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Somniloquios

La leyenda del santo bebedor

La leyenda del santo bebedor


Muchos fueron generosos con Shane MacGowan y le anticiparon una muerte prematura en cualquier esquina. La destructiva trayectoria del cantante de los Pogues autorizaba esa conjetura. Yo mismo fui a verlo con mis propios ojos el día de San Patricio de 1995, en Londres, con el espíritu con el que habría ido a despedirme de un amigo. Cuando aún éramos jóvenes, teníamos la muy saludable costumbre de celebrar el día de San Patricio vaciando unas cuantas pintas de Guinness. Aquel 17 de marzo el programa en Londres era inmejorable, tan inmejorable que se repite con frecuencia: en algún garito de Brixton, el sur negro de la ciudad, actuaban los Dubliners; y al norte, en el Shepherd's Bush Empire, Shane MacGowan se presentaba sin dientes y con los Popes, la banda que había armado con el fin de refundarse a sí mismo y olvidar que nuestros adorados Pogues lo habían echado a patadas del grupo, hartos de recoger sus restos por cualquier lado.

Consideramos las posibilidades de la nostalgia dublinesa y las posibilidades del gamberrismo alcohólico de Shane. Había dos cosas seguras y comunes a ambos conciertos: todos acabaríamos borrachos de Guinness y cantaríamos el Dirty Old Town a gritos. Lo único dudoso es lo que ocurriese después. Podíamos apostar que en Brixton los borrachos de la audiencia iban a terminar la noche abrazados entre desconocidos, lagrimeando como inmigrantes embarcados camino de Nueva York y del nuevo siglo; mientras, el resultado más probable en el concierto de Shane MacGowan era el de una pelea multitudinaria. Sin dudarlo un segundo, decidimos ir a ver a Shane.

Yo pensaba que, habiendo sobrevivido mis gafas modelo Lennon a un concierto de los Ramones, estaba preparado para todo. Entre los grandes momentos de mi existencia puedo contar ese instante aterrador en el que Dee Dee Ramone se me quedó mirando fijamente desde el escenario del Pabellón Francés con una cara de desprecio muy tierna, mientras le daba a la guitarra con las piernas abiertas en compás como un torero ebrio. Fue apenas un instante, porque nos habíamos metido en las cinco primeras filas y ahí estaba desatada la tercera guerra mundial, versión punk-rock: la multitud bailaba pogo y todos volábamos de un lado a otro de los pies del escenario con psicotrópica alegría. En esos días estábamos en forma. Sólo nos ordenamos cuando Joey levantó el cartelón con el famoso versículo que decía, con profundidad calculada: "Gabba, Gabba, Hey!!!". Todos lo coreamos y Joey Ramone se puso a asentir tras sus anteojos negros, con el emblema en alto, como si quisiera decirnos precisamente eso y ninguna otra cosa. Sólo eso, que ya bastaba: "Gabba, Gabba, Hey". Es lo que se llama comunicación trascendental.

Decía, entonces, que yo me creia maduro de sobra para el concierto de Shane MacGowan. De teloneros hicieron un dúo muy simpático compuesto por un arpa y una guitarra. O quizás un arpa y un violín. O un cello, no me acuerdo. El arpa estaba. Una mezcla rarísima. Aún recuerdo al tío recortado contra el escenario con su lírico aparato, frente a una audiencia sedienta de sangre y cerveza negra. Aunque el ritmo del dueto invitaba al insulto, la gente permaneció callada. Bebía. Iba cargando los tanques. Yo preferí mirar al frente, al escenario. Alrededor, mientras se llenaba el local, la vida iba mostrándose en sus más atroces formas. Vaciamos una pinta y luego otra. Los vasos eran casi reales, pero estaban hechos de plástico. Me llamó la atención la magnífica consistencia del material. En términos de vasos de pinta, constituían una imitación sobresaliente. Eran duros. Eran vasos profesionales, con plena conciencia de su naturaleza. Nada de esos vasos enclenques que te dan en el Pilar y que se te adelgazan en las manos cuando los sujetas, llenándote los dedos de pegajosa cerveza sobrante.

En cierto momento me aproximé a la barra. El Empire estaba lleno pero aún se podía caminar con relativa comodidad. Calculé que disponía de tiempo suficiente para ir y volver, ese dilema clásico de los conciertos. Pedí tres Guinness y las pusieron exactas, con su cabecita perfecta, su honda negrura masticable, con esa perfección de las líneas que tanto nos gusta. Mirándolas, me había despistado unos minutos decisivos. Cuando me disponía a pagar, los del arpa ya se iban. Antes de que me diera cuenta y emprendiese el camino de vuelta, Shane MacGowan apareció en el escenario. Sin dientes, con un vaso de licor ambarino en una mano y los músicos a su alrededor. Supe que estaba condenado y, en efecto, con el primer guitarrazo se desató el infierno. La tormenta me cazó en medio de ninguna parte, demasiado lejos para defender mis pintas frente a la marabunta, que había enloquecido con carácter inmediato. Bailar pogo es una cosa. Otra es hacerlo con las manos llenas de cervezas hasta el borde del vaso. Cuando llegué a donde me esperaban, creo que había rendido más de un litro a las fieras, desparramada por mi cuerpo y los ajenos. Entregué lo que quedaba, observé la mía con tristeza y le di un trago, con serio peligro de que alguien me la incrustara en el pómulo. Miré al escenario. Vi al ex de los Pogues agarrado a su bebida de cristal y al micrófono, como si hiciera mucho viento y temiera caerse. Lo otro que vi me llamó aún más la atención: a sus pies aterrizaban vasos de pinta arrojados desde la audiencia. Algunos lo alcanzaban apenas. La gente largaba las cervezas contra el escenario, o bien de un lado a otro de la pista de abajo, donde estábamos todos. De inmediato supe lo que había que hacer: miré mi vaso, tomé impulso y lo lancé hacia arriba, en dirección al techo, dejando que la Guinness saliera disparada como una lengua negra en violenta descomposición, atravesada por los focos del escenario, cuarteándose en gruesos goterones después, conforme perdía impulso doblegada por la gravedad, como el chorro de una fuente. Me cayó encima a mí y a otros. Para entonces ya me habían regado de sobra como para que me importase. Luego me puse a berrear y a saltar. Era el único modo de sobrevivir.

