Las cosas que escribían los hombres que lucharon
Hay un par de cosas que nunca he hecho y cuya generalizada práctica me produce una gran extrañeza: ver la gala de los Goya por televisión y hacer quinielas de los Oscar. Ah, no, eran tres: la otra es esquiar, pero de esa ya no debo preocuparme porque la nieve sólo existe en los telediarios, ha desaparecido como hecho social y aun meteorológico. He razonado que el motivo de mi desafecto con goyas y oscars resulta común. No me interesan los premios ni los méritos desgranados de las películas, sino el necesario acto de justicia poética de la industria con los hombres que han hecho del cine una de las posibilidades de felicidad -y digo felicidad, no entretenimiento- más sencillas del mundo. En el cine yo no busco pasar una tarde, gastar un rato, ver a una tía buena o encontrar un par de argumentos para la próxima cena. Yo busco directamente la felicidad. Dado que esa es mi forma de ver los Oscar, los Goya no me interesan para nada. Ni como premios, ni como actos de justicia poética. Salvo que Berlanga, Luis Ciges, José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur, Manuel Alexandre, Lola Gaos, Florinda Chico y Paco Martínez Soria se presentaran todos los años. ¿Paco Martínez Soria? Sí. Un grande y se lo rebato al que haga falta. Me he dejado a Fernando Esteso: por Esteso cruzo yo acero con quien tenga huevos en la arboleda de Macanaz (como ocurría cuando esta ciudad era noble; o sea, antes de que Belloch y la pianista hicieran de alcalde).
Así que no voy a hacer una quiniela de los Oscar. Entre otras cosas porque no he visto todas las películas y ya no me interesa verlas. Lo voy a decir claro y rápido para que no haya dudas: yo quiero que gane Martin Scorsese. Y quiero que gane Martin Scorsese, Infiltrados, por justicia poética y también cinematográfica. Porque me parecen la mejor película (potente, trepidante, emotiva, oscura, jodida, violenta, interpretada con grandeza, real y si no es real es una estupenda mentira mejor aún que la realidad, devoradora, malditamente poética) y el mejor director. Por razón de simpatía y de verdad. Y sobre todo porque de las otras sólo he visto Babel y Cartas desde Iwo Jima. Sólo hay otra película de este año que me haya puesto al borde del asiento, y fue United 93. Y la historia de la chica japonesa en Babel. Si Babel fuera sólo la historia de la japonesa sordomuda, se lo daba. Pero no, hay más. Así que Infiltrados (The Departed, título mucho mejor) y Scorsese. Y si acaso, que el de mejor director se lo den a Paul Greengrass, de United 93. Porque ese hijo de puta me proporcionó la experiencia de cine más intensa de los últimos años. Ves la película y no estás viendo la película, una recreación de una de las tragedias del 11-S. Estás viendo la verdad. Y ver la verdad es horrible pero, como cine, resulta maravilloso. Porque cuando sientes que has de llamar hijo de puta a alguien con plena admiración, es que te ha arrebatado. (Inciso: cuando volví la última página de El amor en los tiempos del cólera, cerré el libro y le dediqué tres "¡hijo de puta!" exclamatorios a Gabriel García Márquez).
