La gafa
Han vuelto las Ray Ban de pera. Os lo digo por si os habíais quedado ciegos en los últimos días o bien os sacásteis los ojos (ellos) para no caer derrotados por la exhibiciones veraniegas de ellas. Las Ray Ban de pera, sí. Las del cristalito verde, la varilla dorada, las de los años 70, finales, las de Top Gun... Naturalmente Ray Ban no las llama las Ray Ban de pera, sino Ray Ban Aviator y de ahí que Tom Maverick Cruise y sus chicos se las pusieran en cuanto bajaban del cazabombardero. Porque son gafas de piloto de guerra, hechas sin embargo para que las luzca el común de los mortales si hay huevos. Y además unisex, lo mismo se las pone Brad Pitt que Angelina Jolie, lo mismo la Vanessa que el Ignacio. Y salen ellas ahí a las calles ardientes de la ciudad con sus flequillos rectos, o bien cruzados en diagonal sobre la frente, que esa es otra, y los pantaloncitos cortos a calentar el muslo; si son largos, entonces han de ser muy pitillos, pero pitillos pitillos. Ellos enseñan el calzón o bien llevan cada pelito colocado en su sitio con abundante goma efecto mojado, y las cejas depiladas porque ahora el hombre es un hombre que no quiere que se note mucho que es hombre o lo que sea, o bien una deconstrucción capilar de fugas variadas, en las que no se sabe dónde empieza el peine y dónde acaba la higiene.
A mí me gustaría deconstruirme la cabeza, lo juro que sí, y no tener que peinarme un solo día, pero soy un antiguo peinado con raya. Y desconcierto, porque yo siempre pensé que me estaba haciendo raya a un lado, el izquierdo, pero en cuanto dejó de peinarme con colonia mi madre, y mi abuelo consideró que me había hecho hombre suficiente para arreglarme solo el cartón, la raya se me desmandó, tomó vida propia en algún instante y comenzó su tranquilo, imperceptible ascenso hacia el centro de la cabeza. Y cuando veo a Aznar con ese surco tan subrayado en el lado del corazón pienso: eso es un presidente y un hombre a la derecha y una raya a la izquierda, claro que sí, desprendida sobre la oreja de ese flanco. Y no lo mío. Deconstruirme la cabeza, eso es lo que me gustaría a mí. Pero de verdad: el interior, los sesos. Confuso, últimamente he estado un par de veces a punto de pedirle al psicólogo que me hiciera un corte a la moda mientras con el barbero nos dedicábamos a la terapia cognitiva. Lo que de verdad me gustaría es quedarme calvo del todo y no saber nada, salvo recitar textos y no tropezarme con los muebles; parecerme a Yul Brynner con su mirada eslava y ser flaco como Tim Booth y Michael Stipe, el de James y el de REM. Si fuera tan sencillo... En vez de eso incurrí en la melena, animado por los muchachos que generosamente me dicen que me doy un aire a Russell Crowe en sus malos ratos. Ellas nunca están de acuerdo, lógico. Los que más acertaron, como siempre, fueron mis amigos del rugby, que a la vista de melena y barba me decían alternativamente Jeremías Johnson o Pocholo, cuando me cogía una coleta para poder ver por dónde me venían los balones y las hostias. Por Pocholo Martínez Bordiú, aquel fenómeno de la comunicación oral.
Las Ray Ban Aviator las recuerdo yo que evolucionaron más tarde hacia el negro completo y antes o después al cristal de espejo. El cristal de espejo hizo furor en un tiempo: me acuerdo yo de probarme unas en el Gay de la calle Alfonso y verme espejo contra espejo y decir, con mucho afán de autocrítica: "Jesusito de mi vida, eres niño como yo...". Las de cristal de espejo son de guardia carcelario en La Leyenda del Indomable, cuando los convictos salen a limpiar las carreteras y los vigilan hombretones con rifle a punto y gafa espejo para que no se sepa si miran a un lado o al contrario. Los reos piden permiso hasta para respirar: "Jefe, ¿puedo beber agua, jefe?". "Bebe agua", contesta la gafa. "Jefe, ¿puedo quitarme la camisa, jefe?", "Quítate la camisa". "Jefe, ¿puedo ir a orinar, jefe?". Una tensa pausa: "Ve".
Luego las de pera se pasaron de moda. Las de espejo duraron aún menos. Cuando se rayaban asomaba un negro de azogue oculto y envejecían cuarteadas, con una caducidad muy hostil a la recuperación vintage, que se dice ahora. La gafa primero se hizo pequeña, de pastas oscuras, también de colores aunque mandaba el marrón. El rosa y el blanco tenían un aire como de King Creole y las chicas sólo se las ponían si comían piruletas en forma de corazón o bien bailaban a Gene Vincent con faldas de vuelo y calceltinitos blancos. Luego vino la patilla anchota, esa que al Pele y a Acón les costó tanto quitarse, que la llevaban hasta hace cuatro días. En un momento indeterminado, la gafa empezó a crecer y a hinchar los oculi in vitro, que decía el asombrado monje en El Nombre de la Rosa, o sea las lupas. Las lupas se iban inflando como un globo y a ser más grandes y después aún más grandes, de forma que al final casi tapaba la cara toda y así hasta la Pantoja, que llevaba unos vídeos de pantalla gigante como para ver la final de la Eurocopa en la plaza del Pilar, hasta la Pantoja parecía estar buena con la gafa y su barba y todo. Porque la gafa negra y grande iguala los rostros al ocultar el epicentro de la expresión, que son los ojos y su alrededor, donde generalmente se define la belleza facial. Hay, así, una simulación general muy conveniente en ellas, que se plantan las gafisus y están todas que lo rompen. Luego, si se las quitas las dejas desnudas y, ay, todo puede ser. No habérselas quitado. Con la Ray Ban pera eso no pasa, porque hay una verdosa transparencia que muestra todo. Lo raro ahí es estar guapo si no eres Maverick o Topper. Son aditamentos muy concretos, muy para cuerpos y caras preparados. Una vez me compré una cazadora tipo piloto y la profesora de de Historia del Arte de la universidad, además de suspenderme a mí y a cuatro más, literalmente, de 200 alumnos, y obligarnos a ir a su despacho a recoger la nota, al verme con la cazadora aquella mujer si es que se la puede llamar así me dijo: "Oiga, ¿usted de qué va disfrazado?". En la Universidad de Navarra eran así de respetuosos. Además de sacarle a tu familia las entrañas para pagar un plan de estudios lamentable con unos profesores en general pésimos, se permitían consideraciones estéticas antes de entregarte el suspenso. Dios los tenga en su gloria a todos.
Yo juraría que tenemos unas Ray Ban de pera guardadas por ahí en alguna caja, eran de mi abuelo. Y mi madre me las ofreció una vez, hace años, con visión profética, y le dije: "Pero mamá...". Y ahora, mira. No sé si buscarlas o dejarme el flequillo recto, tú.
6 comentarios
Tuko -
Merson -
Pelo si que gasto una buena mata. Olvídate del amigo Fructis Garnier, y usa productos John Frieda.
Anónimo -
Soni -
Bueno, un aire a Russel Crowe quizá sí te das. Saludos!
Mornat -
Jeremy North -
Sigo teniendo unas gafas de sol Ray Ban negras, de lente pequeña, estilo John Lennon, que me compré en las rebajas de 1999 por la mitad de su precio.
En realidad a mi me gustan las de aviador, ojalá me fuesen bien y me quedase como a los polis de carretera americanos, a los que las gafas les ayuda a tener un aspecto amenazador.