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La Expo: ¿Qué es? ¿Y dónde está?

La Expo: ¿Qué es? ¿Y dónde está?

El mismo sábado de la inauguración me fui a la Expo por la noche a darme el clásico paseo zaragozano. En el tema del paseo yo soy zaragozano decimonónico o así. Es decir: que paseo por la calle Alfonso y por el Paseo Independencia, hasta la Plaza Aragón y vuelta por la acera contraria. Si voy más allá de la Plaza Paraíso, ya siento que me estoy saliendo de Zaragoza y eso ya no es paseo sino caminata. Faltarían una cervecita con limón en Los Espumosos o bien el añorado chocolate con churros del Ceres, pero aquellos días se fueron y en cien años todos calvos, qué le vamos a hacer. Yo aún conservo buena mata de pelo, brillante y saludable con la nueva fórmula de Garnier Fructis, pero ay... menudean aquéllos que a mi edad y aun antes ya no pueden pasarse el cepillo sin rascarse el cartón.

Así que me fui a la Expo a pasearme. A tomar algo un rato, sentarme mirando los edificios de la nueva ciudad, mirar el río. Fui en el fondo a ver qué era eso, dado que nadie me lo ha sabido explicar o bien yo no he atendido lo suficiente. ¿Qué es la Expo?, me he preguntado todos estos meses. Sigo sin tener ni idea porque la Expo por la noche es una explanada de edificios más o menos armónicos y cerrados a partir de las diez. Fuera, un algo inhóspito, poco acogedor, con vasos que la gente lleva de un lado a otro sin saber dónde dejarlos, escaramuzas en los restaurantes, camareros fastidiados, cajas que cierran con 25 personas en la cola. ¿Suena negativo? Bueno, ya compensaremos. A la Expo hay que ir a ver, aún no sé bien qué porque hay que ir de día, pero a ver. No a comer ni a beber, porque para eso no da la cosa del fast-food. Y otra cosa: ¿Dónde coño está la Expo? ¿Es eso aún Zaragoza, propiamente dicha? A la espalda de la Torre del Agua, hermosísima, nos asomamos al espacio abierto, el Parque Metropolitano: y no hubo forma de orientarnos. Yo si no veo el Pilar o la torre de Pikolin, me mareo. Pero volvamos atrás...

Buscando respuestas a mi curiosidad, y en pos de una borrachera firme, la velada de la inauguración vimos los fuegos artificiales desde la gloriosa terraza de casa Peredita, a un par de cuadras de la estratosfera. El lugar viene a ser una especie de ventoso castillo al norte de la urbe, desde el que mi afamado amigo podría gobernar la ciudad a poco que se lo propusiera. Allá arriba más o menos tiene controlados a todos sus habitantes. Lo que pasa es que mi amigo anda poseído por ese relativismo del buen vino y la diversidad de las músicas, tan conveniente, y no se va a andar ocupando de menudencias como esa. Digamos que delega. Pero el que manda en la ciudad es él, lo sabe cualquiera.

Desde Le Chateau Per no sólo vimos los fuegos de la Expo sino que además vimos los fuegos de Alagón, que le hicieron baturra competencia a los otros. Disparaban sus salvas multicolores Béloc y la pianista en el meandro... y allá, en la diagonal contraria del horizonte, se levantaba de pronto una orgullosa seta policromada desde Alagón. Naturalmente, nos pusimos del lado de Alagón de inmediato. Allá estaban de fiestas y mucho que les importaba a ellos la inauguración de los cacharros esos del río. Luego, cuando faltaba hielo para las copas, atravesamos la profunda noche del Actur Norte y acabamos en un barecito chino donde dos subalternos barrían el piso en oriental silencio, el jefe vigilaba y en la televisión una señorita se dejaba hacer la caidita de Roma por un fornido muchacho, con zoom del operador de cámara sobre las húmedas cavernas donde se abisman los muslos, y ordenados gemidos y ronroneos que los chinos vigilaban con ese reojo chino tan bien concebido por la naturaleza. Cada tanto, contenían el escobón y apoyaban los ojos en la pantalla, como si fueran a decir: "Cómo le está gustando a esa pajara". Pajara, no pájara. Pero el mandarín no tiene esas flexiones gloriosas, mala suerte, y los chinos masticaban los gemidos sin decir palabra. Hielo sí tenían, anunció el jefe. Y era el clásico tormo aragonés. Uno de los que barría me miró con fijeza: tuve ganas de salir corriendo.

