Dylan en el crepúsculo
En el mundo de Bob Dylan, si no llevas sombrero de ala ancha no eres nadie. El sombrero -blanco o negro- se puede juzgar una impostura, pero yo entiendo que denota la adscripción de Dylan y sus músicos a una extensa tradición americana, tanto como los instrumentos y la reinterpretación que Dylan hace hoy día de sus temas más antiguos. Además, como anotó Bono, a Dylan los sombreros le quedan bien. El hombre que es "dueño de los sesenta", muy a su pesar y siempre según su propia consideración, pasó por los alrededores de Zaragoza, que no por Zaragoza, y dividió las aguas y a los hombres, se hicieron los mares a un lado y los críticos o los traicionados, o los despechados o los indecisos, también le cedieron el paso, para que su voz baldía cruzase la tierra como un viento de arena. De paso, los periodistas forjaron el término dylanita, que definiría (en un alarde de mediocridad neologista del que no sé si tienen culpa o si les vino plagiado) a los incondicionales del hombre llamado Zimmerman. Al parecer, sólo la mitomanía de un dylanita justifica cierto entusiasmo o satisfacción por el concierto del lunes. Repasé mi colección de Lps, cedés y copias ilegales de Dylan y me pregunto si seré uno de los desafortunados... Estábamos en la Feria de Muestras, ese horrendo lugar donde la música vuela de forma literal por los aires y se pierde en la inmensidad esteparia. The music, my friend, is blowin' in the wind... Arriba, de lado sobre el escenario, con una ligera inclinación sobre un pianito, estaba Dylan. El conjunto reunía un aspecto minuciosamente inapropiado, como una confabulación de despropósitos: Bob Dylan en el medio de ninguna parte, un lunes, a las nueve de la noche, con el atasco por el medio. Como para no ir. Pero fuimos, atraídos por la voz cavernosa del maestro, un tipo que me gusta más cuanto más recalcitrante se pone. Así que estoy encantado, porque a Dylan ya no hay quien lo cante ni quien lo aguante. Las cifras de asistencia fluctuaron en los periódicos entre los 5.000 y los 15.000, como en las manifestaciones. Ignoro si los números salieron de la policía o de los sindicatos convocantes, pero me da igual. Se estaba muy bien. Había la gente suficiente para no avergonzarse, bastante más de la que esperábamos tras las apocalípticas informaciones previas, y la necesaria para moverse apenitas, bien cómodo y a una distancia razonable, para que no se junten los cuerpos y ni siquiera los deseados. Y con el espacio preciso para distinguirle la línea plateada de su traje negro al hombre del sombrero blanco, y sobre todo apreciar sin estruendo los innumerables matices de la banda. (Qué alegría los músicos que miden bien el volumen para escucharse y ser escuchados). A estas horas del siglo XXI, los críticos de la cosa advierten una merma definitiva en la voz de Bob Dylan, lo que no puede sorprendernos: ni por el lado de Dylan ni desde luego por el de los críticos. Dylan ya no canta, Dylan cuenta, pero no hay nada nuevo en esa revelación. Su voz no tuvo nunca nada de prodigio y sí mucho de curiosidad. Se le ha hecho vieja y hemos de suponer que más sabia. Es más, lo afirmamos. Esos repuntes nasales en su modo de frasear, que tanto les divertía imitar a sus admiradores, amigos o amantes (lo hizo John Lennon, el áspero admirador impertinente; lo hizo Joan Báez, la dulce musa impertinente), esa voz nasal ha mutado en los últimos tiempos hacia una variante de recovecos pedregosos. Su habilidad para modelar matices con un instrumento tan limitado tiene algo de alfarería gutural. No disfrutarla me parece raro. A mí me emociona. Se ve que, a pesar de todo, muchos siguen aguardando que la ancianidad arrugada le traiga a Dylan un carácter afable que nunca lo ha adornado, que nosotros sepamos. Quizás preferirían haberle tirado un cachirulo para que se lo anudara al cuello y gritara: "Zaragozaaaaaaa, sois cojonudooooooooooos mañooooss". Pero se limitó a presentar a la banda cuando se aproximaba el final del concierto y a decir: "How