Impossible Wilco
Le dije: "Escucha cómo acecha esa guitarra el resto de la canción: es como si estuviera preparándose para saltar sobre los demás instrumentos y hacerlos trizas a dentelladas". Le estaba hablando a Pab de la guitarra de Nels Cline en Spiders (Kidsmoke), el brutal crescendo sónico con el que Wilco resumieron el salto experimental, de contenidas distorsiones, que caracterizó su álbum A Ghost Is Born. Fue la primera canción que escuchó Pab de Wilco y se la puse yo, una noche de regreso a casa vía Chicago (viaje virtuo-musical). Me pareció, más que un acto de generosidad por el descubrimiento, una definición perfecta, una presentación en toda regla, sin necesidad de más subrayados: ocho minutos de elevación guitarrera, machacona, de rítmos hipnóticos que estallaban en la supernova del estribillo instrumental. Conseguí el efecto deseado. No es mi canción favorita de Wilco, pero ya había provocado una reacción imborrable en mí cuando los vi por primera vez en la Oasis: en cada guitarrazo venía una onda de fuerza centrípeta que me atrapaba. Desde entonces vuelo en la espiral consiguiente, que no termina nunca. Por eso, cuando llegó la segunda ocasión de ver a Wilco en directo, yo ya estaba mucho más versado en las obsesiones de Jeff Tweedy y su transformación en música, sabía de las vomitivas migrañas que le habían inspirado temas desgarradores como Misunderstood, y me había bañado muchas veces en la brutal sutileza de las instrumentaciones que el grupo recrea con fiereza en sus directos, protéicos y detallistas a partes iguales. Para este tercer recital en Barcelona ya lo sabía casi todo: por eso temía una decepción. Me aterra que Wilco hagan un disco que no me gusta, o que den un concierto en el que no pueda seguir la armonía de sus intenciones; me asusta que se pongan conceptuales, vanidosos, excesivos, estúpidos... Todo eso me llevé al concierto de Barcelona, anoche, en el Auditori. Y una prevención agregada por el escenario: me pregunté si mi violenta expansividad al escucharlos no se vería demasiado constreñida en el anfiteatro de butacas de una platea.
Wilco derrotaron todos los temores. Todos, uno por uno y no de forma abrumadora, sino minuciosa. Para empezar, terminé por agradecer el espacio ordenado de un teatro, sobre todo después de sentirme planchado al vapor en la apisonadora humana en la que se convirtió Oasis en su multitudinario segundo concierto en Zaragoza. Por supuesto, no nos pasamos el concierto sentados. Por lo demás, Wilco reforzaron su condición de grupo de cabecera, las canciones de mi mesilla de noche, las de paseo por las ciudades desconocidas, la reunión melancólica de la lejanía en el country, la potencia del rock alternativo americano, la delicadeza de los tiempos lentos, puntillosos en sonidos diversos, bien nítidos. Pensé si el hecho de que la gira se desarrolle toda en teatros convencionales, en salas de música que igual podrían acoger a una sinfónica, no delimitaría el vuelo del concierto a un recital endogámico, en el que Wilco se regodearan en su nueva vida de artistas consagrados que han hallado (y aquí hay que referirse a Tweedy, el alma en pena redimida) la paz musical interior, la armonía grupal y, por supuesto, el sonido que iban buscando. Es decir, un concierto para ellos y no para la gente. La acción empezó despacio, con temas contenidos, como si estuvieran midiendo espacios y posibilidades, ajustando los últimos rincones de la música. Hell is Chrome abrió la noche, con su evocadora invitación al infierno: "Cuando se presentó el Diablo, no era de color rojo: estaba hecho de cromo y me dijo: ’Ven conmigo’". Después de un arranque progresivo, vinieron Side With The Seeds y, a continuación, At Least That’s What You Said, (uno de sus momentos preferidos para mí), combinaciones que levantaron el tempo y dieron entrada a los interludios en los que Nels Cline le rasca las entrañas a sus guitarras, pedalea con el wah-wah y distorsiona con una maestría de hombre en trance, casi inconsciente, mientras los otros aguardan y le hacen de cómodo almohadón sobre el que reposar el virtuosismo. Pero me pareció que el papel preponderante de Cline ha remitido, para no incurrir en un previsible exhibicionismo. Wilco parece no descuidar los equilibrios internos. Las dialécticas creativas provocaron en su momento una implosión que arrojó fuera del grupo a Jay Bennett en el proceso de construcción de su primera gran cumbre, el álbum Yankee Hotel Foxtrot. Por cierto, ni una sola mención a Bennett, antagonista de Tweedy en aquel periodo agrio que tan, pero tan bien retrata el filme I Am Trying To Break Your Heart. Bennett falleció hace pocos días. El pasado no existe. La impostura tampoco: Bennett había demandado a Wilco hace pocos días por unos derechos de autor de aquellos tiempos; a su muerte, Wilco emitieron una nota de condolencia destacando el genio musical de su ex colega, que tanto contribuyó -evoluciones posteriores aparte- a la conversión de la banda en lo que hoy vemos.