Shane MacGowan permaneció ajeno a la locura durante un buen rato. Cantaba con los ojos cerrados, aferrado al micro y trastabillando los pies algunas veces. A la media hora, de repente, abrió la mirada y la apoyó en el público con extrañeza, como si acabara de despertarse en la cama de su casa rodeado de un montón de gente desconocida. Siguió bebiendo, recompuso la voz pedregosa y dio un concierto estupendo, aunque todos lo insultamos porque formaba parte de la diversión. Un tiempo antes me había encontrado a Shane MacGowan en el Filthy MacNasty's, un pub iluminado con velas en Islington, donde tiraban una formidable Guinness. La BBC le estaba grabando un documental. Tenía ese aspecto de degradada exageración común a los adictos, subrayado por una boca que era, y es, una gruta de perdición obscena. No había vuelto a saber de él hasta que esta noche, esta noche de San Patricio, recordaba aquella otra noche de San Patricio en Londres, en 1995. He leído que Shane MacGowan cumplió 50 años el día de Navidad, que últimamente toca a veces con Pete Doherty, ese muchacho con aspecto estúpido que era de los Libertines y los Babyshambles y novio de Kate Moss; y que conserva en buena forma la voz, ya que nunca tuvo buen aspecto, y que tal vez se reúna otra vez con los Pogues para hacer esa mezcla de punk y folk irlandés y rock que tanto nos enervaba. Y he leído unas declaraciones de Shane MacGowan en las que afirma que, si su predicha muerte aún no se ha cumplido, es gracias al alcohol, precisamente. Shane MacGowan confiesa haber comenzado a beber a los cuatro años. También promete comprarse pronto una dentadura nueva.

Para los nostálgicos, dejo Dirty Old Town.

9 comentarios

NANDO -

que agusto te he leido, admiro a Shane y cada uno de sus conciertos me parecen autenticas obras de arte, qeé suerte que se puedan grabar para refrescar la memoria. Te agradezco que compartas tu concieto, agur.

davicius -

¡Qué maravilla un concierto en el que te puedan tirar una buena Guinness.....!
Y la actuación, magnifica, en ese estado semicomatoso. Tenía que ser en el programa de Henry Rollins, por supuesto....

Paul -

El primer Pub con sabor irlandés que recuerdo en Zgz era el inisfree por la zona de Heoismo.La decoración de la peli de John Ford,El hombre tranquilo.Ya no sé si existe ese Pub.Luego vendrían el de la calle Cádiz que tanto citas,el St Patrick en Paseo Calanda,the Preacher son en la zona de bretón y en la calle Ram de Viu una taberna irlandesa ocupa el espacio del Sevilla.habrá más y si conoceis alguno que suene música irlandesa os lo agradecería que lo comentarias.

Mornat -

En San Patricio los amigos tienden a estar de cuerpo presente más que presentes.
He oído declaraciones muy altisonantes sobre el número de pintas que la gente dice beberse en una sesión... pero no me creo nada. Además, a partir de la séptima-octava hay que empezar a bebérselas de un trago. Lo demás son cuestiones menores.

Eduardo -

Como se decía en el el Hombre tranquilo: "homérico!". San Patricio nos queda como un nexo de unión a los que vamos emigrando... ese día, donde quiera que le pille a uno siempre vacía su pinta (este bien tirada o no y Pedro no me provoques!) rodeado de amigos presentes en el bar o en la memoria.

Mornat -

"And the boys from the NYPD choir / were singin' Galway Bay
And the bells were ringing out / for Christmas Day..."
Qué bonito villancico oscuro era ese, sí.

Paul -

Maravillosa esa canción de los Pogues Fairtale in new York con la colaboración vocal de Kristy Mcoll fallecida en accidente hace unos años.THE Pogues siempre permanecerán en la memoría de muchas personas por esta y otras canciones.Una primera aproximación al folk irlandes para muchos.

Mornat -

Devolver pintas por no cumplir los estándares fue siempre uno de mis deportes preferidos. La mejor pinta de Guinness de mi azarosa vida me la tomé a 17 millas de Galway, en un pub de un pueblecito llamado Oughterard, a orillas del lago Corrib... Pero eso merece otro Somniloquio.

Nuha -

¡Buah, qué gran canción! Aun recuerdo a Sean, un barman de Galway, borracho como una cuba de Guinness, rumiando Dirty Old Town sobre la barra todas las santas noches después del trabajo en un pub del sur de Dublín. Allí aprendí lo que es una Guinness bien tirada. Anda que no he devuelto pintas por estos lares...

Feliz día de San Patricio