are you feeling, my frieeeendssss?", otra vez con ese loop final con el que siempre ha cantado. Me pareció suficiente. Tocó A hard rain's ‘a' gonna fall, versión actual, que le salió menos brillante que la grabada para la Expo (esa sí me gusta tanto o más que la original), hizo una desquiciada y poderosa recreación de All Along the Watchtower y una emotiva (¿o sólo me lo pareció a mí?) Like a Rolling Stone para cerrar la noche. El resto fueron temas más o menos conocidos y cambiantes, viejos o recientes, funcionariales para quien no los escuchara con detenimiento. Las interpretaciones, por lo general y salvo un tramo breve, negaban cualquier rutina. Ahora, no nos engañemos con Dylan. Como argumentó un concejal de La Coruña para no contratarlo en aquella ciudad, "Dylan no da espectáculo y además toca de espaldas". Bueno, de espaldas no, pero razón no le faltaba en lo otro. ¿En qué consiste el espectáculo? ¿En lo de los Rolling? Yo soy de los que piensa que hay que haber oído a Jagger, Richards y compañía al menos una vez en directo tocando Simpathy for the Devil, pero visto una vez, visto todas. Con Dylan uno nunca sabe qué concierto verá y en eso hay algo de autenticidad, digo yo. Además, este señor jamás permitió que las preferencias de su público le tocaran los cojones ni el repertorio. Cuando en el Manchester Free Trade Hall un seguidor de su época folk le grito "Judas!!!!" por su traición a la canción con mensaje, Dylan repuso irónico: "I don't believe you...You're a liar". A continuación se giró hacia su banda y les dijo: "Play it fucking loud". Atacaron Like a Rolling Stone y la historia de la música popular giró de un lado a otro en ese mismo instante. De los tres conciertos que he visto de Dylan, quizás el del Príncipe Felipe en 1999 me pareció el más redondo y el de 1993 en Huesca, el más eléctricamente salvaje, con un batería negro que aporreaba las cajas con estrambótica fiereza y precisión. Del lunes me quedó un sabor muy agradable de música excelente, muy bien interpretada, en una línea de integración de tradiciones que me gusta y que, creo, subrayan al Dylan de hoy, capaz de observarse a sí mismo en tercera persona, un eslabón más de una larga cadena. Una parte de esto se explica en el minucioso recopilatorio Theme Time Radio Hour (With Your Host Bob Dylan), 78 temas de todas las épocas, ninguno propio, reunidos a partir del programa de radio en el que Zimmerman ejerce de enciclopédico pinchadiscos. La otra mitad tiene que ver con el espíritu de la trilogía que conforman Time Out of Mind, Love and Theft y Modern Times. Ahí está el Dylan de hoy. El lunes -rodeado por una banda con un gusto exquisito para los detalles, y una potencia vibrante en los rocanroles y en los tempos más rápidos- el desnudo andamiaje del escenario recortaba a Bob Dylan contra la luz vacilante de la noche del solsticio. Ajeno a los artificios y reclamando el carácter sustantivo de la música, el druida entonó sus runas con la áspera suavidad de un reloj de arena que agota muy despacio su carga, y al que habría que dar vuelta eternamente para no perder las referencias que nos han sujetado sobre el piso en los últimos cuarentaitantos años. No sé por qué, al verlo insomne en su distanciamiento, perfilado contra ese crepúsculo que anticipaba el desierto, me dio por pensar qué pasará el día que el hombre del sombrero nos deje solos.
"Era como estar en un cuento de Edgar Allan Poe, en el que uno no es el tipo de persona que todo el mundo piensa que es".
1 comentario
mmm -
Normalmente cuando leo un artículo sobre Dylan termino enfadándome. Este me ha gustado, y desde mi humilde opinión me parece que está muy bien escrito.
¿Seré yo también una dylanita por disfrutar de los matices de voz y de la banda que le acompaña...?
"muchos siguen aguardando que la ancianidad arrugada le traiga a Dylan un carácter afable que nunca lo ha adornado" Estoy de acuerdo, y la gente confunde esto con que sea un viejo malhumorado y esquivo. A mí me parece todo lo contrario.
Un saludo