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Somniloquios

Morir al sol

Morir al sol


El mundo se acaba, lo leí ayer en El País. Otros diarios también traían la noticia del fin del mundo, pero ni siquiera la llevaron a portada. No diré yo que el fin del mundo sea una noticia como para tirar la portada de El País a cinco columnas, pero sí al menos una llamadita ahí al lado, ¿no? A mí -que escribí un microrrelato titulado El Fin del Mundo en el que no ocurre absolutamente nada- me pareció muy interesante saber cuándo se va a terminar este asunto, aunque en realidad ahora mismo me encuentro en un momento de concepciones vitales tan lánguidas que no me importa gran cosa si el mundo se acaba la semana que viene o dentro de 7.590 millones de años. Pero en todo caso, teniendo en cuenta el optimismo general que ha dejado la nueva derrota de Rajoy, me parece que la noticia ha sido tratada con frialdad entomológica; relegada a secciones posteriores de los diarios. Si no firma Iker Jiménez, ya nadie se cree nada. Yo sin embargo no me trago una de Iker. Yo soy del doctor Jiménez del Oso, ya lo he dicho alguna vez. Jiménez del Oso, Rodríguez de la Fuente, Emiliano/Buscató y Gaby/Fofó/Miliki... esos han sido los pilares de mi educación. No toquemos las pelotas con mileniotres ni no sé qué. Por cierto que hace algún tiempo que El País ha barajado las secciones y ayer, cuando lo leí después de varios meses, me hice un lío y me pareció que a cualquier cosa le dicen rediseño y que en todo caso es un rediseño muy poco acogedor, con ese tipo de letra adelgazado que parece como que le ha quitado cuerpo a las indudables verdades. Por otro lado, esas contraportadas en las que desayunan o almuerzan con personajes y luego lo cuentan con precios y señales, sólo me sirven para constatar que hoy en día, en algunos lugares, da lo mismo desayunar que cenar: todo vale entre 45 y 60 euros. Sin hacerse el gracioso con el vino, claro...

Me estaba tomando yo una apreciativa cerveza sin alcohol en el Bull McCabe’s cuando leí lo del fin del mundo. Sería la una y cuarto de la tarde, pongamos. A esas horas el Bull tiene el aire adormilado, inconfundible de los pubs verdaderos. Hay silencio musical y una claridad matizada que se cuela por los ventanales; si afuera luce el sol, ilumina franjas de polvo suspenso que rebotan contra las mesas de madera o contra la tarima del piso. Las réplicas españolas de los pubs incurren en un error garrafal que les impide alcanzar el profundo significado emocional de los pubs británicos: falta el silencio, la quietud, la suspensión del polvo en el aire. En España el silencio está mal visto, no tiene consideración social. En España ya ni en los cafés se puede pensar, lo invade todo la FM ruidosa como si aquello fuera un gimnasio y no un café. Y luego está el ruido humano, que es atronador. En los Starbucks anglosajones hay un aromático silencio que se recuesta en los sillones y en las mesas, apenas peinado por el paso de las hojas de los periódicos y la única música que se iguala en armonía al silencio, que es el jazz antiguo; y acariciado por esa quietud pacífica uno puede ir ahí a pasar un rato sentado con su libro, con su no libro, con su tristeza diferida o con un mirada que atraviese los ventanales hasta la lluvia o el anhelo de lluvia de afuera; y hasta el café parece café. Y mira que a mí no me interesa el café ni como hecho social ni casi como posibilidad sensorial, salvo por el aroma del café molido y el de una tienda de café en la calle Ossaú, donde me gustaba entrar de niño con mi madre y empaparme de los olores y oír a las señoras nombrar una palabra de sonoridad excelente, que aún me encanta: torrefacto. Jamás me he animado a mirarla en el diccionario porque una palabra que suena y huele así, a la fuerza debe carecer de un significado a la altura de su físico.

Pero esos Starbucks londinenses o neoyorquinos o glasgowianos, con sus muffins y sus pastelitos de zanahoria y las galletas con pintas de chocolate, con esos falsos wifis que pagas luego en la caja a la chica polaca, esos lugares me encantan. Y el café, sorpréndase usted, está bastante rico. Sin embargo, una tarde en la que iba camino de la exposición del fotógrafo Don McCullin en Madrid me colé en un Starbucks español y fallecí abrumado bajo el escándalo de damas de todas las edades que compartían café a gritos. Varias personas me pisotearon la cabeza para pasar a su asiento (y eso que afané uno cerca del ventanal) y en las mesas uno podía desgranar el catálogo de lo que habían tomado las tres o cuatro generaciones anteriores del clientes del establecimiento. Además, el café era asqueroso. Si ahora resulta que el café es mejor en Londres que en Madrid, es que todo se está yendo a la mierda.

