La balada de Damien Jurado
Hay que mirar bien de cerca los días, para saber qué se van a llevar. De las cosas, de nosotros. Para saber lo que habremos de extrañar algún otro día al que miraremos de cerca, alguna vez. Hace mucho tiempo sospeché que sólo las palabras podrán salvarme, si es que aún hay esperanza. Son la única forma real de la vida que no existe, que no es, de lo que he ido dejando atrás o me voy a perder de ahora en adelante. También una forma ignorada de la libertad, una libertad tan necesaria como improbable. He ensayado el silencio pero no me sale nada bien. Así que estoy condenado a elevar palabras en el viento y que las lleve hasta donde quieran ir. Si puedo pedirlo, que lleguen hasta donde estás tú, seas quien seas, estés donde estés. No tengo a dónde ir, así que iré a cualquier lugar.
En el silencio ando buscando músicas que me rediman de algo que no sé bien qué es, que disuelvan esta polvareda interior que ignoro cómo se ha ido posando. Tengo amigos que me dan indicaciones, nombres, títulos de canciones, avisos del lanzamiento de discos; he aguzado el oído para encontrar sonidos y algunos he encontrado, cruzados en intersecciones inesperadas con otros que desecho. Por ejemplo, decidí que Russian Red no era lo que necesitaba en estos momentos, pero a través de Russian Red me topé con Havalina, y su álbum Imperfecciones aparece ya como un hallazgo imponente en el que algún día me detendré. Ayer mismo por la tarde conocí a Damien Jurado, y no es improbable que hoy me acerque a La Lata de Bombillas a estrecharle la mano y darle las gracias por una canción o dos. Damien Jurado, singer-songwriter malcarado de Seattle, toca esta noche en el escenario mínimamente inmenso de La Lata, rectángulo de muros cerrados y músicas abiertas. No puedo decir mucho de Damien Jurado salvo que se trata de uno de esos músicos de canciones dolientes que tanto bien nos hacen, a veces, porque curan las heridas con el hervor lacerante del alcohol de 96º sobre una cicatriz abierta. La música cauteriza, que lo sepan aquéllos a los que les parecen deprimentes las canciones tristes. Porque hay luminosidad inexplicable en una canción como Ohio, en la que un muchacho asomado a un ventanal despide a su chica. Ella ha decidido regresar a Ohio para ver a su madre, a quien perdió de vista a los 13 años cuando alguien la apartó de su lado. La canción parece un melodrama facilón; la voz de Damien Jurado demuestra que no es tan fácil modelar la amargura. En su despedida, el chico calza unas reconocibles New Balance. Ella, unas sandalias con los dedos al aire.
Por lo que sé hasta ahora, que no es mucho, Caskets reclama mi atención. Su perturbador vídeo me recuerda a otros canallas favoritos, Sam Peckinpah y La Balada de Cable Hogue, con su cama en medio del desierto, un lugar en el que acostarse hacia el crepúsculo. Espero que Damien la interprete esta noche. Y que me suene con tantas aristas como le aprecio en estas imágenes. Y sentir que una cuchilla se aproxima a mi piel, como un leve viento helado, y luego una pinza metálica que hurga dentro de mí.
Damien Jurado. Esta noche a las 21:00 en La Lata de Bombillas. Si queréis pasar, yo estaré por allí tomándome una apreciativa cerveza. Por 8 euros espero que me extraigan algunas balas de mi abdomen no tan degradado.
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