Nuestros amigos los Buzzcocks
Siendo todavía una joven promesa, un día mis padres me llevaron a Andorra a hacerme unas gafas y yo aproveché el viaje para comprarme cinco vinilos de The Clash en las afrancesadas tiendas de música del lugar. En muchas ocasiones me he preguntado qué tengo que ver yo con el punk, además de la miopía. Y no encuentro respuesta. No está mal porque el punk viene a ser una respuesta que no es respuesta, sino puro vacío invasor o nihilismo creciente. Como cuando, en la gira de los Sex Pistols por Estados Unidos, Johnny Rotten se pone a versionar No Fun y termina por preguntarse en medio de la canción qué sentido tiene continuar... Y, en efecto, poco a poco deja de cantar y dice: "¿Habéis tenido alguna vez la sensación de que os están timando?". La escena permite preguntarse si sentía timado él o estaba siendo tan honesto como para confesarle a su energética audiencia que les estaba tomando el pelo. El Gran Timo del Rock’n’Roll le llamó a eso Malcolm McLaren. Algo después, los Sex Pistols se acabaron, aunque no falta quien piensa que se habían terminado el día que salió del grupo Glen Matlock y entró Sid Vicious.
En fin. No vale decir que no tengo nada que ver con el punk, aunque cualquiera crea que esa es la posibilidad más correcta. Si acaso nos hermana el inconformismo o una confusa prevención contra la autoridad. En mi caso, el inconformismo no se sostiene en formulación alguna y es pasivo por demás, sin asomo de combatividad. La otra cosa es el punk rock o, por mejor decir, la primera ola del punk, lo que ahora se da en llamar proto punk. Como demuestra el episodio andorrano, The Clash fue el primer grupo al que me quedé enganchado en serio en mi edad adulta. Y a partir de ellos he tejido una suerte de árbol genealógico del rock por el que aún me muevo, siempre de forma desordenada, de delante atrás, hacia los lados y en cualquier dirección, estableciendo conexiones impensadas que con los años han adquirido un algo de sentido global. Desde los Clash, los Sex Pistols y The Ramones llegué a todo lo demás. Y en uno de los muchos caminos de ida, vuelta y revuelta, tropecé con The Fall, Patti Smith, Television, Iggy and the Stooges o The Damned. Y también, claro, con los Buzzcocks.
Los Buzzcocks, el grupo de Pete Shelley y Steve Diggle, tocaron en abril de 2006 en La Casa del Loco y el pasado viernes en el Centro Cívico Almozara, que tiene esa agradable ausencia de matices de una sala modesta, con aspecto de gimnasio de instituto reconvertido, un office con mostrador abierto en un vano sobre la pared lateral y la cerveza a 1,50 euros. En la taquilla no hay bouncers georgianos o de Rumanía, sino un par de muchachos que cortan las entradas sentados a una mesita baja, como de pupitre escolar. Todo eso conspira a favor de un marco adecuado para este tipo de conciertos de sobria escenografía. En el primer tramo del vitamínico recital de los Buzzcocks, la voz de Pete Shelley quedaba envuelta en una confusión ruidosa y no llegaba con la intensidad precisa. Un muchacho de la primera fila le hacía un gesto bastante obsceno o perfectamente inocente aproximando la mano a su boca: Igual era para que se acercara más el micrófono o para que, directamente, se lo comiera... O querría decir otra cosa, tal vez. Creo haber leído en algún sitio que Shelley es el nombre que sus padres hubieran querido ponerle a este hombre de haber nacido chica. Pero nació Pete. Steve Diggle saluda mientras rasca la guitarra y ladea la cabeza con mucha coquetería (¿a quién saluda?); le gusta levantar la mano derecha y dice lo poco que dice el grupo. Shelley siempre parece algo ausente, aunque en algunos temas tensa la mandíbula y enseña los dientes, como hacen los perros cuando quieren advertir a un enemigo.