Y así es, en efecto, aunque a nadie le importa. La noticia del fin del mundo, con su carga de absoluta fugacidad, no conmueve. Dirán que la espiritualidad está pasada en esta España laicista y aconfesional, pero si llega a anunciar el fin del mundo el Papa Ratzinger, aun sin fecha, te digo yo que sale en portada seguro. Se pongan como se pongan, la Religión pega más que la Ciencia, siempre con sus vericuetos y sus alternativas y sus teorías y esa capacidad para proyectar los posibles más allá de los probables. Yo mismo le he seguido dando tragos a la cerveza sin mayor entusiasmo mientras leía que, dentro de 7.590 millones de años, el Sol se expandirá camino de su muerte y en ese proceso tan desconsiderado se llevará por delante varios planetas y entre ellos la Tierra. La teoría la han elaborado entre una universidad mexicana de nombre fronterizo y la de Sussex en Inglaterra, donde todo el mundo parece muy inquieto y con ganas de descubrir. De cómo unos mexicanos y unos ingleses han podido ponerse de acuerdo acerca de la hora del fin del mundo, uno puede pensar muchas cosas. La profecía no impide que acontecimientos precedentes puedan anticipar un desenlace dramático debido a cualquier otro motivo. Internet está lleno de apuestas al respecto, con una amplia gama de posibilidades. Es decir, que en el mejor de los casos nos quedan 7.590 millones de años.

Naturalmente, los científicos no se atreven a afirmar que la Humanidad seguirá para entonces aquí como ahora, viva y coleando, pero tampoco sostienen lo contrario. Ni confirman ni desmienten, que se dice en el periodismo tramposo. En todo caso y para que nadie los señale por incompetentes sin imaginación, proponen colonizar antes planetas o galaxias alternativas. Un plan ambicioso que requerirá máxima concentración. Es de esperar que para entonces se haya apagado la cosa del matrimonio gay y esté resuelta la igualdad total de la mujer en el mercado laboral, porque si no vamos daos. Supongo que no se olvidarán de construir vivienda protegida en ese nuevo destino. De hecho, me he interesado por esta futura muerte al sol y he visto que la teoría no es nueva, pero van afinando las fechas. Hay quien ya ha propuesto la posibilidad de, unos cuantos años antes (no sé si un par o varios millones) trasladar la Tierra de su ubicación actual en el Universo a unas coordenadas (!) donde estaría a salvo del paso arrasador del Sol camino del cementerio. ¿Cómo se hace eso? Pues así, versión divulgativa: capturando un asteroide gigantesco y haciéndolo orbitar alrededor del Planeta y unas cuantos cuerpos celestes más, durante un tiempo determinado (largo, eh, largo) y así de vuelta y venga para aquí y venga para allá y al final, oye, que la Tierra se sale de su sitio y se va para el otro lado y zafa del infierno solar. Naturalmente, la Ciencia se ha apresurado a aclarar que ahora mismo no disponemos de la tecnología necesaria para hacer algo así, aun cuando el mp3 haya cumplido ya diez años, diez, quién lo diría... pero la idea y las sumas y restas y tal ya las han hecho en pizarrón y da que sí. Y esperan que dentro de varios millones de años el Hombre (y su Mujer, sobre todo) hayan evolucionado tanto como para desarrollarla y lograrlo. Así que ya pueden estudiar o ellos verán...

Como yo no puedo hacerme cargo de la Humanidad, me preocupo de los Ornat. Tal y como van las cosas, parece obvio que quedarán pocos o ningún Ornat y aún menos probable parece que sean Ornat de primer apellido, que es lo que marca y diferencia. Ese asunto está por resolver. De todos modos no hay que ponerse dramáticos: están ustedes leyendo, en cuanto a modelos de Ornat se refiere, a un representante de la culminación del apellido: dos veces Ornat. A partir de nosotros, todo es declive.

Y así, hasta el fin del mundo.

14 comentarios

Nuha -

Es perfecto así como es.

Feliz Semana Santa.

Mornat -

Los elogios fueron donde deben: al olvido o a la habitación de atrás. Ahí están bien.
Yo vi a los Globetrotters en el Huevo unos cuantos años antes, la primera vez que vinieron a Zaragoza. No recuerdo cuándo, pero sé que era bastante más joven del 87.
Y sí, el reloj adelanta pero no sé por qué. El del ordenador no es. Es el reloj propio de Somniloquios, un lugar en el que nada ocurre en tiempo y forma, por lo que se ve.

Fedra -

La primera vez que ví a los Harlem Globetrotters fue en el año 87 en el Pabellón del huevo.Fue todo un espectáculo,una demostración de cómo entretener jugando a baloncesto y de hacer reir al público con sus acrobácias baloncestísticas,Me lo has recordado Mario,gracias y besos para tí.Yo al pub basket iba a comprar entradas para el cai porque esa era su sede.Ya ni nos queda el pub con ese nombre(ahora creo que es Doctor jekill y Mrs Hyde) ni los multicines Buñuel al ladito del pub, de los que ya evocamos las pelis tan conmovedoras que vimos.Ay que nostálgicos/as de aquellos maravillosos años.

