Papá, esta noche hay partido...
Cada tanto regresa esta agitación, este anticipo de gloria conocida, la extraña felicidad de que el Zaragoza juegue y pueda ganar, otra vez. El día está vacío. El día sólo es una suspensión de horas innecesarias que el pensamiento aprisiona y empuja adelante como un émbolo, hacia la hora exacta: las nueve, La Romareda, y esa luz salvaje de las noches de partido en el estadio, donde el aire es otro, el añil del cielo dormido es otro, las voces son otras, y la ciudad. Juega el Zaragoza. Hay tres cosas intocables en esta ciudad: la Virgen, el río... y el Zaragoza campeón. Lo dijo siempre de otro modo mi amigo Ricardo: “En Aragón se han producido a lo largo de la historia tres milagros: Goya, Buñuel y la Recopa del Zaragoza”.
Esta noche juega el Zaragoza por la Copa, y frente al Real Madrid. Así que habrá que caminar deprisa hasta el estadio (el templo, le dice Pedro Luis) y admirar de nuevo el borboteante espectáculo de la hinchada recorriendo los mismos caminos de siempre para otra vez llegar al mismo lugar. Esos minutos que preceden al fútbol, los de la gente caminando hacia el campo movida por una fuerza centrífuga, son los minutos que más me gustan. De muy niño mi padre me llevaba a La Romareda muchos domingos y algún miércoles de Copa, y para mí ir al campo era una aventura maravillosa de la que recuerdo esos momentos antes de entrar, una fila de inquietud, el paso adentro y el primer instante en el que, asomado a la boca del graderío mientras él compraba las almohadillas para el asiento, yo veía el césped. Ver el césped me producía una fascinación ilimitada. Relucía como un rectángulo esmeralda bajo los focos y era luminoso igual que un escenario. Nada brillaba más que la camiseta blanca y el pantalón azul.
Muy al principio recuerdo, claro, al Nino Arrúa y a Diarte; a Víctor Muñoz; a Radomir Antic hecho un emperador al fondo, repartiendo balones como globos dirigidos; a Pichi Alonso (al que vi desde el fondo norte hacerle cinco al Español), Amarilla y a Valdano. Una vez encontré a Valdano a la puerta del estadio y se me hizo un gigante. A Juan Señor, un motorcito de fútbol incesante. El pecho abombado de Paco Güerri, la promesa de triunfo de Rubén Sosa, la electricidad de la carrera de Pardeza y ese pie recogido en la forma de un yunque con el que le pegaba y aún le pega... Seguiría interminablemente, porque los personajes se multiplican. Ese río llega hasta hoy y esta noche. Mi profesión me ha aproximado a ellos y los he ido conociendo con retrospectiva admiración. Ocurre siempre: anoche estuve con Xavi Aguado y no pude evitar verlo cabeceando admirado en La Cartuja.
A veces pienso que mi educación sentimental le debe casi todo al fútbol. En el fútbol comprendí que sólo se puede amar verdaderamente lo propio, la tierra que pisas. Que Cruyff o Maradona, mis grandes ídolos, eran como las estrellas de cine, lejanas e imposibles, fuentes de alegría diferida u ocasional. Que la verdadera felicidad la iba a descubrir, de forma confusa, en las gradas del Calderón, una noche de abril de 1986, cuando aquel pelotazo raso de Rubén Sosa tocó en Pichi Alonso (que ya era del Barça) y entró a gol, en una metáfora acabadísima. En París –cuando yo vivía lejos de esta tierra, precisamente en Londres, precisamente el Arsenal- sentí que el mundo era nuestro, de los zaragocistas, de los aragoneses, en los puentes de la ciudad, en el viejo metro que es como una película. En los campos de Marte.Como en París, como en el Calderón otra vez, como en La Cartuja y en Montjuïc. Esta noche. El Real Madrid. Y bajo el abrigo de periodista nervioso que ha de desechar lo íntimo y registrar lo externo, bajo ese abrigo irá otra vez la bufanda azul y blanca de todas las grandes noches, colgando en el cuello del chico que admira aún el brillo del césped al asomarse a la boca del graderío. Papá, llévame... esta noche hay partido en La Romareda.
(*) Foto: Alicia en una de sus primeras visitas a La Romareda. Esa tarde el Zaragoza ofrecía al estadio su última Copa del Rey, ganada al Madrid, y Alicia se fotografió con ella sobre mi césped querido. Era su segundo trofeo: en junio de 2001, aún bebé, ya había tocado la que el Zaragoza le ganó al Celta en Sevilla
5 comentarios
Parco -
Ridgeley Road -
jcuartero -
cromwell road -
lorena -
gracias por hacernos vivirlo a los que estamos fuera.