Antes veía siempre los Oscar. Ahora ya no los veo porque ya no creo. Porque no puedo soportar la cantidad de películas olvidables que han ganado. Y no es que hayan ganado, es que se han pasado la justicia poética por la entrepierna. Se han descojonado de mi felicidad. Y yo eso no lo admito. No puedo aguantar que Shakespeare Enamorado, inane globo de celofán, le ganara a La Delgada Línea Roja, uno de los versos más hermosos, profundos, extensos y largos (sobre todo largos, y ojalá durase 16 horas) que se hayan filmado sobre la guerra. Nadie recuerda Shakespeare Enamorado. Nadie recuerda Chicago. Y no puedo soportar que Chicago venciera a Gangs of New York. Nadie recordará Chicago, pero Gangs of New York formará parte de la historia del cine aunque tenga que lograrlo yo solo, y eso que a Scorsese se le fue de las manos y le quedó contrahecha. Pero hay más cine y más grandeza y más felicidad en un solo minuto de Gangs of New York que en todo el metraje de Chicago. Un musical entretenido derrotando a una epopeya de mirada excelsa, dónde se ha visto eso. Lo raro es hacer un musical coñazo, claro. Si el año pasado llega a ganar la acaramelada Brokeback Mountain me da algo. Menos mal que salió Crash. La historia de los Oscar está llena de injusticias y películas olvidables. Gandhi, Carros de Fuego, Amadeus... Todas excelentes sí pero... ¿las verías un par de veces por semana? Yo vería un par de veces por semana Infiltrados y United 93. Million Dollar Baby, Mistyc River, Annie Hall y Centauros del desierto. Casablanca la vería hasta tres o cuatro veces por semana, según como cayeran los días libres... Después de mucho pensar sobre el cine, he llegado a la simplificación total: las mejores películas son las que vería tres veces por semana sin inmutarme. Y no me hablen de nada más. A la mierda la cinefilia. El apartamento. El graduado. Vería ese tipo de cosas. Cuatro, cinco veces por semana. El hombre tranquilo, casi todos los días. El tercer hombre... las que hiciera falta. ¿Cartas desde Iwo Jima? No, mire... déjeme descansar unos días. ¿Brokeback Mountain? Estoooo... me he dejado un grifo abierto. Más injusticias: Charlie Chaplin, Orson Welles, Stanley Kubrick o Alfred Hichtcock nunca ganaron el Oscar. Paso de consultar mi enciclopedia para ver quién se llevó los premios en los años en que estuvieron nominados. No es necesario. Sé de sobra que un segundo de Orson Welles en Sed de Mal basta para derrotar al 80% de la historia del cine, pero... Sólo por eso, le deberían haber entregado un Oscar con cualquier excusa. No uno de esos honoríficos, no. Uno a cualquier basura de película que hiciese. Si es que la hay, que no la encuentro.
Anexo: Respecto a Clint Eastwood y sus iwojimas, las he visto las dos. Desde luego le sale mucho mejor la japonesa, pero no sé si es que yo estoy algo reseco por dentro últimamente o qué pasa. Ninguna de las dos me ha convencido plenamente, aunque a su manera las dos son muy grandes porque explican lo que siempre me pareció más terrible de las guerras: que no hay razones íntimas para ir a la guerra. Que no hay héroes. Que no hay gloria. Esa simpleza supone la gran tragedia del hecho bélico, bien rescatada por el cine en los últimos 30 o 40 años, con ejemplos que menudean. Recomiendo leer Las cosas que llevaban los hombres que lucharon (Anagrama, 1993), una extraordinaria historia del soldado Tim O'Brien sobre la valentía y la cobardía, la equivocación de esos dos términos y las tragedias íntimas de los hombres que van a la batalla. Para mí, Cartas desde Iwo Jima se podría llamar Las cosas que escribieron los hombres que lucharon. Le recortaría el prólogo y parte del nudo, que se me empastan un poco, y mira que a mí es difícil que se me haga larga una película. Lo haría bajo la conciencia de esta contradicción que tal vez anula mi juicio: todas las escenas parecen necesarias, todas dan la impresión de contar una verdad ineludible. El guión defiende el lado más débil, menos fuerte, de una película grande como ésta. El tramo final me parece absolutamente formidable. Los dos protagonistas, el general Kuribayashi y Saigo, el recluta patoso, están magníficos.
Clint Eastwood tiene una mirada soberbia, distinta. Ya lo he dicho antes. El más grande de la actualidad en todos los órdenes. Pero por favor, que gane Scorsese. Por mi pequeña felicidad...
6 comentarios
Gonzalo -
Mario -
magerít -
Me agradaría conocer los argumentos que justifiquen batirte a duelo aunque sea sólo a primera sangre.
Mario -
Senderos de Gloria es una maravilla absoluta, Eduardo. No hace falta ni nombrarlas. Como La Cruz de Hierro o Men In War (La colina de los diablos de acero), una maravilla no muy célebre de Anthony Mann.
Eduardo -
Ahora que se reabre el tema, habría que darle un repaso a obras como Senderos de gloria.
magerít -
Yo incluiría a Pepe Isbert