Nuha -

El pub Basket estaba en Fco. de Vitoria, ¿verdad? Yo sí que iba siendo una chiquilla detrás de los John Garris, Claude Riley, Manel Bosch, los Arcega, Zapata, Martínez Sansegundo, Indio Díaz, etc. No tenía un duro, así que pocas veces pude entrar a tomarme una copa entre los grandes del CAI de entonces. Qué emoción verlos desde el gallinero en el Ovni. Y los Juegos Olímpicos de Los Angeles. Y el Mundobasket en España. Genial.

Esperemos que de verdad los elogios literarios no caigan en saco roto como lo hicieron los deportivos para el fútbol y el basket (qué fue de Dionisio?)

Por cierto, tienes el reloj adelantado (no me refiero al biológico).

Mornat -

El concurso de ideas que lleváis a cabo aquí para que yo escriba una novela me tiene fascinado. Se ve que confíais en mis posibilidades literarias mucho más que yo mismo, lo cual no es complicado. Creo haber hablado de mis primeros recuerdos NBA pero, aunque jugaba al baloncesto de niño y adolescente, no recuerdo haber ido casi nunca al pub Basket. Mi primera memoria del baloncesto americano tiene que ver con los Harlem Globetrotters en un proyector de cine casero en el viejo colegio de los Maristas en San Vicente de Paúl, cortesía del gran Dionisio. Por cierto: Dionisio confiaba en mis capacidades para el deporte de la canasta casi tanto como vosotros en las literarias. Lo que os agradezco mucho. No cae en saco roto. En el fondo pienso que Somniloquios está destinado a tener una unidad más allá de este espacio.
Besos agradecidos, Fedra.

Fedra -

Mario para cuando una novela sobre tus experiencias en el mítico Pub Basket viendo con gozo los partidos de la NBA,si es que las tuviste.

Noe -

Necesito el café para poder funcionar por las mañanas, apenas disfruto con ello, es una necesidad sin más. En cuanto al fin del mundo... ¿No se había acabado ya? no me digas que soy la única que se ha dado cuenta.

tony -

no puedo tomar café, porque el café quita el sueño, solo puedo tomar té, y tomando té me muero. la otra noche té probé, y sentí tanta emoción, que estaría todo el día que estaría todo el día, tomando té, tomando té.

Cris -

además ponte en españa a pedir un pg en una mug con una nube de leche

Mornat -

Veis cómo el fin del mundo no le importa a nadie? Todos aquí hablando de café lo más alegres... Qué me venís a hablar a mí, que entro en lugares especializados con multitud de cafés diferentes, y pido un descafeinado DE SOBRE. La chica me preguntó: "¿Por qué no te pasas al té?". Y me dieron ganas de decirle: "Ay, si tú supieras las tragedias que he vivido con el té...".

Cris -

Pues mira que yo no soy cafetera, de hecho mi cafe es un cortado, cortadísimo de cafe, y nunca para desayunar (aggg), pero me gusta el del babel, c/zurita y, me parece que se llama, el de dña casta (nada más pasar fantoba y la republicana). Por supuesto nada comparable al cafe italiano, bueno, al tueste italiano (eso dice mi madre, y de ella me creo muchas cosas).

Per -

Desconfío de todos los sitios de comer y beber basados en facturar grandes volúmenes. Y qué difícil es beber un buen café en ZGZ. En Italia sí que saben: espresso, con un dedo de café negro, en tacita gorda y que se bebe en dos golpes. Aquí he llegado a elaborar un ránking con los peores cafés de los bares alrededor del trabajo, no digo más.

Mornat -

Hace tiempo que planeé un Somniloquio titulado Carril WiFi: a mí el carril bici me parece una soberana tontería para domingueros. El carril wifi sí que sería un avance práctico y lógico, en mi opinión, pero vamos, que he perdido la esperanza: con que lo tengan en el Ayuntamiento y sus alrededores ya vamos todos bien servidos en esta ciudad...

jcuartero -

En algunos de los Starbucks españoles no hay ni wifi. Hace dos semanas en Barcelona entre en un par de ellos buscando una conexión y fue imposible establecerla. Acabé con una sobredosis de cafeína, los cafés son muy grandes. Además el buffet del azúcar es algo a lo que no logro acostumbrarme, con lo bonito que son los cinco gramos de azúcar de los sobres. En los países del Este son siete gramos y aparecen en los menús. En Starbucks acabo tomándome pintas de café con una concentración de azúcares que acabaría con cualquier diabético.