Lafita besa el escudo
Jugó 25 minutos emotivos, firmó el 0-2 y un penalti - Diego había decidido con otro golazo - El Racing jugó bien, pero sin pólvora - Y vuelve la Champions
Aunque acostumbra a esconder algunas verdades en sucesivas cortinas de arbitrios, casualidades o fortunas, el fútbol no miente. Zigic y Munitis no estaban en el Racing. Rubén Castro anda goleando para el Nàstic -una cesión de locos, como para cruzar de pesadillas las noches de cualquier entrenador-; y Aganzo, siempre atento a las levedades de cualquier defensa, está lesionado. Así que el adjetivo de estupendo equipo que cualquiera le pondría al Racing -merecido por ritmo, por orden táctico, por velocidad de la pelota, por atención a los detalles- se le desprende cerca del área. Balboa y Juanjo no podían llenar tantas botas ausentes. El Zaragoza, vencido por velocidad y aplicación en la primera mitad, resolvió cuando Aimar salió del ovillo para hilar una jugada de seda y encontró a Diego Milito. Goleador implacable. Mano de piedra. Luego lo administró, envolviendo con la pelota la fatiga del Racing, y Lafita agregó un pasaje de emoción: por fin marcó y besó el escudo de su camiseta, la celebración prometida.
La victoria refuerza la idea de solidez de este equipo, al que en esta tierra siempre le vamos a buscar los dobladillos del pantalón, a ver si los lleva descosidos. Porque llevamos una década de convicciones tan débiles, y somos todos tan aragoneses y tan escépticos y tan exigentes y tan puñeteros, que vemos al equipo perder un día con el Osasuna y ya nos entran ganas de decir las verdades. Esas verdades que todos guardamos en los puños para los días de la derrota, que siempre llegan. Y ahí largamos todo: que Agapito no tiene dinero, que Aimar es un bluf, que D'Alessandro debería estar colgado de los pulgares, que Diego Milito no está comprado, que la Champions es flor de un día, que Sergio García no mete una, que somos todos unos pringados y unos embusteros y unos falsos y unos incapaces. Somos todos así. Y uno no se excluye. Lo mejor nos parece imposible o innecesario. Por costumbre, por carácter, porque sí, coño... Y aquí estamos. Agarrados al botijo y mirando al cielo, por si cae sobre nuestras cabezas. Por si ese chavalito del barrio Oliver saca demasiado la cabeza y hay que darle un estacazo. Los gigantes del portón de la audiencia. Estacazo y que baje la cabecita. Y todos con él.
Revancha. En fin, vayamos al fútbol, porque la geografía social es la que es y el descreimiento no se corrige con cuatro líneas rabiosas. El partido contó mentiras y verdades y hay que separarlas con cuidado. El Racing compuso la figura contradictoria de un príncipe capado, con todas sus virtudes y la esbelta figura sometidas al juicio de lo incompleto. Hizo muchas cosas bien, algunas muy notables y otras más ocultas, pero igual de importantes. Sin embargo, le faltó siempre lo definitorio. La extrañeza del gol supone una imperfección demoledora. Un equipo de fútbol sin el gol, sin delanteros que terminen, sin alguien que haga lo decisivo, significa una llamada a la derrota frecuente. Más frecuente si al otro lado aguarda el Zaragoza, que siempre marca, con méritos o sin ellos.
El resultado tuvo una cierta crueldad con el Racing. Una cierta crueldad y mucha lógica. A veces la verdad resulta despiadada. El equipo de Portugal dio una primera parte magnífica, hizo bien todas esas pequeñas cosas que conforman el tejido óseo de un equipo: la presión, la salida rápida de la pelota, la combinación de esfuerzos en la defensa y en ataque. Tenía estudiado al Zaragoza y recitó cada capítulo con la seguridad de un escolar aplicado.
Sometido a ese rigor, el Zaragoza se quedó sin brillos. El medio campo reunía jabatos, gente como Colsa, Zapater o Ponzio, que hacen una pareja interesante, con peso. La guerra principal permanecía en suspenso. Magnífico ritmo y el Racing con un dinamismo endiablado, articulando una presión minuciosa en el medio campo, con dos o tres y hasta cuatro hombres rodeando cada pelota del Zaragoza en las bandas. Parecían los Seattle Supersonics de George Karl, con aquel sistema de traps en los lados. Todo eso hacía un partido vistoso al que le faltaba chicha. Nada por arriba. Ni el uno ni el otro. Fue un rondo divertido, pero sin porterías. En el Zaragoza nadie conectaba con el ataque y en el Racing, Balboa y Juanjo sucumbían a un doble marrón: la nostalgia de Zigic y Munitis, más el celo de los cuatro soldados que el Zaragoza tiene alineados atrás. El plan de Miguel Ángel Portugal era muy bueno, pero para ganar necesitaba un chispazo, algo más que la teoría. Mientras Rubén Castro levantaba al Nàstic en el Mediterráneo, al norte Juanjo hizo el único disparo y César echó cuerpo a tierra.
Aun sin imponerse con la pelota, el Zaragoza estaba haciendo dos cosas bien: se sostuvo en la inferioridad sin sufrimientos obvios -solvente ejercicio defensivo- y previó las debilidades que habrían de afligir tarde o temprano al Racing. Sabía que no podría sostener su ritmo de tambor batiente y que eso denunciaría aún más su falta de peligro. Esa lectura se reveló exacta. A los 10 minutos del segundo tiempo, Aimar escapó de la cárcel y el partido reventó. Primero, Diego Milito vio salir al ocho desde la puerta central del medio campo, en ese espacio en el que Aimar lo sabe todo. Mientras el Cai vaciaba el camino de rivales con su carrera en puntas de pie, Diego tiró el desmarque hacia fuera para encontrar el lado débil de la defensa. Al llegar a la frontal, el Cai hizo una descarga de temporizador suizo y Milito culminó la escena con un disparo imponente al palo contrario. Tras el 0-1, Lafita apareció para agregarle al Zaragoza su versatilidad. Le da cuajo al medio, llega arriba y atrás.Tiene el hambre intacta. En 25 minutos dejó un repertorio completo que derivó hacia la emoción: largó tres salidas de duelista por su banda, de uno contra dos o tres y ganador, luego Ponzio lo encontró en una salida y Lafita puso el 0-2 bajo las piernas del portero y bajo las piernas de la portería. Luego aún le sacó el penalti a Pinillos, que lo agarró impotente.
Ahí Diego Milito se dejó el primer puesto del Pichichi, pero ya había hecho lo sustantivo. Gol formidable y victoria, en un partido de felicidades finales. Este Zaragoza tiene memoria; este Zaragoza tiene un orgullo indispensable. Se acordaba del Osasuna y quería los tres puntos sin condiciones previas, jugando mejor o peor, con dos ocasiones o con cincuenta. Quería la Champions y sabía que los ejercicios de estilo no constituyen un fin; si acaso una fórmula, un método. Lo ha comprendido porque tiene cuatro defensas de inflexible seriedad. Lo ha comprendido, sobre todo, porque tiene a Diego Milito. Y Diego lo hace todo rabiosamente evidente.
Diario AS, 11 de diciembre de 2006
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1 comentario
Marlo desde Bs. As. -
Aguante el Zaragoza!