A partir de esas dos canciones aludidas, el recital zarpó de su tranquila dársena de bellezas despojadas de artificio hacia el proceloso océano de canciones hechas y recreadas con poderío demoledor: fue un estallido repetido, constante, alternado con voces más calmosas, bordado con hilo fino unas veces y disparado otras. Pocos temas de su nuevo disco, gran presencia (casi vindicativa) de temas venidos de Sky Blue Sky, un maravilloso disco repleto de clásicos que abrió el nuevo y futuro tiempo de Wilco como banda. Incursiones gratificantes en temas de bandera como Via Chicago, que no recordaba haberles visto interpretar en sus dos conciertos precedentes. Uno mataría por escribir una canción que arrancara con una línea como esa... "I dreamt about killing you again last night / and it felt alright to me". Delicadezas de reminiscencias beatles (o eso me parece a mí) del tipo de Hummingbird o Hate It Here, con sus guitarras que parecen extraídas de alguna cinta perdida en los tiempos de Let It Be.
Si digo que estuvieron fantásticos creo no exagerar. Dos horas y cuarto largas de música bien tocada. Muy bien tocada. Con unos Wilco comunicativos, que celebraron con todo el auditorio el cumpleaños de Mickael Jorgensen, su teclista; que regresaron dos veces del camerino (la primera, con el magnífico tema Kingpin) y pidieron a la audiencia americana, nutrida, que importase a su país el clásico oe oe oe que encarna la gamberra petición de bises en los conciertos en España. Y sí, Impossible Germany fue, una vez más y en mi opinión, la cumbre de la noche. Una canción que crece en el horno del tiempo y lo hará cada día más, porque reúne un engaño tras otro hasta expresar toda la verdad de golpe. El diálogo entre guitarras fue esta vez un trío en el que a Nels Cline le daban réplica conjunta Jeff Tweedy y Pat Sansone, juntos cara a cara en el centro del escenario. Cada vez que Sansone se bajó del altar de multiinstrumentista en el que vive y agarró las cuerdas, levantó el conjunto. Tuvo una noche brillante y la disfrutó, zalamero, exhibicionista, brillante. El menàge a trois fue, diremos si se nos permite la burda comparación, un orgasmo incontenible de placer resonante.
Tal vez la diferencia entre Wilco y el resto sea lo que yo juzgaba una percepción meramente personal. "Todos los grupos te dirán desde el escenario que te quieren para quedar bien... En nuestro caso es verdad: Wilco te quiere". Lo dijo Tweedy, de forma sardónica, y yo me lo creo.
[Foto: Sansone, en primer plano, en una de sus alegres diatribas con la guitarra. Al fondo, Wilco sobre su alfombra voladora de rock americano. Fuente: www.wilcoworld.net].