Construcción
He estado con Alicia, otra vez en su lado del espejo, como me suele ocurrir. Alicia me da un beso y otro, con un esponjoso abrazo igual que siempre, y sin más intermedios me dice:
-Me tienes que contar muchas cosas de Hawai.
-Pero si ya te he contado todo -protesto.
-Pues otra vez.
-¿Qué quieres que te cuente?
-Lo del barco en el fondo del mar.
Desde que supo que íbamos a Hawai, Alicia quiso venir. Ocurrió en medio del apogeo de su periodo Lilo&Stitch, que había convertido Hawai en un territorio mágico y feliz para ella, un lugar al otro lado del espejo en el que todo sería posible. Le parecía raro que yo quisiera estar ahí; yo no podía ser un personaje de Lilo&Stitch porque ya no me corresponde. Algún día le explicaré que mi fascinación hawaiana proviene en parte de mi irresistible anhelo de viajar al lugar más alejado posible; y también de los relatos de viajes de dos héroes de la Literatura decimonónica: Twain y Stevenson. Alicia tiene un traje completo de bailarina hawaiana, con su corona de guirnaldas, que compramos allá. Le conté que había conocido a una chica que tenía la misma cara que Lilo (y era verdad, la camarera de una alegre pizzería en los bajos del Hilton Hawaian Village, en Waikiki), pero no le impresionó en absoluto esa coincidencia. Hay que decir que en Hawai apenas quedan lo que nosotros entendemos por hawaianos; si acaso un 10-12% de la población total después de haber sido diezmados por enfermedades y epidemias importadas del lejano continente americano (el archipiélago de Hawai es el punto de tierra firme más alejado de un continente). Lo que quedó fue una alegre mezcla compuesta por americanos ortodoxos, razas minoritarias y una colonia japonesa imponente. Sí... hay miles y miles de japoneses en Hawai. No de visita, no. Viven ahí. Otro día hablaré de eso. A Alicia tampoco le interesa que en Honolulu haya japoneses por todos los lados. Ella sabe bien lo que quiere oír. El relato del barco que reposaba en el fondo de la bahía.
-Cuéntame otra vez lo del barco.
-Era un barco hundido que bajamos a ver. Nos tiramos al agua y el capitán de nuestra embarcación descolgó el cabo del ancla por debajo. Yo iba con Jen. Hay que bucear en equipos de dos o tres personas, no más, y cada uno debe cuidar de su compañero en todos los casos.
-¿Había peces en el agua?
-No, al principio no. Nos agarramos del cabo del ancla y comenzamos a bajar. El agua estaba tan clara, como una piscina, que desde la superficie veíamos abajo, al fondo, la silueta gris del barco. Otros iban delante y su respiración se transformaba en burbujas traslúcidas que subían hacia nosotros, haciéndose cada vez más grandes,como enormes y hermosísimas setas transparentes, por el efecto inverso de la presión. Era todo muy azul, precioso. ¿Te gustaría bucear conmigo?
-Uhmm, sí... -dice sin mucha convicción, como sopesando los temores-. ¿Vísteis peces?
-Vimos peces y tortugas marinas enormes.
-¿Qué peces? -con Alicia las generalizaciones no valen; conoce el nombre de un buen número de peces que yo ignoro, y también el de muchos animales terrestres que los adultos no identificaríamos casi nunca. Como yo soy un asiduo de los documentales de bichos, estoy medianamente preparado para hacerle frente.
-Había peces payaso, un pez globo -esto me lo invento-, había frailecillos, y todo tipo de peces tropicales, de muchos colores.
-¿Qué son peces tropicales?
-Los peces que viven en las aguas de los países del trópico.
-¿Qué es el trópico?
-Una zona de la Tierra con temperaturas muy cálidas y estaciones cambiantes, una en la que llueve mucho y otra seca. Por eso hay selvas, mucha vegetación, muchos animales raros..
-¿Como en África?
-Más o menos.
-También me dijiste que habías visto una morena.
-Sí. Una pequeñita, un bebé. Apareció nadando de abajo arriba en una de las columnas de acero del barco hundido y se escondió por un hueco antes de que pudiéramos verla bien.
-¿Había pirañas? -aquí cambia la cara y pone esa mueca de miedo o asco o aprensión muy característica.