El clásico tormo aragonés es un rotundo paralelogramo de hielo macizo que enfría las copas a todo meter, no esa tomadura de pelo en forma de estrellitas o cuartos de luna del Ikea. La modernidad sueca es capaz de vender hielo que no enfría. Pensaba en el tormo aragonés cuando vi el ensayo del grandilocuente espectáculo del iceberg de brillante cartón blanco, que se parece a un iceberg lo mismo que yo a un ala-pivot de la Universidad de UCLA. La prosopopeya del espectáculo, o del ensayo que vi, me sonó a angustia post existencial digna de Metrópolis, aquel programa sobre la conceptualización del arte o el arte de la conceptualización que ponían a cualquier hora de la noche. Dicho rapidito: un coñazo con ínfulas. Algo similar le ocurre al Pabellón Puente, construcción vanidosa con un interior que sólo adquirirá sentido si una banda de émulos de Alex y los macarras de La Naranja Mecánica instalan allí un bar y se dedican a beber moloko y apalear viandantes. Es lo que parece, un lugar post moderno de inspiración espacial. Blanco y curvado. Dan ganas de salirse de él a toda prisa. Hay más interés en las aguas oscuras del Ebro, tan rápidas y dinámicas y vivas. Las aguas del Ebro son lo mejor de la Expo junto al elegantísimo puente del Tercer Milenio. De lejos. Y las vistas del Pilar en la distancia, con su vibrante iluminación, atropellados sus perfiles por la violenta perspectiva de la Pasarela del Voluntariado. Y los cocodrilos del Acuario Fluvial, insisten los niños cuando los entrevistan en las televisiones. Los cocodrilos son lo mejor. Ay, los cocodrilos del aquarius...

 Yo ya dejé dicho que los cocodrilos habrían de ser clave en la Expo. Cualquiera lo sabe. Pero déjenme quejarme: los animales en piscinas vidriera ya no se llevan. Son como los zoos, lugares un poco depravados por antinaturales. Oceanográficos y acuarios hay ya por todas partes, no nos engañemos. Novedad cero. Y un aquarius sin tiburones ni caballito de mar, no sé. Me deja frío. Le haré una revisión un día de éstos que me vaya en bicicleta hasta allá. Yo creo que ahora se lleva la naturaleza en estado salvaje y extremo: observar a las ballenas en una barcaza sobre la bahía, alimentar a los tiburones a pecho descubierto en las Bahamas, recorrer los hielos norteños en busca del oso polar, ver a los cocodrilos saltar del agua en los ríos del Territorio Norte australiano, sacando el cuerpo entero en vertical... Unas nutrias al otro lado del cristal no pueden emocionarnos por más urbanitas que seamos. El National Geographic llega a todas las casas  y sabemos más del Suricato que de la gallina ponedora o la vaca lechera. Insisto en que hemos perdido una gran oportunidad. Con mi propuesta de Expo salvaje en campo abierto hubiera habido bajas humanas, sí, puede ser, y peligro de estampida de rumiantes enloquecidos María Zambrano arriba o en los abigarrados exteriores de la tele autonómica. También lo admito; pero la Naturaleza es así, oyes, de algo hay que morir, y en el mundo salvaje si te mueres es para equilibrar el sistema. ¿No querían sostenibilidad? Además, de algún concejal nos hubiéramos librado por la vía del caimán, como ya expliqué el otro día: yo votaba por el de Movilidad, a ver si el susto lo ablandaba y permitía algún giro a la izquierda en esta ciudad. Pero no.

Si me hubieran hecho caso estaría la Expo ribereña a reventar. Se han empeñado en una Expo arquitectónica, todo concepto y líneas en fuga, y los visitantes no alcanzan la media por ahora. Hoy decía un mandamás que la escasa ocupación de los aparcamientos no les importaba, porque los habían construido con precios disuasorios (sic), a 12 euros por día tarifa plana, para que no fuera nadie en coche a la Expo. Es decir, que nos hemos gastado en dos aparcamientos para que nadie aparque. Aparcamientos para no aparcar es como iceberg de cartón piedra. Digo yo: ¿No habría sido más fácil, directamente, no hacer aparcamientos? Pregunto, eh, pregunto...

En fin... que seguiremos informando.

[Foto: el pabellón puente de Zaha Hadid: cuando se acabe la Expo será como el paso a nivel de las Delicias, a ver quién tiene huevos de atravesarlo de noche].

3 comentarios

Princifotos -

Por lo menos es una buena (o mala) excusa para poder ver de aquí a dos días a Dylan en directo... lo demás poco me importa.

Y yo desde luego no voy a tener huevos de pasar por ese puente de noche, no hay si quiera lugar a poderte tirar al Ebro en caso de un momento crítico.

Un saludo.

Anónimo -

Sube el Huesca y Alagón foguea la Expo. Aragón se rebela.

Ana Lahoz -

Pa´ que veas que sigo pasando por aquí! :)

Mañana voy yo a pasar el día a la Expo, ya te contaré. Suerte que algunos tengáis pase de prensa... :P

Un besooo