Víctor sin victoria
Pasé el sábado por la tarde con un ojo en Grecia, donde el Panathinaikos que dirige Víctor Muñoz jugaba la final de la Copa frente al Larissa. El Larissa me hizo acordarme de Ángel Garisa, aquel extraordinario actor cómico. Víctor perdió (1-2), con gol artero en el minuto 83 de un tipo africano con nombre de fonética moderadamente innoble: Antchouet. Es la segunda final que pierde Muñoz en poco más de un año y, aquí, si pierde Muñoz perdemos un poco todos los que lo queremos. Aun a riesgo de ponernos sentimentales o de revelar algo obvio (que los periodistas tenemos debilidad por algunas de las personas que componen el negocio del fútbol), diré que yo soy uno de ellos. El ejercicio de este trabajo me ha enseñado que el único modo de enjuiciar debidamente a los entrenadores consiste en verlos trabajar cada día. Y aun así no es seguro que logremos ser justos. Víctor es de lo mejor, si no lo mejor, que yo he visto en el ejercicio diario de su profesión. Naturalmente que tiene defectos, muy evidentes para cualquiera, pero resulta extremadamente sencillo encontrárselos a casi todos los entrenadores, porque el oficio de dirigir una realidad tan volátil y cambiante como un partido de fútbol se antoja predestinado al desastre. El entrenador no juega el partido con la pelota, lo juega en su mente, un lugar donde todo es posible. A menudo todos queremos hacer coincidir nuestra voluntad o nuestras ideas con la realidad. Los técnicos de fútbol lo deben hacer todo el tiempo. Víctor, dada su obsesiva naturaleza perfeccionista y autoexigente, disputa cada partido un sinnúmero de veces. A veces su equipo está jugando uno y él ya está pensando en el siguiente... Ese rigorismo intelectual hacia el juego y la profesión, que son lo mismo, conforman esta paradoja: son al mismo tiempo su virtud más sobresaliente y su error más pernicioso. Con frecuencia, el fútbol trata con displicencia a este tipo de personajes.
Vale el ejemplo de la final de Copa del año pasado, que Víctor había prefigurado en su cabeza y en la pizarra con exactitud milimétrica. No se equivocó en nada de lo que podría ocurrir; el problema fue que ocurrió todo, y ocurrió enseguida. El Espanyol abrió fuego pronto, calcando una de las jugadas que Víctor había advertido en su estudio del partido. De ahí en adelante, el Zaragoza no encontró el paso adecuado. Intuyo que en la final de este sábado en Grecia debió suceder algo distinto pero con un fondo similar. Kozlej les encajó un gol en el minuto 3. Empató para el Panathinaikos Papadopoulos (creo que por ley hay un Papadopoulos en cualquier reunión de más de tres griegos) y luego dedicó la segunda parte a un dominio que no culminó, acumulando ocasiones de gol que fueron poniéndole el nudo alrededor del cuello. En el 83, el Larissa largó una contra y Antchouet decidió el partido.
La temporada acaba de esta forma algo triste, sin el único triunfo que aún le quedaba a Víctor al alcance de la mano. Cuando llegó en octubre al banquillo del Panathinaikos, los verdes habían acumulado una desventaja amplia con el Olympiakos, que es el gran rival como sabe cualquiera. Víctor reactivó a su equipo, le ganó el derbi a los rojiblancos (0-1), tuvo un periodo estupendo y llegó a ponerse a tres puntos del líder. No pudo sostener ese ritmo. Cayó en la UEFA, perdió tres partidos en casa, cedió la segunda plaza al AEK de Serra Ferrer (en Grecia van sólo los dos primeros a la Champions) y, ya ayer, se quedó sin título de Copa. El Panathinaikos no tiene un gran equipo y acabó por rendir las armas aquí y allá. Tan mal no lo debió hacer Víctor, porque el club lo ha querido renovar, al menos hasta ahora. La decisión está en el aire, sometida a una tensión muy habitual: el club quiere cerrar la continuidad del entrenador para luego armar el equipo; y Víctor desea tener una idea concreta del proyecto futuro para tomar una decisión. Se ha hablado de que el Panathinaikos podría fichar a Verón, que está de vuelta de su tercera vuelta. Así que la cosa no tiene buena pinta.
Lo más notable del año de Víctor en Grecia ha sido el descubrimiento de Sotirios Ninis, un muchacho que juega por la banda derecha y al que Víctor sacó literalmente del colegio con 16 años para que jugara con el primer equipo. A Ninis, nacido en la localidad albanesa de Himara, de etnia griega, le tuvieron que armar un curso a medida con clases por la tarde. Recuerdo que Víctor solía decir que el fútbol tiene tres puertas de entrada a la élite: una hacia el final de la adolescencia; otra cuando uno sale de juveniles y da el salto a los filiales; y la tercera a una edad ya tardía, pasados de largo los 20. Él lo definía muy bien; yo no acierto tanto. Ninis tomó la primera entrada, sin preguntar. Como Raúl, el sevillista Navas, Piqué o el mismo Zapater, que viene a ser un caso paralelo al de Ninis, salvando las distancias. El caso es que Ninis debutó en diciembre pasado, y en enero hizo un golazo al Egaleo y se convirtió en la sensación de la Liga griega, un lugar de pasiones desatadas y suspensión constante de la razón: descarado, vertical y elegante, Ninis cumplió 17 años el mes pasado. Ya para siempre será un nombre unido al de Víctor en Grecia.
Para terminar, una nota costumbrista: jamás vi a nadie aliñar las ensaladas con el sabroso y magistral esmero con que lo hace Víctor Muñoz. Las de escarola de La Bodega de Chema las dejaba para dar volteretas laterales.
1 comentario
JSolans -
Semanas después de la final con el Espanyol, Víctor nos mostró un día a PLF y a mí (tú debías de tener fiesta) un sinfín de jugadas calculadas previamente en su ordenador con un powerpoint espectacular. Todo tipo de acciones, entre ellas calcadas la del gol del Zaragoza (un balón parado frontal hacia Óscar y dejada para un segundo remate) y la del 2-1 (caída de Tamudo a banda, al que Álvaro no debía haber flotado tanto, y llegada al área de Luis García). Un prodigio de minuciosidad. Pero el fútbol no son matemáticas, ya sabemos. Incluso un ajedrecista ha vencido a la máquina. Y aquella noche las piezas de Lotina estuvieron más inspiradas que las de Muñoz Aún duele.