerca del pegote nicotínico en su zurda, Kenny estuvo veloz: "La verdad, no sé para qué iba a servir usar resina de pino en la mano, salvo para tirar la bola varios metros más corta". Dí que sí, machote.

Y en eso anda el país, mientras Clint lanza a los cocodrilos su última obra. No nos sorprendamos del asunto de la resina porque aquí pasamos semanas hablando del estado del césped en los campos de fútbol cuando viene una de esas crisis de tepex tan habituales en el invierno. Hay otro factor que juega contra la película de Eastwood. El americano, a cuatro días de Difuntos, quiere muertos pero de pacotilla, muertos de gañote y no esos dramas personales tan concéntricos que son los dramas de la guerra. Para Halloween, la gente devora las películas de carnicería barata. Motosierra V y tal, casquería banal. Por otro lado, y en un nivel analítico más avanzado, la coincidencia en cartel de The Departed (la nueva de Scorsese, que aquí se estrena este viernes con el título de Los infiltrados... y ya estoy casi en la fila del cine) y Flags of our fathers no favorece a ninguno de los dos genios. Demasiada táctica para esta época del año. Ese tipo de películas quedan bien para la campaña de los Oscars, que es cuando la gente acepta las introspecciones de los divos. Pero ahora, no.

Flags of our fathers cuenta la invasión de la isla de Iwo Jima por los aliados en 1945, en el tramo final de la II Guerra Mundial. El episodio tiene fama por el significado estratégico de la conquista en la prolija batalla del Pacífico y, más aún, por la fotografía que Joe Rosenthal, profesional de Associated Press, tomó a tres soldados americanos cuando trabajosamente plantaban la bandera estadounidense en lo alto de una colina. Eastwood divide la película en antes y después de la bandera. Antes la batalla, memoriosa en detalles, rica en sangrienta tragedia, meticulosa en el espectáculo de la muerte. Me gusta (por las fotos que he visto) la neutralidad cromática con la que ha tratado Clint la guerra, que es uno de los acontecimientos más pálidos que puedan imaginarse. Esa fuga de colores hacia un virtual blanco y negro que no lo es limpia la pantalla como un bombazo; la despoja de cualquier generosidad o concesión y hace por un relato descarnado. Después de la bandera está el resto de la vida, la existencia atormentada de los héroes, definitivamente fuera de sus ejes. Ahí hay metafísica, obsesiva tristeza, desarraigo, la intimidad silenciosa de la tragedia que no termina.

Las críticas que he leído disparan para todos los lados. Hay una desigual aceptación del filme, juzgado con la severidad con la que se juzga a los genios. No está mal que sea así, pero me extrañaría que Clint Eastwood incurriese en un error excesivo con este clásico género. Además, no está solo: escribe Paul Haggis (guionista de Million Dollar Baby y director de la formidable Clash, apoyado, como siempre, en un libro sobre el que elevar el edificio de la historia; producen Paramount/Dreamworks, y el mismo Spielberg. Los actores son desconocidos, rasgo de naturalismo deliberado por parte del hombre de Malpaso. En la guerra, los rostros son barro confundido. La guerra no acaba nunca, como saben los que la pelearon y como sabemos todos desde que Spielberg la resucitó con Salvar al soldado Ryan y Terrence Malick hiciera en La delgada línea roja una lectura de Guadalcanal de lírica emoción. Con esta película, después de dos cimas como Mystic River y Million dollar..., Clint Eastwood continúa la minuciosa construcción de una obra que alcanza ya las estaturas inabordables de los clásicos.

Con el permiso de ustedes, de Woody Allen, de Spielberg, de los irregulares Scorsese y Oliver Stone, desaparecido Wilder, hierático y ausente Coppola y frente al extravío de Zhang Yimou, proclamo a Clint Eastwood el director vivo más grande y profundo del cine actual. Aunque esta vez la bandera no se le tenga en pie.

6 comentarios

Mario -

Cierto, sr. Guerra. Muy cierto.

Gonzalo -

Y en ese mismo cine ví "Barb Wire", película que recomiendo a todos aquellos que amen Casablanca... Si alguno ha visto la película de Pamela Anderson, que se cuente a sí mismo la historia y verá que sorpresa...

Mario -

Mis favoritas son Million Dollar Baby, Mystic River, Cazador blanco, corazón negro, El jinete pálido y Sin perdón... Hablo de las dirigidas por él. Un mundo perfecto me encanta. Como otras muchas, pero esa película supone la imposible redención de la carrera de Kevin Costner. También El seductor, de Don Siegel. Las de Don Siegel me fascinan...Y las de los 60: La leyenda de la ciudad sin nombre o El desafío de las águilas. En fin, no pararíamos. El sargento de hierro con el Gordo en el Palafox... Dios mío!

Gonzalo -

"El sargento de hierro"... Fuímos a verla al cine Palafox (creo) el Gordo y yo. Había un padre con niño en la sala que se debió de quedar patidifuso con los primeros minutos de la película... Es muy ilustrativa la cantidad de palabrotas que pueden usarse juntas en tan poco tiempo... Y el resto de la película tampoco le va a la zaga, pero en cuestión de palabrotas los primeros minutos son tan espectaculares como en efectos especiales "Armageddon" o en mareo con la cámara, digooo, en crudeza y realismo "Salvar al soldado Ryan"

Jeremy North -

De Clint me gusta todo su cine, incluida "El Sargento de Hierro", llena de toques viriles, esos que nos gustan a los tíos...

Pero mi favorita es una que no tuvo mucho éxito "Un Mundo Perfecto", plena de poesía y desesperanza y con el mejor Kevin Costner.

También estoy ansioso por ver la nueva de Scorsese y de nuevo con mafiosos.

Gonzalo -

Y lo es desde "Play 'Misty' for me", una "predecesora" (por no decir otra cosa) de "Atracción fatal"