La leyenda del rey temeroso
Heraldo de Aragón, abril de 2004
En el principio suele haber un episodio de apariencia anecdótica que pone los hechos en marcha. El nudo de la historia lo señala un instante crítico, en el que el protagonista se enfrenta a una bifurcación ante la que no le es dado, o no siempre, elegir un camino; digamos que puede haber sido señalado de antemano, quizás en su contra. Y que el hombre que surge al otro lado puede ser el mismo o ser definitivamente otro. Esa incertidumbre es la que, en la larga tercera secuencia, dirige su existencia hacia la búsqueda de un fin. En la vida de Hicham El Guerrouj (Marruecos, 1974) podemos entrever esos momentos y conjeturar a partir de ellos el perfil de esta figura mayúscula. El niño Hicham nació hace 29 años en Berkane, una ciudad al nivel del mar, cerca de la frontera con Argelia. Fue el cuarto de ocho hijos, un chico afilado y tímido. Con la misma ligereza con la que obedeció el instinto de diversión infantil y se hizo portero de fútbol, lo cambió a los 15 años por el atletismo. Nada dice el motivo de ese tránsito a favor de una vocación: El Guerrouj se quitó las rodilleras y la camiseta de guardameta de su equipo local sólo para satisfacer a su madre, quejosa porque el hijo ensuciaba la ropa cada día.Muy pronto, el destino de Hicham resolvería el peso de esas anécdotas. Ingresó en el Instituto Nacional de Atletismo de Rabat y conoció a su entrenador, Abdelkader Kada, esa clase de técnico veterano de distancias psicológicas como el 5.000 o el 10.000, capaz de modelar su vertiginoso talento y servirle de inspiración. Pasemos de largo su veloz evolución juvenil: enseguida El Gerrouj se elevó como ángulo de la revelación marroquí, atribuida a Mohamed Midouri, antiguo jefe de seguridad del rey Hasan.
En apenas cinco años iba a anticipar de modo dramático los plazos del relevo en el 1.500, prueba cardinal del atletismo. A su llegada, la distancia pertenecía al argelino Nourredine Morceli, quien pronto alcanzó la certeza de que había algo monstruoso, casi mágico, en la forma de correr del joven marroquí. Algo que lo alejaba peligrosamente de modelos y previsiones. Morceli había sucedido a Aouita y tenía sólo 27 años. Pero ese Hicham que ahora corría a su lado no le pidió permiso al tiempo ni a la historia: “Hubo una era Coe, una era Aouita y ésta es la era de El Guerrouj”, diría. Desde entonces, ha ganado cuatro veces el Mundial y batido los records de 1.500 y de su hermana, la milla, devastando la tradición. Pero fracasó en sus dos Juegos y eso lo separa de los popes de todos los tiempos:el australiano Herb Elliott, quien nunca fue derrotado en esas dos distancias; el inglés Sebastian Coe, la expresión más alta del 1.500; o Aouita, quien de forma brutal se atrevió en los 80 con todo el rango del medio fondo, del 800 al 5.000.El Guerrouj mide 1,78 y pesa 59 kilos. Tiene las piernas considerablemente largas y un liviano pecho elevado. Quienes lo han visto entrenar en el Atlas marroquí hablan de cargas asombrosas, series que completa a un ritmo propio de carreras de 400 o 500 metros. Eso explicaría la inalcanzable velocidad de crucero que lo define y que permite su arquitectura de carrera preferida: el ataque largo. Como si se protegiera de algo, del vértice helado de un temor, pudiera ser.
No sería difícil rastrear la huella de ese miedo. Nace en la noche olímpica de 1996 en la que quiso destronar en Atlanta a Morceli y acabó rodando por el piso, después de tropezar con el argelino. Culpó a su rival con ira e injusticia. Para expiar la lástima guardó una foto del incidente y la lleva a cada competición: “Me recuerda por qué y para qué sigo corriendo”. La fotografía oculta el estrépito íntimo de la caída y el apresurado tintineo de la campana, que le anunció la última vuelta antes de irse al suelo. En Sydney 2000, de nuevo lo rindió el temor:“Sentía a todo mi pueblo y a mi rey mirándome”, admitió tras perder en 1.500 y en 5.000.Cada una de sus formidables zancadas aleja de la memoria una campana obsesiva que lo hace caer. La última secuencia de esta historia comenzó en Atlanta y debe culminar en Atenas, este verano. El Guerrouj sabe que allí lo aguarda, monstruosamente, el incierto final de su propia leyenda.
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