Un periódico en la calle
Mientras en uno o varios despachos alguien decide quién de ellos se irá al paro, los muchachos de Equipo permanecen firmes en su ejercicio diario de periodismo, actividad que -en el mejor de los casos- consiste en enfrentarse a la realidad con una estrategia a medio camino entre la esgrima y la lucha libre. También los de el Periódico de Aragón, que resisten la misma amenaza, y no me voy a olvidar de ellos porque a ese diario le debo un tanto por ciento elevadísimo de lo que sé de periodismo. Pero hablaré de Equipo. Porque el Equipo de hoy constituye uno de los más acabados ejemplos de heroísmo periodístico que yo haya contemplado jamás; y, como todos sabemos, las heroicidades se desarrollan en modesto silencio y no están animadas por voluntades trascendentales, sino por el simple y casi rutinario cumplimiento de un deber moral.
Estoy seguro de que ninguno de los chicos precisó una reunión matinal o vespertina para considerar, votar y resolver que el periódico que hoy debía salir a la calle había de ser un gran periódico, porque el día informativo (que es una mentira con ruedas) reunió ayer tal intensidad que había que responder como en los grandes días. O al menos intentarlo. Equipo lo hizo, en mi modesta opinión, mejor que nadie. Y lo hizo sin necesidad de cónclaves, sin ese proceso que sin embargo sí es necesario para armar una cacerolada de protesta a las puertas de la empresa o expresar la frustración con silbidos o, en el peor de los casos, dejar los brazos caídos y las máquinas paradas en un día de huelga. Nada de todo eso hace falta para construir un gran periódico, un periódico que se aproxime tanto a la precisa realidad (esa imposible meta del periodismo diario) como lo hace Equipo en su edición de hoy; un periódico que quiera entretener y servir; un periódico que quiera el rigor, la opinión, la información, la valentía y la entrega a un oficio, y que consiga todo eso de modo paradigmático; un periódico que defienda de modo tan extraordinario la inquebrantable voluntad de prestigio personal y colectivo que un informador persigue a diario: con su nombre por delante, matiz que casi todo el mundo pierde de vista y que constituye una diferencia crucial en la forma de enfrentarse a la jornada laboral. Un periodista es su firma. No es nada más. Una firma. Un nombre. Un hombre.
A cualquiera le parecerá que no hay gran mérito en este tipo de cosas. El mérito mayor no es ese. Está aquí, en otra perspectiva que ahora alumbraré: a estas alturas, en la circunstancia bajo la cual trabajan cada día en Equipo desde hace algunos meses, con una guillotina colgando del techo (y maldita sea la puta metáfora), en cualquier otro lugar habría corrido la sangre con la que los mediocres sacian de forma anónima la sed que les infunde el terror de su propio espejo, al que pretenden engañar todas las mañanas del mundo. Habrían volado los cuchillos ocultos entre telones, correrían las ratas por cubierta y en la aséptica mentira acristalada de los despachos se ocultarían grupos de portentosos estúpidos que descuartizarían el atribulado prestigio del tipo que se sienta en la mesa de enfrente, en la de al lado, la de atrás o en el piso de abajo. Para los que están acostumbrados a comportarse en un diario como se comportarían en la representación de una tragicomedia palaciega, para los que desconocen la gallardía de la sinceridad, para los tristes supervivientes del día a día, para los becarios de su propia existencia (qué bien dicho quedó aquello cuando fue escrito), para todos esos resultaría imposible entender por qué Equipo (que no es una cabecera, es la gente que lo piensa, lo hace, lo escribe, le da forma y lo pone en la calle) permanece inmutable en su convicción de que la amistad es la materia fundamental de la vida, y que todas las demás posibilidades derivan de ella.
Nadie premiará el ejemplar que Equipo ha publicado hoy. Ninguna asociación observará que no hace falta destapar un escándalo financiero o político para ejercer esta profesión con grandeza cotidiana. Nadie aguardaría anoche a la salida del trabajo a todos esos muchachos para darles un abrazo o un beso por lo que acababan de hacer, algo que era sin duda distintivo siendo igual. Y hoy ese diario lo comprarán o lo habrán comprado más o menos los mismos lectores que lo compran cualquier otro día o que lo han comprado todos estos años. Nadie reconsiderará las decisiones que ya están tomadas o las que se tomarán, porque esa posibilidad ingresa en los territorios de la utopía y de la utopía, que es quizás el alma que oculta el motor del Periodismo con mayúsculas, las empresas no saben ni quisieron jamás saber casi nada. No habrá un final feliz para esta historia, sea cual sea el final. Sólo habrá -un día más, como cualquier otro día, como todos los días- lo que siempre hubo y habrá mientras sea posible: un periódico en la calle.
13 comentarios
Mornat -
Maria -
lep -
Mornat -
lep -
Cocodrilo Dundee -
thetowerpoula -
Sr. Guerra -
A pesar de haber nombrado explícitamente a "Equipo" y al periodismo, este escrito le convierte en Sir Paul.
P.D.: Desconfíe de las mujeres con una sola pierna. Yo huiré de firmar autógrafos a la puerta de casa (y de las mujeres japonesas)
Latorre Pola -
latorrepola -
Boli -
Héctor Mendal -
nadie -
Profesionales, responsables, defensores de vuestra obligación con los lectores día a día.
De todo corazón espero y deseo que todo ése equipo humano siga unido y luchando por objetivos que os son comunes.
Un fuerte abrazo para todos.