-Noooo, no hay pirañas en el mar. Las pirañas están en algunos ríos de Suramérica, como el Amazonas.
-No me gustan las pirañas. ¿Seguro que no había?
-No había.
-¿Y ballenas?
-Ballenas hay, pero no vi.
-Pero me dijiste que habías visto ballenas...
-No, eso fue en Argentina, en otro sitio.
-¿Eran ballenas como la de Pinocho?
-No sé qué tipo de ballena era la de Pinocho. Éstas eran ballenas jorobadas... Ya sabes que hay muchos tipos diferentes.
-Sí. Las ballenas me gustan, pero no me quiero bañar con ellas.
-Yo tampoco, son demasiado grandes. Pero son muy bonitas.
-¿Cómo son?
-Tienen la piel oscura, muy recia y con arrugas. Con costras y postillas por los parásitos que anidan en ellos. Son como verrugas. Tienen en la boca una cortinilla grande de pelos para retener el plancton y que salga el agua. Así se alimentan.
-¿Qué es el plancton?
-Bichitos y nutrientes que están en suspensión en el agua y de los que se alimentan las ballenas.
-Bichitos en el agua... -pondera.
-Pero no se ven.
Otra vez la cara de asco. Uno no quiere bichitos en el agua, está claro. Alicia quiso trabajar en un circo, ser domadora de caballos, y ahora ha decidido que se dedicará a la Veterinaria... aunque antes tendrá que sobreponerse a algunos temores más o menos superables. Por ejemplo, el miedo a los caracoles. Se ríe, pero yo siempre la apoyo. De niño yo tenía mucho miedo a las babosas. Además, Alicia dice con mucho tino:
-A los caracoles no hay que curarlos.
Alicia me ha dejado ver un dibujo coloreado que hizo en el colegio. Está en la foto. Tenía que dibujar una casa y a algunas personas. Me ha impresionado la forma medianamente abstracta y colorista de hacerlo. Le pido que me explique qué es lo que se ve:
-Esto es una construcción.
-¿Una casa?
-No, una construcción. ¿Es que no lo ves?
-Sí.
-Tiene casa, pero también es castillo -miro a las almenas y al arco cromático del frente, sobre el lado izquierdo-, y muchos ladrillos de colores.
-Me encantan los colores. ¿Quiénes son las personas que hay ahí?
-Ésta es mi amiga Alicia, ésta es mi amiga Teresa y ésta soy yoooooooooo -alarga el pronombre en un grito divertido.
-Y este humo que sale...
-Pues la chimenea. ¿Qué va a ser?
Me gusta la construcción de Alicia. Me gusta mucho. Con esa deriva de las formas, como en las casas de los cómics o de las películas de Tim Burton (me recuerda mucho a la de Charlie en Charlie y la fábrica de chocolate). También parece una locomotora disparada valle abajo, con la chimenea de carbón a todo meter. Y la mezcla rutilante de rojos, amarillos, naranjas, verdes que parece el recuerdo impreciso que Cortázar tenía de los baldosines del parque Güell... Alicia escribe y dibuja con cierto desinterés, como si anticipara que la letra suele deteriorarse con el paso del tiempo, por la distracción del cerebro en otros asuntos más acuciantes que enlazar las letras o terminar la 'o' con un lacito. Pero esta Construcción la ha colgado en la pared de su terraza y yo la cuelgo aquí.
No me gusta regresar del otro lado del espejo. Es un lugar del que no saldría nunca. Alicia va a cumplir seis años y camina con inconsciente decisión hacia los límites de ese mundo. Su cabecita me ha mostrado con este dibujo lo que yo interpreto como una emocionante capacidad de abstracción. Me gustaría que la conservase, para poder comunicarnos de un modo personal y privado como yo quiero creer que hacemos ahora. Una cabecita abstracta no sirve de nada en el día a día, yo lo sé bien; pero al menos solventa tardes ociosas porque uno se puede meter en casa mano a mano con sus abstracciones y sobrevivir lo que haga falta sin necesidad ni deseo de las cosas concretas y aburridas de la vida. Una cabeza abstracta ayuda también a demoler el silencio de las horas de soledad; aunque otras veces lo inflama hasta la agonía, como hace el viento con el fuego.
Me pregunto si esta larga guerra interior que sostengo (construcción sin almenas ni vivos colores) precisa de tantas víctimas.
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