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Ser piedra

Ser piedra

Hoy comienza el torneo de las Seis Naciones de rugby. Al rugby le debo un tanto por ciento muy elevado de mi quebradiza felicidad en la edad adulta. Hay algo en el rugby que no está en ningún otro deporte que yo haya conocido, algo que tiene que ver con el temor y la supresión de los límites, con el sufrimiento compartido. Cuando comencé a jugar, solía mirar a los rivales durante los minutos previos al partido, mientras llegaban al vestuario. Calculaba su tamaño y el peso, la potencia que desarrollarían en un choque, la posibilidad de hacerme daño contra alguno de ellos. Los había pequeños, sí, construidos de nervios, pero con esos no me toparía demasiado a menudo en el campo. Esos siempre se escapan. A mí me tocaban los pesados, los de las espaldas anchas, los altos, los grandes, los fuertes, los de la cara desagradable, los de las orejas sujetas con cinta aislante, los del cuello rugoso. Los delanteros. Yo era uno de ellos, y aún lo soy, pero estaba al otro lado. Los miraba y sentía temor. Dudaba que yo inspirase esa impresión en ellos.
 
El tiempo ha borrado del todo ese miedo, que se desvanecía en la protección amiga del vestuario, y en las risotadas que precedían al partido. Lo que no desaparece y nunca lo hará es el cosquilleo que me recorre en las horas previas y que anula cualquier otro pensamiento. Esa loca anticipación me fascina: me ha llegado a ocurrir mientras conducía y he temido un accidente. En esos instantes mi cabeza es tan ajena a la realidad que no proceso ninguna otra información. Juego el partido al menos dos veces: una en mi cabeza, horas antes; otra ya en el campo.
 
En el rugby hay dos momentos y dos lugares incomparables. El primero tiene lugar en el vestuario, justo antes de que comience la acción. Digo acción porque decir jugar sería no decirlo todo: eso no es jugar, es algo más o yo lo siento así. Lo comprendes por el espeso silencio en que se viste el equipo, por el ritual de vendas, linimento, cremas calentadoras, masajes, cinta para sujetar las torsiones articulares, esparadrapo, fundas en los dientes, vaselina en el rostro, balones golpeados contra los hombros, cuellos en violentas rotaciones, miradas obtusas, tensión en las voces, miradas contra el espejo descifrando letanías de embrutecimiento. Lo sabes cuando, por fin, la camiseta baja sobre el cuerpo. Una vez que la camiseta está sobre el cuerpo, ya no hay nada más. Nada que pensar, nada que decir, nada que temer. Sólo una coraza que aprisiona el esqueleto, haciéndolo duro, intocable, resistente, poderoso. Entonces es cuando deseas ser piedra.

El segundo instante es algo posterior y mucho más efímero. Dura apenas unos segundos y lo contiene el momento en que la pelota va a ponerse en juego, va a planear levemente como una bomba fatal hasta caer al otro lado de la muralla. Y hay que ir a buscarla. Hay que ir por cojones, como uno va a al frente, fastidiado (puede), pero queriendo esa obligación, amándola, porque uno sabe lo que va a encontrar allá enfrente: un muro de cuerpos que aguarda la colisión frente a otro muro de cuerpos. En ese instante, uno no piensa, pero siente que está rezando para que los pulmones se abran y no se interpongan en lo que ha de ocurrir durante 90 minutos, para que no te detenga un solo dolor ni un solo golpe. Para ser piedra, otra vez, todas las veces. La razón está suprimida y sólo se autoriza el funcionamiento de lo indispensable. Todo lo que tiene que ver con la pelota, el espacio, el contrario, la demolición, el ensayo. Es curioso porque, después de ese primer choque contra la pared, hay que ponerse a pensar y no dejar de hacerlo. Pensar y sufrir, empujar y pensar, pasar y pensar, correr hasta allá y pensar, placar y pensar, empujar y empujar, pensar y empujar. Ser piedra. En ese silencio de tonelada en el que se oye el viento, revientan las voces cuando un pelotazo se levanta en el aire. Hay que ir. Ahí donde caiga... ahí comienza la historia.

