El Zaragoza se atreve con todo
Para regodearnos un poco más, y con escasa vanidad por mi parte, dejo como es costumbre la crónica del último partido. Más que eso me interesa esta reflexión de hoy en AS sobre La lucha por la Liga: ahora ya somos candidatos reconocibles y, encima, hay acuerdo en que el Zaragoza es el que mejor juega en estos momentos. Naturalmente, eso no nos asegura nada, salvo un relativo orgullo. Yo lo miro del otro lado: no sólo jugamos bien, insisto, sino que sobre todo resulta muy complicado ganar al equipo de Víctor Fernández. Valores fundamentales. Al menos, después de años de aburrimiento y desesperación ocasional nos llega la ocasión de divertirnos durante nueve jornadas. De sentirnos algo. Va la crónica...
Zaragoza, 1-Barcelona, 0
29ª Jornada de Liga
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Rijkaard pasó la noche haciendo restas en lugar de sumas. Su alineación venía a ser una cábala, un amuleto, un cálculo supersticioso que jugaba a invocar la suerte del partido de vuelta de la Copa. Sin Etoo en el campo, repitió la escena: tres defensas y Ronaldinho de nueve. Enseguida resultó evidente que el entrenador azulgrana había llenado el campo no de jugadores, sino de farolas tristes que el Zaragoza pasaba como el tren pasa los postes de teléfonos. Ese error de principio -tal vez de principios- obligaría al Barcelona a caminar todo el partido de espaldas, a jugar el encuentro en dirección contraria, a deshacer el ovillo y acumular una renuncia tras otra. Mientras, el Zaragoza construyó una victoria expresa en un solo gol, pero concebida en múltiples direcciones. Frente a la pálida grisalla azulgrana, jugó al fútbol total (el fútbol que atiende a todo y a todos, y que solventa cada necesidad con un tanto de inteligencia y otro de oficio); con un espíritu elevado y prendido de la inspiración de soñadores infatigables como D'Alessandro y Sergio García.
Fue un guiño poético que el gol de la victoria casi no tuviera nombre, que nadie supiera bien quién lo metió de verdad. Medina Cantalejo se lo anotó en el acta a Diego Milito y eso va a misa, pero... ¿entró sola la inverosímil pelota de D'Alessandro? ¿La acarició Diego en ángulo imposible? ¿O la empujaron a la red entre Puyol y Víctor Valdés? Nada de eso nos importa, en verdad. La lírica de esa mínima ausencia en el relato tiene que ver en el fondo con el merecimiento: ese gol debía ser de todo el Zaragoza. La victoria de anoche le subraya a este equipo que sus sueños son posibles, incluso los más perentorios o los que tienen la forma de una locura. La Champions. O más allá. En realidad, fue el equipo de Víctor el que hizo esa entusiasta proclamación. Y la elevó con un partido redondo como un planeta, como un balón de fútbol.
Cambio táctico
El Zaragoza estuvo en todo y en todo bien. Para empezar, se comportó con una entereza posicional que no ha tenido otros días. Víctor cambió el dibujo a un par de pivotes y tres medias puntas, con el fin de repartir mejor los espacios y plantarle una tupida malla al Barça: con ese plan le anegó todas las vías al campeón, le quitó frescura porque lo obligó a considerar segundos y terceros pensamientos, e instaló a sus figuras en un desmesurado aislamiento. El Zaragoza protegía sin desmayo cada rincón del partido, anticipándose a la pelota y a las ideas: apretaba en el fondo (colosales Piqué y Gabi Milito), en los lados y en el charco del centro. Cuando el Barça empezaba a equilibrar ese ímpetu y parecerse en algo a sí mismo (Rijkaard regresaría en el descanso a la defensa de cuatro), el Zaragoza tuvo la merecida fortuna de marcar. La que no había tenido en su prolija primera parte, cuando D'Alessandro o Diogo o Sergio García o Gabi Milito se aproximaron al gol sin concluirlo. El 1-0 nació en una jugada residual, un saque de banda del que D'Alessandro, el instigador de la noche, obtuvo un centro de posibilidades escasas, un pase de puro escapista tras dejarse rodear. No se sabe bien cómo pasó la pelota ni cómo Diego la alcanzó antes que Puyol y Valdés. Ese misterio, sin embargo, fue irrefutable: no hay quien le discuta un gol al marcador.
La estatura del Zaragoza alcanzó su última demostración en el modo de administrarlo, con la pelota y asustando, con una renuncia decidida a la pasividad. Desde luego el gigante se desperezó, claro. Deco remató una vez contra un César proverbial, y Messi se dejó un gol que negaron a la vez César, Juanfran y Piqué, reunidos sobre la línea en plegaria final. Un empate le hubiera mentido a la noche y al fútbol. De este partido quedan algunas verdades: Etoo sufre lesiones psicosomáticas: un día se quiso ir de La Romareda y ahora no acierta a volver; Rijkaard interiorizó la nostalgia de su goleador en un confuso ovillo; y el Zaragoza lo desmadejó. La hinchada aragonesa acabó el partido cantando su himno y los héroes se marcharon silbando... No soplaban El Puente Sobre el Río Kwai, no. En realidad, su alegre tonada se parecía al himno de la Champions.
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