En su anterior concierto Diggle me regaló, seguramente con el fin de que lo dejara en paz, una bolsa con no menos de 50 latas de Guinness, para las que hubiera necesitado una carretilla. Su roadie nos había invitado al backstage de La Casa del Loco a comer y beber con ellos. Eso es todo lo que pillaron esa noche: unas groupies barrigonas y del sexo bebedores de cerveza. Nos ignoraron mientras pudieron pero no contaban con nuestra trayectoria, que da para todo: en cuanto Diggle bajó la guardia, Andy le clavó la historia de un rodaje fílmico en el que habían coincidido en algún instante confuso de otra vida anterior de ambos. Ante su extrañeza, concluimos que Diggle apenas podría recordar lo que había hecho esa misma mañana, o sea que era difícil que en aquel rubio de pelo ralo identificase a un anónimo colega de cinema experimental en los días de Manchester. Después nos preguntaron dónde podrían ir a tomar algo y nos quedamos diez minutos pensando qué lugar sería adecuado para los Buzzcocks: ¿Los mandas al Trujas con la inconsciente adolescencia? ¿A la magnética oscuridad de La Casa Magnética? ¿Al Bedel a pelearse? ¿Al Parros? ¿Al ardor condensado de La Bodeguilla? ¿Al Bar Bacharah si es que caben? Yo no dejaba de pensar en el Posturas, el viejo Paradís y el oscuro Hendrix... lugares con un punto algo más extremo para estos muchachos envejecidos, que siguen pegándose con las guitarras con actitud muy juvenil; pero todos quedaban lejos en el espacio y más aún en el tiempo. No sé qué les recomendamos al final, pero ya no les vimos el pelo.
Hasta el viernes. La misma psicótica energía y un baterista salvaje de aspecto remilgado, de esos a los que una banda puede dejar solo e ir a cambiarle el agua al canario mientras se marca un largo solo tribal. Hicieron un concierto basado en sus dos primeros elepés (Another Music in a Different Kitchen y Love Bites). Dos horas de juvenil desarraigo rítmico, pogo en las primeras filas y una posibilidad de pelea con un tipo que pesaba no menos de 160 kilos y que se me quedó mirando aún no sé por qué, tal vez porque yo llevaba una cámara colgada del cuello o porque adivinó que últimamente he perdido peso y sería un sparring ventajoso. Con el rabillo de la lente observé que lo reconvenía su chica y el episodio se detuvo en una de esas cosas que pueden pasar y al final no ocurren. Al acabar, los Buzzcocks abandonaron rapidito el edificio. Agarraron al vuelo un taxi que los aguardaba, dejaron colgada a una chica que pretendía que le firmasen algo y salieron pitando para el centro de la ciudad. Se ve que tenían sueño. Eran las doce y media y los ingleses son un pueblo que se acuesta pronto.
12 comentarios
Carlos -
Cuantas noches oscuras he pasado yo en el hendrix y en el paradis.
En aquellos tiempos curraba un servidor pinchando discos en Babieca, despues pinché en el Scotch a go go dancing el putiferio aquel de los teléfonos junto al Utopia y el D'Angelo el siguiente paso era El Plato y de allí a los garitos mas infames y canallas de la Zaragoza de los 80. En la Metro ( fundada y creada entre otros alicates por mi) nos reuniamos lo peores cerveceros.La noche se hacia corta y el domingo por la mañana teniamos partido.
Hablamos de lo humano la próxima vez
Miguel -
Jeremy North -
Para lo del ataque había que bajar a Zuma o ya puestos al Casco, lo que pasa es que si ibas hasta allí luego era jodido volver a "En Bruto".
davicius -
Jeremy North -
En el "En Bruto" disfrutaba como un poseso con Ugly Kid Joe, Poison, Def Leppard y por encima de todos, en el momento cumbre del amanecer, Race Against The Machine
rick -
Que buen triangulo ese, yo añadiria el fantasma para completar la ruta.
Y este sabado al Priest Fest, no?? Yo alli estare a ver que tal se conserva el Halford y el amigo Mustaine.
Mornat -
Sr. Guerra -
Mornat -
Jeremy North -
Jeremy North -
davicius -