13 comentarios

ornat -

Qué bueno. Tanto tiempo después se sigue encontrando gente aquí que responde a la llamada. Va la pelota arriba y... hay que ir, allá donde caiga hay que estar. Siempre.
Gracias.

Alicia -

Mario, llevo leyendo tus escritos dos años, y cada vez que los leo es como si lo hiciera por primera vez... me rio, me emociono... Algunos de ellos son toda una motivación para jugar y seguir jugando. Muchas Gracias por la belleza de tus palabras

agustin rubio garcia -

quiero agradecerte k escribieses esto...
en el campeonato de españa de cadetes en puerta de hierro ganamos a castilla y la mancha gracias ak nuestro entrenador nos paso este relato y nos izo ver k somos piedra...

benjamin g -

es la mejor pagina que e visto en mi vidaaaaaa,, yo e jugado rgby desde que naci y encuentro que deverian hacer un libro con lo que escribiste demuestras lo que es el alma del rugby y mas encima pones a la luz lo que en verdad es el futbol una mentira y lo terminan jugando puros superficiales el rugby lo juegan los caballeros y el honor ante todo y eso de que no existen los partidos amistosos no puede ser mas real te pasaste la mejor pagina

Mornat -

Mucha suerte con la aventura, Pedro. Quizás algún día podamos organizar una visita de ida y vuelta con el Seminario de Tarazona... Para cualquier cosa, aquí nos encuentras o en www.rugbytarazona.com.
Tu enfoque me parece acertado: esos valores son los que hacen diferente al rugby. Pero no sólo eso, sino que son EL rugby en sí. Lo demás es una pelota muy rara y algunas reglas y un campo de hierba. Pero la esencia es la esencia. Un honor poder contribuir de forma diferida a ese empeño. Hay que ir ovalando la realidad hasta que bote de nuestra parte.
Saludos.

Pedro -

Mario, muchas Gracias, tu texto nos va a servir para fomentar el deporte en nuestra ciudad, Aranda de Duero, donde mas que promover el rugby como deporte estamos destacando los valores del rugby como elemento social, de amistad, compañerismo y honor. Creemos que es la única opción si queremos generar un club duradero en una ciudad sin ninguna tracición ovalada.
Un abrazo y gracias de nuevo.

Mario -

Me alegro de servirle todavía para algo a este juego y a los que lo practican. El juego más hermoso que he conocido. Después de años dando barrigazos por los campos, esta satisfacción de tu comentario me llena como una buena victoria y su posterior cerveza. Enhorabuena!!!

sapristi -

Brutal, Mario. He usado tu texto como método de motivación y el resultado ha sido espectacular. Hemos sido piedra. Gracias.

EÑE -

Felicidades. Dificil expresar mejor ese sentimento y sensaciones antes de un partido.

Mario -

De lo que ocurre una vez terminado el partido podría estar hablando horas y horas. El sábado hubo una cena y no había flanes. Nos los tienen prohibidos porque el espectáculo se va degradando poco a poco: de la última que hubo en el Seminario queda un documento grabado en video de un móvil, en el que se ve un tio disfrazado de romano dándole una vuelta entera al flan en la boca antes de depositarlo de nuevo (INTACTO) en el plato. Auténticos artistas

lorena -

bueno, bueno... nos has dejado en lo mejor...
y el tercer instante con los FLANES???
porque yo sólo lo he conocido con el rugby...

Mario -

Lo celebro de veras, Sergio. Llegué al rugby por admiración, por envidia, por el imprudente deseo de saber qué se sentía en un juego tan serio como ese, que yo miraba emocionado en la televisión desde crío.Han pasado más de 15 años. Y ahora, que se me está acabando gota a gota, ya lo extraño. Gracias, un abrazo.

Sergio del Molino -

Yo, antideportivo estrecho de miras índigno de los escritores que más me gustan, que jamás he visto la poesía ni en el fútbol y ni siquiera en el boxeo, reconozco que el rugby tiene algo escalofriantemente atractivo. No me dejaría romper los huesos jugando a él, pero he pasado momentos de gran felicidad viendo a sudafricanos zurrar con saña a neozelandeses. Es el único deporte que me atrae. Fantástico artículo, Mario.